VOLVER A EMPEZAR
Las fuerzas menguan, la voluntad se fortaleció. Hubo que recuperar la disciplina de los detalles y la paciencia impaciente de los doce años de reja y palo. Ahora con la ayuda y la experiencia del Muerto, arrancamos de nuevo con el Blog. Vamos a ver cuánto dura el impulso.
Sobran razones para escribir: la Verdad y la Justicia siguen esperando una reacción digna y honesta de la militancia frenteamplista, reducir a aplaudir las “genialidades” de sus caudillos como la de hoy: Tabaré envió a Roma a denunciar el Plan Cóndor al colorado Miguel Toma, su secretario, cuya práctica ha demostrado su compromiso con la impunidad de los criminales de lesa humanidad.
Largamos con tres artículos. “El Miedo a la democracia” y “El principio de autoridad” fueron publicados en ZUR PUEBLO DE VOCES: El restante, “SOMOS BASTANTE IMBANCABLES”, lo publicó el Semanario VOCES en el día de hoy e intenta ser una respuesta al discurso de Mujica recordando a Raúl Bebe Sendic.
La columna de Gilgamesh
EL MIEDO A LA DEMOCRACIA
Parecía que nadie podía oponerse a los parisinos. Poseídos por la sed de justicia tomaron la Bastilla, despojaron a la nobleza de sus privilegios y guillotinaron un rey. La ira insurreccional atemorizó tanto a los constituyentes de la Asamblea Nacional, prósperos burgueses en su mayoría, que crearon de urgencia una fuerza pública que los protegiera. El bonapartismo, poco más tarde, la convirtió en la estructura central del poder burgués y, afirmado en ese ejército, arrebató la revolución al movimiento espontáneo de las masas. En realidad, sin el monopolio de las armas no habrían podido surgir grandes terratenientes, comerciantes y banqueros. Tampoco, por supuesto, habría Estados.
El artículo 12 del Título IV de la primera constitución francesa, estipuló que esa fuerza armada debía ser “esencialmente obediente; ningún cuerpo armado puede deliberar”. De ahí en más, las constituciones burguesas prohibieron a los militares en actividad intervenir en política. A veces, como en Uruguay, les conceden el derecho de votar. Esa barrera, impenetrable a las ideas que cuestionaban su dominación, aseguró a la burguesía que los fusiles apuntaran donde ella quería. Los soldados deben dejar que los burgueses piensen por ellos, que sean su mando ideológico.
La democracia liberal.
A la hora de organizar la institución armada, o sea, la esencia del Estado, la burguesía liberal reniega de las libertades y la democracia, para confiar solamente en la obediencia ciega. Proclamaron a los cuatro vientos “Libertad, Igualdad y Fraternidad”, pero no permitieron que entraran a los cuarteles. El milagro dialéctico de los liberales fue hacer coexistir la no libertad y la no igualdad de cuartel con sus cánticos a la república libre y democrática. Integraron la verticalidad militar al modelo liberal de organización política en general. Ha sido posible separar el Estado de las iglesias, pero sería imposible divorciarlo de los cuarteles. Son la condición de existencia del Estado.
El liberal desea convertir la sociedad en un gigantesco cuartel, pero disimula esa aspiración antidemocrática con la verborragia de las libertades y derechos. La fuerza bruta acompañada con la suelta de blancas palomas, dualidad que caracteriza tanto la micropolítica al interior de la familia como el funcionamiento de la asamblea de las naciones unidas. El concepto liberal de democracia contiene la negación de su propio discurso. Los liberales -el progresismo entre ellos- necesitan que en su república democrática anide el huevo de la serpiente, pero, al mismo tiempo, el entramado cultural y político se encarga de que no se perciba el horror de la sociedad de clases. Como sueñan con extender al conjunto social el sistema cuartelero, los dueños del poder necesitan ‘ciudadanos’ disciplinados, anestesiados, sin deseos de rebelarse, que acepten la restricción de sus libertades como los soldados aceptan las que les imponen.
¿Se asiste hoy día al colapso, la descomposición o el agotamiento de la democracia liberal y de sus partidos políticos? No. Entre las turbiedades de los versos liberales y progresistas, emerge el modo cuartelero de hacer política, se presencia el desenvolvimiento completo del sistema político, cae el maquillaje superficial y deja ver las cicatrices de las heridas profundas.
La pústula a la uruguaya
Mario Aguerrondo fue el paradigma de la tutela de baja intensidad de los ’60, artífice de la Logia Tenientes de Artigas, candidato presidencial del Partido Nacional y, junto a Jorge Batlle, sostuvo desde del ‘pacto chico’ al presidente golpista Bordaberry. Su discurso alimentó empleo sistemático de escuadrones parapoliciales y del terrorismo de Estado como método de hacer política. Cabe recordar que muchos militares dignos se incorporaron a las filas populares: Licandro, Montañez, José Martínez, Ceibal Carbajales, Aguerre, Seregni, Zufriategui y otros valientes.
El modo cuartelero de hacer política -el pachequismo- contó con una importante base electoral, en 1971 la mano dura política fue refrendada por el 55% de los votantes: 41% de Partido Colorado más el 14% de Aguerrondo. Dicho apoyo electoral disminuyó, pero no desapareció. En 1980, cuando triunfó el NO en el plebiscito, el SI a la dictadura cosechó el 43% de los votos. Cabe agregar que, en abril de 1989 y octubre del 2009, la mitad del electorado votó por la impunidad de los crímenes cometidos. Es decir, la dualidad intrínseca de la doctrina liberal hegemoniza la voluntad de un amplio sector de pueblo. La verdad y la justicia coexiste con el olvido y el perdón en los espíritus conservadores. La lucha por liberarse del sistema comienza con la liberación de las voluntades: nuevos sentimientos, nueva moral, nueva manera de pensar.
Desde 1985, en los cuarteles se trabaja casi que clandestinamente para que los brujos retornen algún día. ¿Cuál es la versión de la historia reciente que se enseña en la escuela militar? ¿Aprenden que la tortura y la violación son necesarias para obtener información? ¿A justificar las desapariciones forzosas y los asesinatos como medio para derrotar las insurgencias populares y al comunismo internacional? El terrorismo de Estado sobrevive en las oscuridades de los cuarteles.
De allí surgió el actual émulo de Aguerrondo, Guido Manini Ríos, cuya astuta maniobra forzó que lo relevaran y sirvió de plataforma al discurso de la lucha por la “esperanza de los más desesperados”, que esconde su defensa de los privilegios de la oficialidad y de los criminales de lesa humanidad. Contó con el previsible padrinazgo de Eleuterio Fernández Huidobro y de José Mujica, que lo vieron como un posible aliado para su viejo proyecto de hacer política desde el ejército, la más sólida y eficiente organización, como ya decían en 1971.
Este ‘modus operandi’ apunta a reorganizar la mayoría silenciosa, que parece disgregada, pero continúa sobreviviendo, amparada por el sistema de poder. Basta con analizar las expresiones reaccionarias que despiertan la lucha por Verdad y Justicia o la liberación femenina. Manini va en procura de una masa crítica donde apoyar la intervención directa de los militares en el gobierno. En Brasil ya lo lograron: el fantoche Bolsonaro continúa viviendo en el palacio -como lo hacía Aparicio Méndez- pero cinco generales son los dueños del gobierno: oscuros nubarrones pronostican que se viene un bruto temporal.
Los desafíos
El video de Manini fue reproducida por los canales de comunicación de las fuerzas armadas. ‘La despedida’, episodio último de la serie ‘Volveremos otra vez’, constituyó un verdadero desacato, tolerado por el ‘poder civil’. De un solo ramalazo, Manini demostró que la república democrática liberal es incapaz de ‘cambiar en paz’ y desbarató las expectativas liberales- socialdemócratas-progresistas.
Pese a los acuerdos de olvido y perdón entre los mandos, los ‘servicios’ y el círculo íntimo de Mujica-Huidobro, la cuestión de los crímenes de lesa humanidad reaparece porfiadamente, pero ¿cómo lograr que todas y todos sean iguales ante la justicia en un sistema así tutelado por terroristas de alma? ¿deberán la Verdad y la Justicia resignarse ante la ‘omertá’ de los mandos militares?
Se necesitan estrategias de salida que convoquen a construir otro modo más humano y civilizado de vivir. Sin embargo, quienes pretendan cambiar el mundo deberán encarar el problema de cómo derribar los muros de los cuarteles. Además de las clásicas necesidades económicas y sociales hay que discutir la cuestión de la tutela militar. Si se cae en la trampa liberal, que induce a pasar por alto el rol de los cuarteles, se corre el riesgo de enredarse en debates estériles, en una especie de onanismo ideológico.
Jorge Zabalza
Segunda columna de Gilgamesh
EL PRINCIPIO DE AUTORIDAD
En 1864 los hermanos Young importaron reproductores Hereford como requería la industria de la carne europea y, en adelante, esa raza dominó en el rodeo vacuno, unas 8.000.000 de cabezas. Por su parte, en respuesta a la demanda de las textiles británicas, que estaban dejando de usar algodón y lo sustituían con lana, los ovinos pasaron de 2: 600.000 en 1860 a 16: 600.000 en 1869. Al empuje de la apremiante tasa de ganancia y de la necesidad de un manejo más eficiente de los Merino y los Hereford, fue preciso cerrar las estancias y dividirlas en potreros. Al demarcar los límites de sus predios, los latifundistas lograban, paradójicamente, el goce ilimitado de su derecho de propiedad.
Los estancieros cimarrones fueron reemplazados por ganaderos modernos, las razas criollas por ganado de calidad y los cercos de piedra por más baratos alambrados. El cambio en el modo de producir y de vivir llegó por el litoral oeste, de la mano de inversores extranjeros y, en particular, de los de origen inglés. Según cuenta Isidoro de María, Ricardo Hughes fue el primero en cerrar con alambre sus campos al sur de Paysandú. En poco más de un lustro, los ganaderos acompasaron su baile a la música que venía de afuera. Los mayordomos criollos enriquecieron en recompensa por sus servicios a la acumulación de capital en Europa.
Con el alambrado se expulsó de las estancias a peones, puesteros y agregados y, además, como subió el valor de la tierra, se desalojó a los cientos de ocupantes precarios que sobrevivían del reparto artiguista. Marcia Collazo lo describe así: “[se] condenó a los desposeídos y desarraigados a una vida de privaciones, rancheríos de ratas y robos ocasionales para sobrevivir”. El enriquecimiento de los pocos acarreó la marginación del 10% de los 400.000 habitantes del medio rural. Los cambios tecnológicos que favorecían al capital empobrecieron más a los ya empobrecidos y ello se tradujo en crecimiento de los delitos contra la propiedad. El sistema provee sus propios sepultureros. Si se quiere terminar con la delincuencia, hay que cambiar el sistema, enseñaba el Bebe Sendic.
En 1869 se desplomaron los precios internacionales y, para peor, sobrevino una epizootia que azotó los lanares primero y los vacunos poco después. La catástrofe redujo sensiblemente la rentabilidad y puso en peligro las cuantiosas inversiones. Más gente fue condenada a la marginación. En 1870, los ‘sin tierra y sin trabajo’ se fueron a las cuchillas detrás de los caudillos Timoteo Aparicio y Anacleto Medina, aunque a muchos los reclutó la leva, otros fueron por voluntad propia. Durante los dos años de la Revolución de las Lanzas (1870 -1872) y para escándalo de los latifundistas, unos 20.000 paisanos, la mitad de la población marginada, cortaron alambres y carnearon costosos toros y carneros de pedigrí.
En esa fértil subjetividad de la clase propietaria echó raíces el estado de alarma que, desde 1848, sobrecogía a la burguesía europea. Se amplificó el temor de a que reaparecieran Encarnación Benítez del tiempo de Artigas. Sintiendo que les respiraban en la nuca, en 1871 los latifundistas fundaron la Asociación Rural. Se organizaban para restablecer el clima favorable a los negocios y ‘ordenando’ la vida desordenada de los pobres. El 8 de octubre de 1872 se firmó una paz ‘sin vencidos ni vencedores’ y los montoneros colgaron las lanzas de los horcones, sn saber que la cuestión social no había sido resuelta y seguían condenados a su miserable modo de sobrevivir. Olfateando el peligro latente, los estancieros recurrieron a los ‘pacificadores’ de los cuarteles. El ejército de línea, el profesional, el de los que traicionaron a Artigas, venía de prestar servicios a Gran Bretaña y recoger harta experiencia ‘pacificadora’ en el genocidio del pueblo paraguayo. En 1875 se lo veía como el sustituto cantado de los partidos blanco y colorado, incapaces de establecer la ‘paz social’. José Pedro Barrán resumió la situación en una frase: “Sin el asentamiento del principio de autoridad, ninguna política era posible en el Uruguay” 1 . Apenas lo fueron a buscar, el bien dispuesto coronel Lorenzo Latorre dio el golpe cívico militar. En la década siguiente las fuerzas vivas volvieron a enriquecerse con un nuevo empuje de la producción, que atribuyeron al restablecimiento de la autoridad por la dictadura. Domingo Ordoñana comunicaba su satisfacción en “El Ferrocarril”: “Va siendo habitable la campaña, lo que significa decir que se van resolviendo los problemas de seguridad en la vida y en la sociedad”.
1 J.P.Barrán. “Latorre y el Estado uruguayo”. Enciclopedia Uruguaya. Editorial ARCA. Montevideo. 1968. Pág. 25
Como demostración de amor hacia el latifundio, Andrés Lamas, ministro de hacienda de Latorre, exoneró de impuestos la importación de alambre, abaratando el costo del cerramiento de las estancias. Además, demostró su cariño hacia el comercio subiendo los permisos a los 2.000 vendedores callejeros de Montevideo y persiguiendo a los que no pagaban, hasta expulsarlos de las calles. La dictadura sometió el pueblo a políticas públicas que favorecían una muy favorecida clase dominante. Otra pata de la ‘pacificación’ fue educar, educar y educar. El plan de José Pedro Varela para la educación popular y la educación científica ajustó como anillo al dedo a las intenciones de disciplinar en la obediencia y el ‘orden’, de formar cuadros que reprodujeran las ideas liberales y la hipocresía ética y moral de la ‘clase alta’. A Latorre no le importaba que Varela sustituyera el catecismo con las ciencias, ni que aplicara sus teorías pedagógicas, veía en la escolarización obligatoria y gratuita una oportunidad para hacer de cada salón escolar el recinto de un régimen casi militar.
El coronel Latorre compró fusiles Mauser, carabinas Remingtons y cañones Krupp, mejoró el entrenamiento y la disciplina de la tropa, centralizó en Montevideo una red propia de telégrafo que comunicaba el mando con todas las comisarías del interior, e hizo lo mismo con el transporte ferroviario, imprescindible para trasladar las tropas más rápido que a caballo. Para encarcelar unos pocos ‘vagos y mal entretenidos’ que, matrereando y delinquiendo manifestaban el descontento general, Latorre ocupó militarmente el territorio: la población se sintió agredida, provocó sentimientos de rechazo. Para garantizar seguridad a los latifundistas, volcaron la violencia institucional sobre los de abajo. El Estado siempre viste uniforme.
En ese proceso de expansión del dominio de clase, se debía borrar de la memoria de la gesta de José Artigas. En ese sentido, el manual con que se enseñó historia en las escuelas de la dictadura fue el ‘Bosquejo histórico’, publicado en 1865 por el argentino Francisco Berra. Esa versión de la leyenda negra, elaborada por Bartolomé Mitre, que inculcaba el odio de clase, fue un instrumento para justificar la transformación del Estado Tapón en ‘Estado Nacional’, la imposición de la voluntad de los dueños del poder económico y político militar.
En el período en que la montonera artiguista ejerció su poder, el principio de autoridad surgía del pueblo reunido y armado y se ejerció para expropiar latifundios. Latorre, por el contrario, se proponía instalar la autoridad desde arriba y en toda su crudeza, mostrando la peor cara del poder de los dueños de la tierra, del comercio y del Estado. Sin embargo, como la tasa de ganancias seguía empujando a lucrar y hundía en la miseria a los desposeídos, la brecha social se ahondaba y Latorre no pudo reducir las estadísticas de la rapiña, el abigeato y las muertes en duelo criollo. Se mantuvieron las condiciones que ahondaban la brecha social y, pese a la represión feroz y los muertos que cosechaba, mantenían el alza de la delincuencia y el aire seguía oliendo a rebelión. Más a la corta que a la larga, Latorre debió reconocer que “los orientales son ingobernables con el cepo y el rebenque” y…renunció. El principio de autoridad estaba instalado, es cierto, pero, al mismo tiempo, germinaba su contrario, la resistencia y la rebelión. En 1897 y 1904 se reeditó el fenómeno de las cuchillas y los ponchos blancos.
No parece que los actuales ‘imponedores’ del orden y el progreso, hayan aprendido nada de las peripecias de Latorre. Sus intenciones transformadoras se perdieron en el pantano liberal del progresismo y, como se proponen convencer a los inversores extranjeros de que están afiliados al sistema, salen a instalar el principio de autoridad a fuerza de PADO y Mirador. Esta vez, como en tiempos de Latorre, para terminar con el irrespetuoso espíritu de ilegalidad, ocupan con la policía los territorios de la población excluida y marginada. No enfrentan la ilegalidad congénita del capital, sino que salen a demonizar el pobrerío. Aunque sus cifras pretenden desmentir la realidad, la brecha social se ahonda y parece muy improbable que logren resolver la cuestión del delito y la violencia, esa tuerta forma de salida que se ofrece a los desesperados. En esencia, nada nuevo bajo el sol.
Jorge Zabalza
“SOMOS BASTANTE IMBANCABLES”
“Deploramos que, sobre una estafa descomunal como la deuda externa, no hubiera salido en el último Congreso del Frente Amplio una rotunda posición de no pago como salió de la reunión de las centrales sindicales [de toda América Latina, realizada en Lima], sino una moderada y contemporizadora rebaja de intereses y demás, que no cuestiona la deuda en sí.
Por otro lado, confirmamos nuestro apoyo a otras resoluciones del Congreso del Frente Amplio, como la de no admitir ninguna negociación o salida política para el referéndum. Hoy la unidad sin exclusiones, que fue tan importante resolución del Congreso, se desvirtuó en pocos días por algunos de sus propios dirigentes, pero queda ahí como un anhelo que compartimos.
En definitiva, estamos por la unidad, por la unidad sin exclusiones. Pero no para reunirnos para transar, para contemporizar con el gobierno. Tampoco estamos para transar con el que transa. Como se ve, somos bastante imbancables, compañeros”.
Política de alianzas del Bebe Sendic.
“Es posible que muchos se pregunten porqué hay tanta urgencia en ese frente grande. Es que nos están entregando el país al extranjero impunemente, compañeros. Ningún gobierno, nunca, había llegado a tanta audacia en la enajenación del país. El gobierno militar le dio un gran impulso a la venta del país -de los elementos fundamentales de su economía- al extranjero. Recibieron un país con un 2% de la tierra en manos de extranjeros y lo devolvieron, en medio de un discurso patriótico, con un 8% de territorio -que habían jurado defender- en manos del capital extranjero. “(…)” Lejos de rescatar este patrimonio vendido al extranjero por los militares, el gobierno civil que se eligió en el ’85 llevó más lejos aún la venta del país.
Este gobierno dio un paso que ni los militares se habían atrevido para la extranjerización del país: la aprobación de la Ley de Zonas francas. Zona franca significa ceder un pedazo de territorio para que las empresas extranjeras puedan instalarse allí, libres de acatar buena parte de las leyes nacionales.
La urgencia de una unidad opositora, la urgencia de un frente grande hoy es para detener esta extranjerización. Extranjerización al capital financiero internacional a través de la venta de tierras en el exterior por las embajadas. Extranjerización por las zonas francas “(…)”.
“Ese frente grande no es una mera conjunción de fuerzas. Ese frente grande debe tener un programa, una propuesta. Y ahí viene el programa que hemos agitado desde hace más de dos años y medio, como les decía, con soluciones para la tierra, la banca, la deuda externa y el salario”.
Que cada cual asuma sus responsabilidades
“Todo esto, lo mismo que la idea del frente grande, lo venimos agitando desde hace más de dos años, y el consenso alrededor de esos problemas básicos, para enfrentar la extranjerización, se ha demorado demasiado. Decimos esto para que cada cual asuma sus responsabilidades. Si el país sigue así ya se sabe lo que viene. Los militares golpistas están ahí, protegidos por algunos políticos, esperando que este intento de democracia fracase, y de hecho ya está fracasando por no elevar el nivel de la vida del pueblo. Y si no hay soluciones, otro golpe militar puede venir más tarde o más temprano.
Entonces, que cada cual asuma sus responsabilidades:
Los que entregaron el país al extranjero y los que reciben directivas del mismo, hasta sobre qué aumento de salarios tienen que dar.
Los que pueden impedirlo, uniéndose para detener la extranjerización y prefieren atender sus conveniencias políticas individuales.
Los que ya tienen mayoría parlamentaria para sacar algunas leyes y no lo hacen.
Los que pudieron depurar las fuerzas armadas de oficiales golpistas y no lo hicieron.
Los que está contemporizando con el retorno de un golpista al ministerio que maneja todas las fuerzas armadas. Que cada cual asuma sus responsabilidades y después no descarguen la culpa sobre los combatientes del pueblo otra vez” 2 .
Negociación a la Fernández, 15 años después.
“Este es el congreso de la victoria, compañeros, y a todo se puede renunciar menos a la victoria, compañeros, y no le haríamos ningún favor a nuestro pueblo y a nuestros niños a los que pasan hambre hoy, arriesgando con una torpeza política como la que se nos propone la victoria que está allí, hoy, al alcance de la mano” 3 . La salida política que encontró Fernández implicaba acatar el voto amarillo del 1989, fundamentación que apoyó con las dos manos de José Mujica, su ladero incondicional.
El compañero Hugo Cores, por el contrario, entendía que la Verdad y la Justicia no dependían de un resultado electoral y, en consecuencia, había que seguir luchando. Propuso la realización de un nuevo plebiscito para derogar la ley de la impunidad. Que la legislación internacional en materia de derechos humanos integrar con carácter de obligatoriedad la jurisprudencia nacional. En especial, en cuanto a la imprescriptibilidad de las desapariciones forzosas, torturas y violaciones.
2 Todas las citas están tomadas del discurso del Bebe Sendic en el Estadio Franzini el 19/12/1987.
3 Eleuterio Fernández Huidobro. Dicho en el IV Congreso Extraordinario del Frente Amplio, diciembre/2003
La renuncia del Frente Amplio a esta base del programa post dictadura de la izquierda, constituyó el respaldo político que necesitaba la Suprema Corte para levantar la muralla de protección a los criminales de lesa humanidad. Sin la aceptación del negocio propuesto por Fernández, no existiría hoy el manto de silencio que todavía envuelve los crímenes del terrorismo de Estado. ¿Fue el precio a pagar por la victoria electoral del 2004? Puede ser. También es cierto que, al mismo tiempo, en ese Congreso se comenzó a recorrer el camino de la degradación ética y moral. Desde que la cantidad de votos acumulados pasó a ser criterio de verdad, la cabeza de la masa militante fue cambiando y se convirtieron en feligreses que aplauden por automatismo. Lo más grave de Fernández y Mujica fue, sin embargo, su disposición a perdonar y olvidar las desapariciones forzosas, los asesinatos, los robos de niñas y niños, las violaciones a mujeres y hombres, las decenas de miles torturados y torturadas y las peripecias de todo un pueblo condenado a vivir en el gigantesco campo de concentración durante los doce años de dictadura. La siembra inescrupulosa del olvido y el perdón alcanzó ribetes criminales. Que cada cual asuma su responsabilidad, habría sentenciado Raúl Bebe Sendic.
El nivel de vida del pueblo
¿Por qué lo ovacionan la socialdemocracia y el liberalismo europeos? Sencillo: es el símbolo del abandono de las ideas de la transformación revolucionaria que asumió la ilusión de humanizar el capitalismo. Como ministro y presidente, Mujica favoreció el boom sojero y celulósico, proceso que determina que 4.150 latifundistas sean los dueños del 60% del territorio uruguayo, que, además, elevó aquel 8% de tierra extranjerizada que criticaba Sendic a casi el 50%. ¿Nada tuvo que ver Mujica con que las sociedades anónimas, que prometió prohibir, se apoderaran de 7:000.000 de hectáreas, el 43% de las suavemente onduladas praderas? ¿no tiene nada que ver con el mantenimiento de la ley de zonas francas y las exoneraciones a los capitales extranjeros? ¿no es responsable del crecimiento desmedido e incontrolado del uso de agrotóxicos y de la “cianobacterización” de los principales ríos del país? Para convertirse en símbolo del posmodernismo debió deshacerse del legado de Raúl: expropiación del latifundio para repoblar y cambiar el modo de producir en el campo. ¿Y todo para qué? En el reparto actual de la torta, la masa salarial no ha alcanzado el nivel que tuvo con Luis Batlle. Hasta 1958 los asalariados captaban más del 40% del producto bruto interno, pero luego, al estancarse la producción, los dueños del Uruguay se lanzaron a saco sobre el salario. La violencia que desataron culminó con el golpe de Estado de 1973. Al regresar los milicos a los cuarteles, habían reducido la masa salarial al 20% del producto bruto interno, transferencia de recursos que fue el motivo profundo del terrorismo de Estado…
Hoy día, luego de 15 años de discurso humanizadores, la masa salarial no llega a ser tres cuartas partes de aquella de Luis Batlle. Las políticas del Uruguay Progresista no fueron capaces de derramar recursos en la misma medida que lo hizo el Uruguay Batllista. Esta es la cuantificación del fracaso del viraje al reformismo liberal. No creo haber oído a Mujica citar a Ernesto Guevara y Raúl Bebe Sendic en sus discursos. No los reivindicó nunca, ni al recibir la presidencia, ni en otras instancias oficiales y, muchos menos, ante públicos extranjeros. Se ha esforzado constantemente por adelgazar aquél musculoso sentimiento revolucionario del siglo pasado. Aun así, no cabe negarle derecho a recordarlo a 30 años de la muerte. Sin embargo, no se le puede corromper su memoria con la tentativa de presentarlo como frenteamplista, tergiversando sus planteos frentegrandistas. Pretende incorporarlo al plantel de los apóstatas y renunciantes. Justo al Rufo, al que nunca se entregó ni se sintió derrotado. Ni como rehén de la dictadura, ni luego, al ser liberado por el movimiento popular. Todos salimos muy cambiados de la cárcel, pero no todos fuimos vencidos en nuestras convicciones. Que cada cual asuma sus responsabilidades.
Jorge Zabalza
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