Ricardo Zabalza se crió en una atmósfera saravista. Leímos a Javier de Viana y a José Monegal mucho antes que a Emilio Salgari; soñábamos con las cargas de caballería y repudiábamos los remilgos y cabildeos del Directorio del Partido Nacional presidido por Acevedo Díaz. Nos educamos en la admiración de la forma de hacer política de los Saravia, de Gumersindo y de Aparicio, que presionaban armas en mano sobre gobiernos elegidos constitucionalmente como el José Batlle y Ordóñez. Nuestro héroe favorito era Antonio Floricio Saravia, el “Chiquito”, hermano de Aparicio que en Arbolito atropelló lanza en mano al ejéricto de línea del gobierno colorado.
En noviembre de 1996 Ricardo votó la lista 1 del Partido Nacional que encabezaba mi padre, Pedro Zabalza, en el departamento de Lavalleja, por consiguiente, apoyó la candidatura de Martín Recaredo Echegoyen a la presidencia de la república, personaje olvidado porque después, junto con Aguerrondo, fueron la “pata” blanca del Pacheco Areco en primera instancia, luego de Bordaberry y finalmente del golpe cívico-militar. Pronto Ricardo se dió cuenta del error cometido por fidelidad a nuestro padre.
En marzo de 1967 participó de sus primeras manifestaciones estudiantiles reclamando mejor presupuesto para la Universidad, la represión policial –los mismos milicos colorados que habían enfrentado a los ejércitos saravistas- lo llevó a radicalizar sus posiciones políticas, con mayor vehemencia y decisión que otros compañeros de su misma edad, educados en las prácticas políticas de la izquierda parlamentaria.
“En esta revolución de los tupamaros tiene que haber un Saravia”, fue el argumento que convenció a Aparicio Mauro Saravia Delgado, nieto de Aparicio, hijo de Nepomuceno, para integrarse al MLN (Tupamaros) en 1968. Con Aparicio Mauro y Cändida, su hermana, los tres Zabalza Waksman nos criamos juntos, conviviendo con la leyenda y la mitologïa de las revoluciones de 1897 y 1904.
Sin darnos cuenta, muchos adolescentes educados en las tradiciones saravistas, estábamos predispuestos espiritualmente para vibrar con los vientos revolucionarios del Mayo Francés, del Ché Guevara y de los combatientes vietnamitas. ¿No fué el “irse a las cuchillas” un patrimonio ideológico de los blancos?, ¿en cuántas veladas debimos deslindar la responsabilidad del “Chiquito” Saravia en la confusa acción donde mataron al hijo de Justino Muniz?, ¿nunca derramaron sangre las montoneras blancas? ¿no hubo tomas de ciudades y expropiaciones de ganado y bancos? ¿no exaltaban valor moral de poner el cuero para defender las ideas armas en mano?, `cuál es la distancia que lo separa del “dar la vida por la revolución social”?
El 8 de octubre de 1969, a menos de tres años de esas elecciones que ganó el General Gestido, junto con Jorge Salerno y Alfredo Cultelli, Ricardo ofrendaba su vida por la liberación nacional y el socialismo.
José Carlos Cardozo, diputado del Partido Nacional, columnista de “En Voz Alta”, página del terrorismo de Estado donde editorializa Gavazzo, dijo en el diario EL PAIS que Ricardo fue un “forajido”. Comete tres errores:
Jorge Zabalza
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