Salió en Voces
Jorge Zabalza
“Tengo 45 años y llevo 43
arriba de un carro“, cruda síntesis de uno de los oradores en la asamblea de a
caballo que realizó la UCRUS (Unión de Clasificadores de Residuos Urbanos
Sólidos) en la explanada de la Intendencia de Montevideo. Síntesis de su vida y
de la realidad de un sector social excluido y marginado.
Según
cifras de la IMM, en la ciudad hay 3.188 personas que dependen de la
recolección y clasificación de residuos domiciliarios, el 70% de ellas menores
de 30 años. A simple vista parece que el municipio se queda corto. Basta
recorrer ciertos asentamientos para darse cuenta de ello. Mas cercana a la
realidad es la estimación de UCRUS: unos 7.000 trabajadores de los que dependen
alrededor de 30.000 personas. No solamente a caballo se recogen los residuos
urbanos, también hay carritos con ruedas de bicicleta y abundan los que van a
pie de contenedor en contenedor. Continúa la requisa de carros por parte del
municipio, los manijazos clasistas de los medios de comunicación y la
persecución de la policía. Tristeza.
La
Intendencia tiene registrados alrededor de 1.500 cuidacoches, de los cuales unas
600 son mujeres. Otra vez parecen cortas las cifras oficiales. Se puede
presumir que otros 2.500 cuidacoches trabajan sin permiso municipal. Es decir,
para unos 16.000 montevideanos sus ingresos provienen de ese servicio que se
realiza en condiciones lamentables.
La
Unión de Vendedores Ambulantes del Transporte censó más de 1.500 personas que
sobreviven vendiendo y pidiendo en los omnibuses de Montevideo.
En
Montevideo alrededor de 600 cruces tienen semáforos, nichos de sobrevivencia
para unos mil montevideanos que limpian parabrisas y hacen malabarismos a
cambio de alguna moneda. Entre la Intendencia y el Ministerio del Interior los
expulsaron de allí. En realidad, después de años de cruzar las mismas esquinas,
uno se había a acostumbrado a intercambiar brevísimos comentarios con varios de
ellos. Los extraño.
Cuántas
personas trabajan cortando césped a domicilio?.
Cuántos
lavan coches en las calles de Montevideo?.
Según
revelan los cupos disponibles en los refugios nocturnos, al menos uno de cada
mil montevideanos está en situación de calle. Dicen que muchos de ellos se
niegan a pasar la noche en el refugio, porque padecen sicosis o temen que les
roben sus pertenencias. Muestras vivientes de la injusticia del sistema.
Cuando
los encuestadores del Instituto Nacional de Estadísticas preguntan “usted
trabajó una hora en la última semana“ ... la respuesta positiva en los
semáforos, carros y veredas, sirve para redondear una “tasa de desempleo” muy
baja, que luego podrá ser utilizada como publicidad del gobierno. No es
exagerado suponer que entre 17 y 18.000 hogares (más de 70.000 montevideanos)
dependen de estas formas de trabajo, informales, desamparadas, miserables. Está
claro que nadie debería ganarse la vida de esa forma, pero es el 5% de la
población de la capital que vive en esas condiciones de “sálvese quién pueda“.
La mega-brecha.
En
la BRECHA del 19 de julio, la periodista Tania Ferreira entrevista a Marcelo
Boado, doctor en sociología, quien concluye de sus estudios que “se ha
estirado la desigualdad entre las posiciones extremas y se han robustecido los
movimientos cortos en el sector intermedio de la escala social“. Los que se
mueven en corto son trabajadores no manuales sin calificación, dueños de
pequeñas empresas, trabajadores manuales calificados, los“treintamilpesistas“
en una palabra. Se asegura que la movilidad en los sectores intermedios es una
demostración de que ha disminuido la desigualdad, afirmación enmarcada en el
optimismo general de los sectores que participan de la alegría progresista. Sin
embargo el estudio de Marcelo Boado también afirma que se ha estirado la
distancia entre el vértice más rico y el extremo sur de la sociedad y uno, de
puro triste, se espanta.
El
método más conocido para “medir” la pobreza, es el de fijar una “línea”
divisoria que separa los pobres del resto. En diciembre del 2012 y para la
ciudad de Montevideo, el gobierno fijó la divisoria unos 8.500 pesos mensuales.
Se afirma que dicho ingreso alcanza para la alimentación sana (con los
nutrientes necesarios) de quienes dependen del que lo percibe, como también
para satisfacer las necesidades básicas de vivienda, salud, educación,
transporte y vestimenta. El INE calculaba que en la misma fecha el 11.3% de los
montevideanos estaba por debajo de la “línea”. Todo esto es bastante arbitrario
pues, al entender de uno, la mayor parte de los elementos que concurren a
determinar el estado de pobreza no se pueden medir ni pesar, no son bloques ni
chapas de cartón, no son calefones ni estufas eléctricas. La “línea de pobreza”
ha sido bien útil, sin embargo, pues uno de los éxitos que más propagandea el
gobierno es haber empujado 800.000 personas por encima de ella. Una persona que
empieza a percibir 8.600 pesos atraviesa la divisoria y, entonces, deja de ser
pobre para las estadísticas por lo menos; teóricamente saltó por encima de la
brecha social, aunque sus condiciones de vida sigan siendo las mismas que las
de aquellos que ganan 8.400 pesos y el INE considera pobres..
Aunque
los feligreses (académicos, periodistas, militantes) pasen por alto el abismo,
es lo determinante a la hora de juzgar la gestión de gobierno. Su existencia
justifica que buena parte del cuantioso presupuesto de la policía, se destine a
la defensa del territorio donde viven y transitan los que tienen sus
necesidades más que satisfechas. Es también la razón de ser de miles de
abogados y funcionarios del poder judicial, de otros miles de empleados
públicos que circulan por el sistema carcelario y de un ejército de
trabajadores sociales. La mega-brecha es fuente de trabajo para decenas de
miles pero, sin embargo, indiferente a todo ese gasto en asistencia social,
crece y se profundiza. Los gobernantes parecen haber olvidado que es un
producto natural de la reproducción del capital, que es imposible encontrar un
camino de solución dentro del sistema.
En
la triste realidad no logran detener el crecimiento de la mega-brecha, porque
no se atreven a poner coto a los más ricos (nacionales y extranjeros,
residentes y no residentes en el país) que se apropian de una parte cada vez
mayor del ingreso nacional y día a día se hacen más y más ricos. Asistimos a
una especie de genocidio por cuentagotas y los operadores del progresismo se
encargan de disimular la forma criminal
en que se acumula la riqueza en el vértice, mientras allá abajo, en el pantano
del saturnismo y las rejas, se crea un infierno para trabajadores manuales sin
la más mínima calificación. El actual modelo productivo privilegia la
concentración del ingreso y de la riqueza, se diferencia muy poco del modelo
liberal de producción y distribución que caracterizó los últimos setenta años
de historia del Uruguay. El desarrollo del capitalismo desemboca en la sociedad
del 1% y del 99%, en la del EE.UU. y el Mercado Común Europeo, con la Merklen o
con Rodríguez Zapatero, con Sanguinetti y Lacalle o con Mujica, Astori y
Vázquez. El semáforo y el carro son residuos del sistema que promueve el
gobierno progresista.
Lo
pobre no es el ingreso ni las necesidades insatisfechas, lo pobre es estar
reducido, por la fuerza del poder político y económico, a la imposibilidad de
proyectarse para cambiar las condiciones forzadas en que se vive, para salir
del pozo social y del semáforo laboral. Lo pobre es la imposibilidad material e
intelectual de pensar otra manera de vivir, solidaria, gratificante, humana.
Tiene que ver con características culturales e intelectuales, con el no-manejo
del pensamiento abstracto y de los conocimientos científicos y técnicos, con la
falta de capacidad de iniciativa y de voluntad para luchar por sus
reivindicaciones, con la carencia de sentimientos de responsabilidad social y
de solidaridad. En definitiva, un vocabulario de cien palabras es suficiente
para desempeñarse en esa vida tan empobrecida y salir al mercado laboral del
semáforo y del contenedor. A eso los han reducido y de ahí no los sacan con
tarjetas MIDES, “ceibalitas” ni trabajos organizados para justificar el gasto
presupuestal. “Incluir a los excluidos” parece limitarse a aprobar la ley No. 18. 874 para cobrarles el “monotributo
MIDES” , porque en la mentalidad capitalista del partido de gobierno, incluir
es hacerlos pagar impuestos. Hay que cambiar el poder, no alcanza con el
gobierno por más progresistas que sean sus ilusiones. Fortalecer el sistema no
es un camino para eliminar la injusticia social, la exclusión y la miseria.
Alegato
Nadie
llega al semáforo por exceso de ofertas de trabajo. Nadie opta por recorrer la
ciudad levantando residuos en un carro tirado por un caballo. Nadie elige
camperear las heladas o pasar el día entero a rayo del sol cuidando autos. Cada
cual trabaja donde puede o donde el sistema lo arroja. Nadie elige vivir en el
lado oscuro de la brecha social donde su destino es irreversible.
Detrás
de cada uno de ellos hay una tragedia; el escenario es una vivienda muy
precaria en un asentamiento abandonado de la mano de dios. El padre, el abuelo,
el bisabuelo y el tatarabuelo ya habían sido marginados por el Estado de
Bienestar, alguno de ellos probablemente fue un expulsado de la tierra. La
madre, la abuela, la bisabuela y la tatarabuela ya habían sido madres
adolescentes y solteras, muy probablemente sufrieron violencia doméstica. Se
criaron en la única habitación, durmiendo en el único colchón meado por todos y
esquivando las mismas goteras que los perros y los gatos. Fueron cuidados por
sus hermanas mientras la madre limpiaba mugres ajenas, mendigaba con el bebé en
brazos o se prostituía por un mendrugo. Alguno de ellos se quemó con el agua
hirviendo de la olla o con el brasero o con el rulo de la improvisada estufa
eléctrica. Tal vez un cortocircuito en la conexión clandestina les incendió el
rancho o se les inundó el dormitorio, frecuentemente la lluvia mojaba las ropas
y calzado, jugaban en el barrial del patio, con palos y piedritas de la basura.
Vieron pasar muchos hombres por la casa y muchas escenas de brutal bestialidad
hacia su madre. El alcohol, la droga y la televisión eran la forma habitual de
anestesiarse para soportar el día a día. Otra de las rutinas era preparar el
“paquete” para los que estaban presos y varios días al mes transcurrían yendo
de visita a la cárcel o las cárceles. Se criaron hablando de que “fulano ganó y
mengano perdió”, que “a zutano lo cortaron y a perengano le dieron pa’tabaco”.
Un mundo dividido en “ñeris” y “ortivas”, gente y policías. El relato de muchas
vidas transcurre del barrio a la cárcel y de la cárcel al barrio pasando por la
comisaría. Nacieron con una reja en la frente y, si lograban zafar, su destino
era el semáforo, la vereda o el carrito. Cuando los periodistas criados con
esmero por su familia, demonizan, satanizan y descalifican, bien podrían darse
una vuelta por el asentamiento antes de escribir.
El
Centro CAIF y la guardería representan unas horas de alivio en la vida de esos
niñas y niños, tantas educadoras y educadores preocupándose porque aprendan a
limpiarse los mocos y el culo, esforzándose porque una sonrisa borre la
expresión adulta de sus caritas. En cambio los alumnos no recuerdan con
gratitud la escuela, apenas la ven como un comedor y un patio de recreo. Están
ahí sentados en sus bancos, los championes y las medias mojadas en aulas frías
y húmedas, sin haber desayunado, mirando al vacío y esperando un mediocre
almuerzo, sin poder concentrar la atención ni controlar la inquietud, sin
entender casi nada por mucho que hayan rebajado el nivel educativo. Es
imposible aprender nada en tales condiciones. Acumulado durante cuatro o cinco
generaciones, el déficit de conocimientos y de cultura se ha vuelto vacío
inconmensurable. Como el nivel educativo se ha rebajado hasta ponerlo a tiro
con dicho déficit, las escuelas “de contexto” y de tiempo completo NO PUEDEN
desarrollar las capacidades potenciales de sus alumnos. Se cercena su
posibilidad de desarrollo en el campo del conocimiento y de la cultura, se perpetúan
el déficit y la injusticia del sistema educativo. Totalmente antidemocrático.
Los socialmente condenados a vivir en la exclusión, no tienen ningún estímulo
para estudiar, aprender y superar el déficit cultural y de conocimientos. Por
“extraedad” o por “razones sociales” los van pasando hasta egresar de la
escuela como analfabetos funcionales, para que engrosen el ejército de los
semáforos y los carros, de los candidatos a golpizas en las comisarías y
cárceles.
Mentalidades represivas
Los
medios masivos y los dirigentes de derecha (dentro y fuera del Frente Amplio)
festejan la “limpieza social” realizada por el municipio y la policía
frenteamplistas. Hasta un amigo mío, compañero de muchos años, editorialista de
un semanario, increpó a la gente de los semáforos: “que le salgan a las ocho
horas”. Cuando un limpiavidrios declaró “no nos queda otra que robar“, el
ministro Bonomi entendió que “no se debe aceptar ningún tipo de chantaje” de
esta gente” que “siempre tienen posibilidades de trabajo” y, de puro ingratos,
las desprecian. Se los persigue como si fueran criminales potenciales que
afectan a la “seguridad pública“. El Estado es implacable gobierne quien
gobierne. Inmorales son las medidas que perpetúan la injusticia social.
Se
trata de vagos y atorrantes a los que laburan pero no a los que pasan el día en
el casino de oficiales, no se los ha oído descalificar a las fuerzas armadas,
ni a la suprema corte, ni a López Mena y la “jodita“ de PLUNA, ni a al
empresariado transnacional que viene a acogotarnos. Fueron muy mesurados al
hablar de lo ocurrido a Evo Morales o a Snowden, el imperialismo no existe y el
discurso sobre los EEUU es muy delicado y diplomático. Las baterías apuntan
hacia abajo, no hacia arriba. El poder ejecutivo ataca la lucha de los trabajadores
desde el 2005, cuando UTAA ocupó unas miserables 32 hectáreas, hasta el 2013 en
que los docentes luchan por su dignidad. El agravio ha sido una política
constante contra los trabajadores que luchan. Se trata de desestimular la lucha
de clases. Como fracasaron en negar su existencia, intentan el desestímulo
arrojando dardos envenenados. Han logrado crear un clima subjetivo en la
población que mira con desconfianza a los sindicatos que luchan por sus
reivindicaciones. La misma desconfianza sienten hacia quienes andan en carro,
laburan en los semáforos o cuidan autos en las veredas.
La
persecución institucional y el acoso ideológico contra los 70.000 montevideanos
del pantano desconoce que su situación es consecuencia del modelo de país y
descarga sobre ellos la responsabilidad de vivir como viven, descalificándolos
y persiguiéndolos. Es bien clasista, se adoptaron los valores, los prejuicios y
las pautas culturales de la clase dominantes. Con el decreto sobre los lugares
públicos, hacen lo mismo que Marc Sarnoff, alcalde de la ciudad de Miami, que
propone encarcelar a todas las personas sin hogar para que no violen el orden
estético público. Tal vez piensen en seguir el ejemplo del gobernador de Río
Janeiro, Carlos Lacerda, que después del golpe militar de 1964, “limpió“ la ciudad
de mendigos arrojándolos a la bahía de Guanabara. Cabe recordar que Lacerda
inició su trayectoria política en la izquierda brasilera más radical.
Ya
a nadie le duele en la propia el golpe en la mejilla ajena, se ha cambiado el
espíritu del Ché Guevara por la mentalidad represiva de los dueños del mundo.
Dejaron de lado la denuncia de la injusticia y se dedican a reprimir por todos
los medios. Tal vez entendieron mal a Raúl Sendic: la lucha es contra la
pobreza, no contra los pobres. La mega-brecha desaparece con reforma agraria,
no pago de la deuda externa, estatización de la banca y aumento sustancial del
salario para que el mínimo pasara la media canasta básica. Un frente grande
contra la extranjerización del país. Claro, para esa lucha, hay que enfrentarse
con la clase dominante y el imperialismo y, sobretodo, no se puede llevar al
gobierno a Danilo Astori ni a Tabaré Vázquez.
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