Charla sobre la toma de Pando, algo que duele pero sostiene convicciones y actitudes.
Ayer, nomás, los peludos de UTAA bajaron a Montevideo con su
reclamo de expropiar (sin indemnizar) las 33.000 hectáreas de
Silva y Rosas, un latifundio improductivo que pensaban
transformar en plantación cooperativa de caña de azúcar. Parece
mentira, pero fue ayer nomás que esos campamentos nos
cambiaron la vida a toda una generación, la del Ché Guevara.
Pocos días atrás, convocados por la Mesa Nacional de Colonos,
AFINCO (gremio de los trabajadores del INC) y la Mesa
Intersindical de Bella Unión, se reunieron unas 80 personas en la
chacra cooperativa “15 de enero”. Como el grupo de oligarcas
que nos gobierna se propone desmantelar el Instituto Nacional de
Colonización (INC), los allí reunidos discutían cómo organizarse
para defenderlo.
Entendieron que era buena cosa rodear el parlamento los días 12
y 13 de octubre, momento del senado para votar el artículo del
presupuesto que desfinancia el INC. Convocaron entonces a
reunirse en “fogones artiguistas” al costado del Palacio
Legislativo. A los convocantes se suman varias organizaciones
más, las que representan la Nación Charrúa, a los
afrodescendientes, productores ecológicos, aspirantes a colonos,
sindicatos de trabajadores rurales, asalariados con tierra de Bella
Unión, estudiantes, cooperativistas de FUCVAM. La
concentración coincide con la convocada por el PITCNT en la
plaza 1° de Mayo.
Al igual que en 1964 me propongo acudir al llamado de lucha por
la tierra, como también habré concurrido el martes por la mañana
al Canal 10 junto a los que luchan por un Canelones libre de soja
transgénica. Así comenzó aquella historia reciente, la que aún
sigue corriendo.
¡¡ Tierra!!
Una vez más emergió la cuestión de la tierra. Desde que los
malos europeos la robaron a mano armada, el modelo “tierra para
quienes la trabajan” enfrenta el modelo “tierra para los pocos y
privilegiados”. La lucha entre ambas formas de producir estuvo
en el origen del Uruguay como república independiente. Los
peores americanos pensaban, según Isidoro de María, que los
pueblos indígenas “no eran capaces de comprender todos los
beneficios que resultaban de la conquista y por eso luchaban
contra los invasores”. Por eso impidieron recuperar su territorio a
los pueblos originarios, los privaron del espacio propio, donde
desarrollar sus autonomías y sus culturas.
José Artigas veía el problema desde el ángulo opuesto. Escribió
al gobernador de Corrientes: “Recordemos que ellos tienen el
principal derecho y que sería una degradación para nosotros,
mantenerlos en aquella exclusión vergonzosa que hasta hoy han
padecido por ser indianos”. Esa visión, Artigas la puso en práctica
el 10 de setiembre de 1815 con su Reglamento de Tierras: la
cuestión indígena se resolvía restituyendo la propiedad a los
guaraníes, los charrúas y los negros, a los más infelices
deambulaban por campos ajenos.
Luego de la “independencia”, el genocidio riverista hizo del
Uruguay un territorio libre de poblaciones originarias y los
genocidas pudieron apropiarse de los latifundios, del puerto y de
los cargos en el aparato burocrático.
Ocupar, ocupar y ocupar.
Ciento cincuenta años después, el viejo modelo artiguista
resurgía con el programa del Congreso del Pueblo. La Reforma
Agraria se volvió el nudo de las más sentidas aspiraciones
populares. Consigna de la rebelión peluda, la bandera de UTAA
lucía el “tierra para el que trabaja”. En todo el espectro partidario,
desde Wilson Ferreira Aldunate a la izquierda que se preciaba de
revolucionaria, se coincidía en la necesidad de cambiar la
estructura de propiedad de la tierra. Hablar de reforma agraria fue
muy natural en aquel Uruguay sesentista. Los que empuñamos
un arma, en busca de la palabra justa, la encontramos en el grito
“Por la Tierra y con Sendic”, síntesis cañera del espíritu que
reinaba.
En 1985, al regresar a los cuarteles, la dictadura nos dejó el 8%
de la tierra bajo propiedad de capitales extranjeros, porcentaje
que el movimiento popular consideró escandaloso. La pérdida de
soberanía por la extranjerización de la tierra fue uno de los ejes
crítico del discurso de la izquierda. Sin embargo, pese a los
esfuerzos de algunos sindicatos y sectores minoritarios, fue
imposible reinsertar la reforma agraria en los programas del
PITCNT y del Frente Amplio. Se negaron los que marchaban
hacia la moderación y el liberalismo.
Actualmente, casi sin ninguna oposición, los capitales extranjeros
han llegado a ser propietarios del 50% del territorio nacional. La
cifra indica el grado en que el Uruguay ha perdido independencia
y ha sido insertado en la economía mundial como productor de
materias primas. El proceso de recolonización ocurrió ante la
pasividad y el desinterés del movimiento obrero, con la
complicidad de los tres partidos que fueron gobierno luego de la
dictadura cívico militar.
La tierra es el único recurso natural con que cuenta nuestro
pueblo para alcanzar la justicia social. Con su plan de lucha por
la tierra y contra la pobreza, Raúl “Bebe” Sendic supo unir los
problemas de la marginación social con el cambio en la forma de
hacer producir la tierra. La cuestión social se resuelve aboliendo
el latifundio y poniendo en práctica el “tierra para el que trabaja”,
transformando el modo de hacer producir la tierra y distribuir sus
productos.
La tierra, sin embargo, continúa inaccesible para el marginado y
empobrecido, para el que enriquece con su trabajo a los
latifundistas locales y extranjeros… ¿ocupar, ocupar y ocupar
será la única forma posible?
El 12 de octubre, fecha luctuosa para el pueblo indoamericano,
nos vemos alrededor del parlamento para manifestar nuestro
deseo de “tierra para el que trabaja”.
8 de octubre de 2021
Jorge Zabalza