sábado, 5 de noviembre de 2011

Rehenes

Denuncia judicial por tortura                                                               Jorge Zabalza  



Ciudad de Libertad, 7 de setiembre de 1973. Establecimiento Militar de Reclusión No. 1 (EMR No.1).  Las dos o las tres de la madrugada. Despertar a golpes de bastones en las barandas de metal y las puertas de las celdas, el redoble ensordecedor excitaba a los guardias, se ponían frenéticos, hacían temblar el hormigón de las paredes. Susto grande y reflejo de meterse dentro de los calzoncillos largos, de la camisa de franela  y de los tres pares de medias, encima de todo les eché el mameluco gris, salté sobre la cama y dentro de la frazada. Tapado hasta las cejas oí correr el cerrojo de la puerta, entró el tropel, apenas logré incorporarme de la cama, me metieron la capucha, tiraron mis cosas al suelo, creí que era requisa, pero me agarraron de los sobacos y me arrastraron por la “planchada”,  bajamos a golpe de escalón hasta la guardia de prevención, me dí cuenta que me sacaban por la puerta del costado. Me hicieron tropezar para levantarme a patadas, se corrió la capucha y alcancé a ver la bocha pelada del coronel Lems Martínez, el director del penal, controlando siempre a sus tropas. Me tiraron dentro de una camioneta, amontonado con otros cuerpos, uno encima del otro. Salimos del penal a mucha velocidad. Nadie hablaba. Sólo se oían los “handies”. Reconocí la tos de Marenales y oí protestar a Sendic, sumé mi voz para que me reconocieran a su vez.  Alguien ordenó silencio y con un bastonazo le dió  seriedad a su orden. Por los ruidos y las órdenes, aquello era una caravana. Alrededor de una hora después, se detuvieron a deliberar. Sendic dijo que necesitaba ir al baño, no le contestaban, insistió y lo golpearon. Vino un oficial y nos comunicó que nos iban a fusilar, nos sacaron de la camioneta y nos tuvieron parados largo rato en medio del campo. Años después, sonsacando a un soldado, logré que me contara que fué en el cruce las rutas cinco y once. Seguramente ahí se dividió caravana en tres, el grupo de Huidobro, Mujica y Rosencof salió hacia Santa Clara del Olimar, a Manera, Waseen y Engler los llevaron al batallón de ingenieros en Paso de los Toros y a nosotros tres nos invitaron para la inauguración del aljibe de Durazno. Nos esperaban once años de soledad y un largo periplo por los calabozos de la patria.  
En setiembre de 1973 ya estaba derrotada la subversión y consumado el golpe de Estado, se habían cumplido los dos objetivos conque la reacción justificó la irrupción de las fuerzas armadas en el escenario político. Comenzaba la etapa de la rapiña al salario, el saqueo a las arcas del Estado y los hurtos a las víctimas del terrorismo de Estado. El camino de la victoria  los había hecho amos y señores de una cantidad tan grande de presos y presas que no sabían qué diablos hacer con ellos, dado que las condiciones internacionales no permitían una “solución final” como la practicada por los nazis. Por otra parte, el cúmulo de información  acerca del MLN(T) ya les resultaba imposible de manejar. Pareció  improductivo, por el momento, continuar con la tortura salvaje de manera sistemática a los tupamaros, optaron por dejarla en barbecho durante un par de años, mientras organizaban la OCOA y el Plan Cóndor,  se preparaban para el uso masivo de la desaparición forzosa y hacían el trabajo de inteligencia previo a la criminal campaña contra el Partido Comunista del Uruguay, los Grupos de Acción Unificadora y el Partido por la Victoria del Pueblo. Un momento de respiro, que le dicen..
En ese contexto, decidieron hacer de las cárceles un recinto de exterminio lento de los  revolucionarios, enloquecerlos a todos y todas, hacerles perder sus recursos morales y mentales para la militancia política. Como aniquilar al enemigo es dejarlo sin capacidad de respuesta, si no lo podemos matar a todos, enloquecerlos les pareció la táctica más adecuada para una victoria completa. Idearon una fina y meticulosa ingeniería de manipulación sicológica destinada a desarticular las personalidades más rebeldes. En junio de 1973 secuestraron del Penal de Punta Rieles a Alba Antúnez, Maria Elena Curbelo, Raquel Dupont,Jessie Macchi, Flavia Schilling, Gracia Dri, Cristina Cabrera, Estela Sánchez, Lía Maciel, Miriam Montero Stanke y Elisa Michelini y las trasladaron los cuarteles para someterlas a un régimen infamante, de destrucción síquica y moral. De rebote, con la llamada “rotación” crearon una situación de angustia e inseguridad en el resto de las compañeras,  cualquiera de ellas podía ser la próxima en ser secuestrada.  

La estrategia ensayada con las compañeras fue aplicada desde setiembre de 1973 a los secuestrados del Penal de Libertad. Se podían tomar todo el tiempo del mundo, nadie los apuraba. No nos fusilaron para no perder un instrumento de chantaje.  Al horizonte amenazante de la tortura a golpes, plantón, picana y submarino, siempre posible de ser aplicada, incluso dentro del Penal, le agregaron la metodología de la gota de agua que horada la piedra.. La tortura sicológica vino aderazada con arranques retóricos de corte nacionalista y condimentada  con discursos contra la corrupción de los políticos y los especuladores. Los más atrevidos se atrevían a confesar simpatías con reformas agrarias y sociales que, por supuesto, debían mantener en secreto para no ser descubiertos por los mandos fascistas. Jugaban con las divisiones internas en las fuerzas armadas, presentando la puja de poder entre grupos iguales entre sí como diferencias ideológicas entre legalistas y golpistas o fascistas y nacionalistas. El método de desarticulación de las reservas morales del prisionero comenzaba por transformar el rechazo a los torturadores en comprensión del motivo conque justificaban la tortura: obtener información para evitar derramamientos de sangre. Intentaban despojar a la tortura de su naturaleza inhumana e ignominiosa, haciendo  que el prisionero la viera como una cuestión pragmática, instrumento de uso inevitable en una guerra, que debía aceptarla como una consecuencia de sus propios actos y dejarla de ver como una práctica aberrante. No sólo mediante el dolor físico se quebraba al torturado, en la sala de tortura se trataba de convencerlo de lo ilusorio de su lucha por la revolución social. Si el torturador lograba que el torturado entendiera intelectualmente sus argumentos, el prisionero derivaba, conciente o inconcientemente, hacia la claudicación y  el consentimiento obsecuente. En algunos casos, la derrota del torturado llegaba al sometimiento y colaboración totales. El régimen de aislamiento dejaba al prisionero sólo contra el mundo, privado de todo estímulo intelectual, flotando en la estratófera como si el calabozo fuera un satélite artificial, víctima fácil de las presiones y manipulaciones del torturador profesionalizado en las academias estadounidenses de tortura. Estaba pensado como sistema de degradación síquica y moral que favorecía la claudicación y la entrega moral de los prisioneros.

Ciudad de Paso de los Toros, setiembre de 1978, Batallón de Ingenieros No. 3. El trío conformado con el General Feola, comandante de la División de Ejército III, el Coronel Cordero, jefe del S-2 divisionario y el Mayor Portela segundo al mando de dicho servicio, llegó al cuartel para confirmar los resultados de la tortura sicológica en nosotros tres. Después de cinco años de total aislamiento, ya no poseíamos información operativa alguna, simplemente querían verificar el estado de nuestra moral,  saber si en ese lustro de incesante presión sicológica, con picos de golpes y plantones, habían logrado mellar nuestro espíritu de resistencia y nuestra salud mental. ¡Fueron unos científicos de la tortura, pues! Los inquietaba comprobar si manteníamos contacto entre nosotros y qué información manejábamos sobre la situación extramuros.  Nos interrogaron un día a cada uno, cuatro horas a Sendic y a mí, que éramos más parcos y cinco horas les llevó el interrogatorio a Marenales que es más expansivo.  Justificaban el interrogatorio diciendo que necesitaban el  perfil de algunos compañeros cuyas fotos nos mostraban. Recuerdo que me mostraron las de Falero Montes de Oca, Mario Navilliat, Alberto Iglesias, Lucas Mansilla, Efraín Martínez Platero, Andrés Cultelli, Antonio Bandera, Atalivas Castillos, Félix Bentín y muchos más. ¡Muchos de ellos ya desaparecidos en 1978!
En realidad las preguntas concretas se desarrollaban en el marco de una charla sobre política que llevaban adelante Feola y Cordero, informándonos de como el bloque soviético  perdía pié frente al bloque occidental, Cuba se venía al suelo y estaba al caer, por supuesto nada dijeron del triunfo en Vietnam ni de la guerra civil en Nicaragua. En Uruguay había partido militar para rato y nosotros moríríamos hechos pedazos en los calabozos subterráneos. Como hacía habitualmente en los interrogatorios, Raúl Sendic contestó  “sí” o “nó” a las preguntas que le hicieron. En mi caso fui contestando con evasivas hasta que dije no saber quién era Aparicio Mauro Saravia Delgado y, levantado la voz, Cordero me reprochó “pero si ´éste fue novio de tu hermana”, con lo cual dió por finalizada la “fiestita”.  Terminados estos interrogatorios, nos trajeron a la celda una hoja en blanco y una birome con la orden de hacer un informe detallado sobre los compañeros acerca de quienes nos habían interogado. Sendic, Marenales y yo les devolvimos las hojas en blanco. Nos negamos. Sabíamos que estaban tomando el pulso a nuestra entereza.  
El régimen de aislamiento de los “rehenes” tuvo víctimas inocentes y gratuitas. Tanto las madres y los padres como las hijas y los hijos se vieron obligados a un peregrinaje torturante por los cuarteles, las mujeres sometidas a revisaciones humillantes en las salas de guardia, los visitantes veían al visitado de lejos, a veces a través de un tejido mosquitero, la charla era vigilada cuerpo a cuerpo y  las “transgresiones” al no escrito reglamento, eran severamente castigadas por el oficial encargado, por lo general un alférez empeñado en hacer méritos. Al ser trasladados de cuartel, no informaban de nuestro destino a los familiares, dejándolos en la angustia de creer que podíamos haber sido desaparecidos forzosamente. En varias ocasiones los hijos vieron a sus padres lastimados. El matrato y la tortura sicológica a las familias de los “rehenes” no tenía otra intención que quebrar su solidaridad y lastimar síquicamente a los niños, dándoles mucho palo para que aprendieran a no ser como sus padres. Además el ensañamiento con la familia repercutía anímicamente en el prisionero y los torturadores lo sabían muy bien.   
En el 2011, continúan las intervenciones contra pueblos hermanos y las maniobras militares conjuntas con los EEUU, cuyas fuerzas armadas, como es viejo y sabido, torturan, secuestran, asesinan y desaparecen gente por todo el mundo, ayer, hoy y siempre.  Inevitablemente las justificaciones políticas que hacen los gobiernos uruguayos de esas vergonzosas acciones disimuladas con el rótulo de “misiones humanitarias”, crean un clima ideológico signado por la hipocresía y la impunidad que favorece la transformación de los soldados y oficiales en torturadores salvajes. La cría de pichones de torturadores está asimismo favorecida por el machismo reinante en los cuarteles, donde se cultivan los peores valores de una sociedad patriarcal y homofóbica, donde la sodomización es una forma de imponer la autoridad al otro. En el 2011 continúa vigente la estructura de mando hiperverticalizada que ha servido  para justificar, por la debida obediencia, los desmanes más aberrantes y que, por otra parte, se constituye en garantía del anonimato del torturador y propende a la complicidad de los culpables bajo la ley silencio, obligatoria en todo aparato piramidal. En las fuerzas armadas permanecen actuantes las mismas condiciones internas que reprodujeron sádicos y morbosos al por mayor. No sólo son permanentes los delitos de lesa humanidad, la producción de torturadores también es permanente. Denunciar a los torturadores del pasado es una forma de crear conciencia popular para impedir que en el futuro se empleen la tortura y los otros instrumentos del terrorismo de Estado.

Con el Dr. Juan Fagúndez presentamos en el Juzgado Penal de 19no. Turno –de ahí nos derivaron al Juzgado Letrado de la ciudad de Libertad- una denuncia por “los apremios físicos y psíquicos recibidos (....)  por parte de las personas encargadas de comandar y custodiar a los detenidos en los establecimientos militares donde estuvo detenido durante la dictadura”. Se plantea al poder judicial la identificación de todos los mandos que, de una u otra manera, estuvieron involucrados en la tortura de los denominados “rehenes”. Todos ellos, los jefes de las Divisiones II, III y IV del Ejército durante el período comprendido entre el 7 de setiembre de 1973 y el retono al EMR No.1 en abril de 1984; los directores del Penal de Libertad en esas fechas; los tenientes coroneles y mayores que comandaban las unidades en cuyos calabozos estuvimos recluidos y los jefes de los S-2 en dichas unidades. Estos datos los solictamos con anterioridad al Ministro de Defensa señor Luis Rosadilla pero no fueron proporcionados por dicha repartición pública.
Nos presentamos antes de que se aprobara la ley de imprescriptibilidad en el parlamento, porque mi amigo y abogado alegó que “provocar la muerte, lesionar, a una persona, era y es delito. Singularizar las razones, describirlas detalladamente para identificarlas inequívocamente con la estrategia de los represores, no es más que descubrir que el delito cometido por las fuerzas de seguridad de una nación, cuando se hace con claro abuso de poder, en claro ejercicio de terrorismo de estado, era y es un delito aberrante.  
“(...) se trata de crímenes de lesa humanidad y por lo tanto imprescriptibles, dada la naturaleza de los mismos y ya que estos actos eran delitos en el momento de haber sido cometidos, lo fueron en un estado donde rige la normativa referente a los derechos del hombre y la humanidad, y por ello no se violenta el principio de irretroactividad en el sentido de que no convierte una conducta legal en ilegal, sino que determina que quienes cometieron una conducta que era y es ilegal, amparado en diferentes circunstancias que le permiten mantener la impunidad de sus actos, una vez desaparecidas esas injustas y anormales condiciones de privilegio, serán juzgados como debieron serlo siempre. Decir ahora que los apremios físicos y psíquicos cometidos mediante claros actos de terrorismo de estado han prescripto porque se trata de delitos con penas cortas como ser el abuso contra los detenidos, lesiones graves y gravísimas, o la violación, es ignorar los hechos, y cuando estos hechos sucedían, en el resto del mundo ya se condenaban a torturadores y violadores por delitos de lesa humanidad, basta recordar los informes de Amnistía Internacional de fines de los años 70 y comienzos de los 80. sería ridículo pretender que el Uruguay asumiese dicha calificación de los tipos penales que se estaban cometiendo en esos años, en claro reconocimiento de esa actividad criminal. Quien reventó los testículos de una persona, o sus dedos, o lo asfixió en excremento, lo mutiló, quien manoseo las partes íntimas de una mujer, la violó, o le reventó el cuerpo y el alma, ¿su motivación en la obediencia debida era mayor que la de proteger a un ser humano detenido, indefenso, atado, encapuchado?. Estas conductas eran delitos, y lo son, y la motivación junto con la forma de comisión determinan la gravedad de los hechos. Aquellos que han arrancado a las madres y padres sus hijos para darlos a terceros, mientras estos niños, ahora adultos, no fueron identificados, o no la han sido aún, ¿no están perpetuando el crimen día a día? Las consecuencias físicas y psíquicas de los torturados también perduran, y perpetúan la comisión del delito respecto de quienes lo cometieron, u omitieron impedir su comisión”.
La seriedad de la denuncia y las conductas delictivas denunciadas podrán ser corroboradas por los testigos presentados: José Mujica, Eleuterio Fernández, Henry Engler, Mauricio Rosencof, Julio Marenales y Jorge Manera. Otros de los “rehenes”, Adolfo Wassen, fue dejado morir sin atender debidamente el tumor que comenzó a aquejarle antes del retorno al Penal de Libertad. Raúl Sendic falleció al contraer una enfermedad posiblemente a raíz del debilitamiento de sus defensas durante el régimen de aislamiento que le impusieron. La denuncia y el castigo de los crímenes de lesa humanidad no es cuestión del pasado, por el contrario, apunta  a construir una sociedad donde no existan torturadores salvajes, ni asesinos privilegiados por ser militares, ni la desaparición forzosa como método para aterrorizar los pueblos.

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