por Jorge Zabalza
21 de marzo de 2012
Pensamientos íntimos
Desde el punto de vista de las constituciones burguesas, el Presidente de la República (así con mayúsculas) da una orden y las fuerzas armadas deben cumplirla sin discutir. Sin embargo, el presidente Mujica se sintió obligado a “invitar”a los altos mandos al acto de contrición que tendrá lugar en el Palacio de las Leyes y envió al ministro Fernández, ex-guerrillero que se pasó al verde a “negociar” con los uniformados para que no dejen desairado al gobierno. Al no atreverse a “dar la orden” para que se cumpla sin rodeos, Mujica permite que los mandos militares se hagan “rogar” y accedan a seguir siendo buenitos y obedeciendo al gobierno elegido en las elecciones nacionales. Les abre un espacio para que hagan política, para que puedan enviar su mensaje amenazante, los agranda como pan en remojo, les da vuelo. Antes de concretarse, el reconocimiento del Estado ya está desvirtuado por el partido militar.
En definitiva que el Estado pida reconozca el delirio represivo que desató es irrelevante, no significa nada, absolutamente nada. El gobierno y los medios de comunicación están creando la sensación de que hoy, 21 de marzo del 2012, se producirá un cambio trascendente y, sin embargo, no pasa de ser un acto formal, hueco, vacío de realidad, simplemente para dejar conforme a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. El Estado uruguayo –como todos los Estados habidos y por haber – no renunciará a su naturaleza represiva, una dictadura armada encubierta por las vaporosas vestiduras de la república electoral y parlamentaria. Nadie debería olvidar que desde el día de la creación del Estado, su esqueleto y sus músculos son las fuerzas armadas y la policía y que su destino manifiesto es proteger la buena marcha de los negocios de los dueños del poder económico.
Siempre creí que la historia del terrorismo de Estado, que corre desde el 13 de junio de 1967 al 14 de marzo de 1985, fue obra de un único demonio, del demonio cuartelero, que prevalecido de su monopolio de las armas y los calabozos, aterrorizó a todo un pueblo, haciendo del territorio nacional un gigantesco campo de concentración. Un sólo demonio, alevoso torturador, violador, homicida, que forzó la desaparición de cientos en todo el Cono Sur de América Latina. Apenas los pueblos se indignan, militares y policías muestran las uñas y los colmillos y salen a reprimir preventivamente, como lo están haciendo con sus “megaoperativos” en Uruguay, en Chile con los vecinos de Aysén y con los estudiantes que luchan por educación popular, con el movimiento popular en toda Grecia y en todo el Estado Español, con los pueblos de los países del norte africano. Ni siquiera esperan a que la revolución social esté sobre la mesa, se anticipan y reprimen preventivamente, por las dudas. Si ese demonio militar vistiera su más inocente piel de cordero, la del general Aguerre por ejemplo, y compungido echara rodilla al suelo para pedir perdón por sus crímenes, debo confesar que no le creería nada, porque sería otro “operativo mentira” para disimular su verdadera estrategia, la defensa a ultranza de los privilegiados, de las empresas extranjeras y de los dueños del Uruguay.
Ante mi conciencia desfilan cientos de caras que no me permiten perdonar las atrocidades de los violadores de mujeres y secuestradores de niños. Caras de inocentes y caras de culpables de luchar por un mundo más justo, solidario y humano. Los delitos de los terroristas de Estado fueron y permanecen siendo tan aberrantes que no puedo perdonarlos. No podría aunque pidieran perdón todas las mañanas. No puedo aunque manden al Pepe Mujica a pedir perdón en su nombre. No habrá olvido ni perdón, queremos verdad y justicia. Por todo eso, el 21 de marzo me quedaré en casa y ni siquiera encenderé el televisor. Basta de hacer política a lo Tinelli.
En definitiva que el Estado pida reconozca el delirio represivo que desató es irrelevante, no significa nada, absolutamente nada. El gobierno y los medios de comunicación están creando la sensación de que hoy, 21 de marzo del 2012, se producirá un cambio trascendente y, sin embargo, no pasa de ser un acto formal, hueco, vacío de realidad, simplemente para dejar conforme a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. El Estado uruguayo –como todos los Estados habidos y por haber – no renunciará a su naturaleza represiva, una dictadura armada encubierta por las vaporosas vestiduras de la república electoral y parlamentaria. Nadie debería olvidar que desde el día de la creación del Estado, su esqueleto y sus músculos son las fuerzas armadas y la policía y que su destino manifiesto es proteger la buena marcha de los negocios de los dueños del poder económico.
Siempre creí que la historia del terrorismo de Estado, que corre desde el 13 de junio de 1967 al 14 de marzo de 1985, fue obra de un único demonio, del demonio cuartelero, que prevalecido de su monopolio de las armas y los calabozos, aterrorizó a todo un pueblo, haciendo del territorio nacional un gigantesco campo de concentración. Un sólo demonio, alevoso torturador, violador, homicida, que forzó la desaparición de cientos en todo el Cono Sur de América Latina. Apenas los pueblos se indignan, militares y policías muestran las uñas y los colmillos y salen a reprimir preventivamente, como lo están haciendo con sus “megaoperativos” en Uruguay, en Chile con los vecinos de Aysén y con los estudiantes que luchan por educación popular, con el movimiento popular en toda Grecia y en todo el Estado Español, con los pueblos de los países del norte africano. Ni siquiera esperan a que la revolución social esté sobre la mesa, se anticipan y reprimen preventivamente, por las dudas. Si ese demonio militar vistiera su más inocente piel de cordero, la del general Aguerre por ejemplo, y compungido echara rodilla al suelo para pedir perdón por sus crímenes, debo confesar que no le creería nada, porque sería otro “operativo mentira” para disimular su verdadera estrategia, la defensa a ultranza de los privilegiados, de las empresas extranjeras y de los dueños del Uruguay.
Ante mi conciencia desfilan cientos de caras que no me permiten perdonar las atrocidades de los violadores de mujeres y secuestradores de niños. Caras de inocentes y caras de culpables de luchar por un mundo más justo, solidario y humano. Los delitos de los terroristas de Estado fueron y permanecen siendo tan aberrantes que no puedo perdonarlos. No podría aunque pidieran perdón todas las mañanas. No puedo aunque manden al Pepe Mujica a pedir perdón en su nombre. No habrá olvido ni perdón, queremos verdad y justicia. Por todo eso, el 21 de marzo me quedaré en casa y ni siquiera encenderé el televisor. Basta de hacer política a lo Tinelli.
Por el Colectivo del Blog Noticias Uruguayas
Jorge Zabalza
http://www.simplesite.com/