miércoles, 27 de enero de 2021

Reportaje de El Descamisado

Un luchador inclaudicable: Reportaje al compañero Jorge Zabalza, el Tambero
26 enero 2021 


«…El tema es la estaca, hermano. Te tenés que mantener firme como una estaca, porque en algún momento esa estaca se va a convertir en un palito de la colmena. Como en una época el deber de todo revolucionario es hacer la revolución, hoy en día el deber de un revolucionario es no integrarse ideológicamente al capitalismo, no adoptar sus ideas, es mantenerse firme. Que somos una minoría es cierto, pero Einstein era una minoría y cambió el mundo. Éramos más minoría en 1960 que hoy…” “Se ha perdido el discurso que revelaba las contradicciones antagónicas de la sociedad y que te obligaba a ser revolucionario”

Hace unos años, nos llegaba desde la otra orilla un periódico donde leíamos esa definición. Nos conmovió, tratándose de un momento en el que presenciábamos a diario  cavilaciones, defecciones y actitudes de cierta complicidad ante el desastre generalizado que nos iba dejando una democracia que no resolvía la dramática situación de millones de compatriotas sumidos en la miseria, la desesperanza y el olvido. Había salido de boca de Jorge Zabalza, “el Tambero”. Si bien lo conocíamos en función de su larga y extremadamente coherente trayectoria militante, siempre quisimos poder charlar mano a mano con él.

Jorge Pedro Zabalza Waksman vive en la periferia Montevideana, cerca del legendario y popular barrio del Cerro, donde conviven trabajadores y desocupados estructurales, barrio con historia de lucha y presente de resistencia. El “tambero” tiene 78 años, las ha pasado todas, clandestinidad, torturas, preso en calidad de rehén durante toda la dictadura que asoló el Uruguay entre 1973 y 1985. Una vez recuperada la democracia, fue elegido edil en 1994 por el departamento de Montevideo y ejerció la presidencia de la Junta Departamental.

Entre 1990 y 1994 dirigió el quincenario Mate Amargo, órgano oficioso del MLN. En 1987 publicó El miedo a la democracia, En 1996 escribió El Tejazo y otras insurrecciones. En 1998 presentó el ensayo titulado La Estaca, en el cual, analizaba lo que consideraba los límites del Frente Amplio como fuerza para impulsar un cambio social y se anticipaba al viraje hacia la socialdemocracia de sus principales componentes. En el año 2009 publicó Raúl Sendic, el tupamaro. Su pensamiento revolucionario, analizando a fondo los cuatro principales puntos del programa propuesto por el fundador y líder histórico del MLN (T). A fines de 2019, Zabalza presenta su libro La leyenda insurgente.

Se ha sobrepuesto a serios problemas de salud y sin embargo ahí anda, presente en cada conflicto donde se busca justicia, en cada reclamo popular, en cada lucha de los trabajadores.

Zabalza no es hombre de rendirse. Jamás. No lo hizo en los tiempos en que lo enterraron 13 años en cárceles-tumba, menos lo va a hacer ahora que sigue convencido que sus sueños por un Uruguay distinto, mas justo, están mas vigentes que nunca. Sabe que pagó un altísimo precio por su coherencia y su entrega. No reniega de ello.  

Es un referente obligado para todos los militantes populares que creen que el mundo debe transformarse en un lugar que merezca ser vivido. A nosotros, compatriotas de Zabalza de “la orilla de enfrente”, peronistas y profundamente respetuosos de la historia de lucha del MLN (T) y de Jorge Zabalza en particular, nos enorgullece que nos haya dedicado su tiempo. En definitiva, nos hermanan los sueños y la lucha por la Justicia Social para nuestros Pueblos.

Para quienes en nuestro país que no te conocen o te conoce poco, o esos sectores de la militancia que sólo tienen algunas referencias tuyas, del MLN-T, y particularmente de la lamentable etapa de rehén de la dictadura ¿Podrías hacernos una semblanza de tu recorrido militante en el campo popular de tu país?

Pertenezco a una familia afín al Partido Nacional, un entorno político que reverenciaba la gesta revolucionaria de los Saravia. En Minas, la ciudad donde nací, convivíamos con Nepomuceno Saravia, hijo de Aparicio y jefe del último levantamiento gaucho en 1935. El culto del coraje y el sacrificio como valores políticos superiores. Por otra parte, de adolescente, fui lector de la revista “Bohemia”, que demonizaba a los “barbudos” de la Sierra Maestra, pero, leyéndola, me convertí en admirador de Fidel, Camilo y el Ché. Fácilmente los identifiqué con las montoneras de Aparicio o con la revolución de los “farrapos” y Gumersindo Saravia. Hacer política a lanza y caballo me parecía una perspectiva de vida deseable.

Muchos jóvenes blancos, en su momento, tomaron partido por los republicanos españoles y en contra del franquismo. O enfrentaron al panamericanismo con Carlos Quijano. Con esa impronta ideológica fue mi iniciación en la lucha social, integrado al movimiento estudiantil de los años ’60, primero en secundaria y luego en la FEUU, la Federación de Estudiantes Universitarios. La militancia estudiantil me condujo a separarme de la práctica política y electoral de mi padre.  

En 1964 los estudiantes tomamos la Universidad en repudio a la ruptura de relaciones diplomáticas con Cuba Revolucionaria: de la ocupación salí incorporado a la FAU (Federación Anarquista del Uruguay). Cultivé lecturas sobre la guerra revolucionaria española, terminé siendo admirador de Buenaventura Durruti y de los anarquistas españoles. De ellos, incorporé el rechazo al estalinismo.

Invitado por el MRO (Movimiento Revolucionario Oriental), en 1967 viajé a Cuba Revolucionaria con miras de entrenarme y participar en la experiencia guerrillera en Bolivia. Sentíamos en nosotros el aliento del ’68. La voluntad de actuar y la expresión muscular de las ideas en primer lugar, recién luego venía la necesidad de explicarnos los que hacíamos y nos empapábamos en la teoría revolucionaria. En el viaje fui leyendo “El Estado y la Revolución”. Fue la primera vez en mi vida militante, siguieron otras, innumerables.

El asesinato de Ernesto Guevara nos sorprendió en pleno entrenamiento y, desde allí mismo, me integré al Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros). Regresé en setiembre de 1968, a un mes justo de la muerte de Líber Arce, el primer estudiante asesinado por la policía de Pacheco Areco y, desde ese momento, participé activamente en el sector militar de la guerrilla urbana. Fui hecho prisionero tres veces, dos ellas herido de bala, participé en las dos fugas grandes. Luego que los verdugos experimentaron su política de aislamiento con doce compañeras sacadas clandestinamente de la cárcel de Punta Rieles, otros nueve fuimos “flauteados” como rehenes del Penal de Libertad. Nos dividieron en tres grupos de tres. Durante once años compartimos incomunicación y privación sensorial con Raúl Sendic Antonaccio y Julio Marenales. En la noche de doce años, nos propusimos seguir enteros: durante un año y medio trabajamos una fuga del cuartel de Paso de los Toros; nos golpearon, pero más de una vez les retribuimos con algún moquete; simplemente para reafirmarnos en nuestra dignidad nos negamos a firmar los escritos de la justicia militar; como medida de protesta nos negamos a dejarnos afeitar; al cumplir los diez años de rehenes hicimos una huelga de hambre. Cada vez que nos castigaban sentíamos que seguíamos vivos en nuestras convicciones. En 1984 nos regresaron al Penal de Libertad. El movimiento popular nos sacó de entre rejas en 1985.

Tu familia directa también es parte de la historia política uruguaya. Tu padre ha sido un importante dirigente del tradicional Partido Nacional y tu hermano Ricardo, fue parte de los núcleos iniciales del MLN-T y es uno de los compañeros caídos en las acciones de Pando. ¿Qué recuerdos tenés de ellos hoy, a la distancia?

Siguiendo a Carlos Quijano (el futuro fundador del semanario MARCHA), mis tíos y mi padre, Pedro Zabalza, se apartaron de los sectores más conservadores del Partido Nacional. La lista de mi padre ganó cuatro elecciones consecutivas en su distrito electoral, el departamento de Lavalleja. Fue Intendente, senador de la república y consejero nacional (cuando el poder ejecutivo en el Uruguay era un colegiado de 9 miembros). Veía en el municipio una empresa de obras públicas, fuente de trabajo para su clientela electoral, su consigna era “más picos y más palas”.

Cuando el primer gobierno del Partido Nacional firmó la primera “carta de intención”, mi padre renunció a su cargo en el colegiado: entendía que el compromiso con el FMI sólo serviría para agudizar la pobreza en la ya arruinada “Suiza de América”. Hasta el golpe fue ladero de Wilson Ferreira Aldunate en el Senado. Perseguido por la dictadura, en 1980 intervino decididamente en el plebiscito que le dijo NO a la reforma constitucional que “legalizaba” la tutela militar. Pese a no compartir mis convicciones, pese al dolor por la muerte de su otro hijo, mi padre, y en especial mi madre, fueron el mayor apoyo moral y práctico que tuvimos mi hermana y yo en cárcel.  

Luego de haber sido hecho prisionero en la toma de Pando (8 de octubre de 1969), mi hermano menor, Ricardo Zabalza, fue asesinado por la “metropolitana” (cuerpo militarizado de la policía). Formó parte de aquella generación rebelde del ’68 que se transformó en revolucionaria.

Un compañero de su adolescencia lo definió como “un andariego”: era del “centro” de la ciudad, pero andaba por los barrios jugando al fútbol donde cuadraba. Compartía sus días y amistad con gurises que no pertenecían a la clase social en que había nacido. En la escuela pública, la plaza de deportes y el campito de fútbol, fue incorporando nuevos modos de ser y de sentir. Inculcada en la vida familiar, su sensibilidad social se fue transformando en solidaridad, trasfondo de sus definiciones políticas. Suicidio de clase, le llamaba Ché Guevara.

En la lucha de los estudiantes universitarios se plegó al MLN (T) en 1968. Lo mataron con 20 años. Su forma de enfrentar la muerte estuvo y está presente en mi modo de encarar la vida y la militancia política. Me transmitió la entereza ética necesaria para enfrentar interrogatorios, cárcel y los calabozos cuarteleros, pero, asimismo, para no ceder en la feria de vanidades de la democracia burguesa. Lo que soy y como soy es el legado de Ricardo.  

Cuál es tu mirada del proceso político del Frente Amplio en el poder y las enseñanzas que deja? Sabiendo que en una primera etapa fuiste parte del FA e incluso tuviste una responsabilidad institucional como legislador o edil por la Ciudad de Montevideo, desde la que en la práctica mostraste tu coherencia militante, aún contra las posiciones de tus compañeros de bancada. (Caso Hotel Casino Carrasco)

A modo de preámbulo cabe recordar que los procesos electorales dejan intacta la arquitectura de poder. La clase dominante ya no gobierna, pero, a través de sus instituciones y lobbys continúa haciendo política desde afuera del Estado. En un sistema liberal, maneja en su beneficio la orientación general de las políticas públicas. La correlación de fuerzas siempre le es favorable.  

En sus documentos fundacionales (1971), el Frente Amplio no se proponía transitar al socialismo, por cierto. Sin embargo, más allá de lo escrito, su electorado lo imaginaba como instrumento político para la transformación revolucionaria. Al restablecerse la democracia liberal en 1985, el Frente aún mantenía esa imagen transformadora, querían que fuera mucho más que otro gobierno en el Uruguay, el vehículo para trasladar poder al pueblo organizado, instrumento de poder político para la expropiación de los latifundios, para erradicar la propiedad abusiva de los capitales financieros y de los complejos industriales y comerciales.

Durante la lucha por anular la ley de impunidad, ese imaginario radical fue utilizado por la derecha para asustar con el comunismo internacional y la subversión tupamara. Las capas medias se asustaban y confiaban sus votos a los partidos conservadores. Sin embargo, con esa imagen/propósito transformador, en 1990 se logró que el 34% de los montevideanos apoyaran al Frente y se accedió al gobierno municipal. No parecía ser necesario cambiar de imagen.

El documento N°6 del Frente Amplio proponía iniciar un proceso de participación política en los barrios de Montevideo, trasladar la política al tejido social organizado, descentralizar las grandes decisiones del gobierno como, por ejemplo, en materia de presupuesto. Entrañaba la siembra de gérmenes de poder popular, la estrategia de tender un cerco al enemigo de clase. Los tupamaros acompañamos el proceso, creíamos que podía ser el comienzo posible de proceso. Sin embargo, apenas la derecha contraatacó y acusó al Frente de estar instalando soviets en Montevideo, el gobierno municipal cedió rápidamente y abortó la descentralización, reduciéndola simple desconcentración del aparato burocrático municipal.

La moderación fue muy bien recibida por los partidos conservadores, pero desató resistencias en el movimiento frenteamplista de base. Se rompió de hecho el cordón umbilical que unía el Frente con la gestión del municipio. Fue un ensayo o un anticipo del viraje que vendría a nivel nacional y que se concretó en 1998, en uno de los más prolongados y azarosos congresos frenteamplistas. Impulsado por los autores del “documento de los 24”, el Frente Amplio se convirtió en Encuentro Progresista. La moderación pragmática, impuesta de hecho, sirvió de instrumento para despejar desconfianzas en la clase media. El caudal electoral progresista creció y creció, hasta que, en 2005, cuando el ex “cuco” ya no podía asustar a nadie, accedió al gobierno nacional votado por la mitad del electorado.    

Hasta la campaña electoral del 2004, el Frente se había opuesto a las leyes que facilitaban la inversión de capital extranjero en zonas francas y en el complejo forestal-celulósico. Eran muchas y sobradas las razones esgrimidas. La ciudadanía acompañó con su voto esa postura abiertamente crítica. Sin embargo, luego de acceder al gobierno nacional en 2005, se dio un giro de 180 grados y el progresismo pasó a impulsar las zonas francas, la forestación y la celulosa, las mismas políticas del programa conservador que había denostado anteriormente. Las corrientes mayoritarias, incluyendo el Movimiento de Participación Popular (MPP), se ajustaron a la moderación del Frente Amplio, que cada vez abría más la economía nacional a las inversiones de capital del exterior. En una palabra, mientras se gobernaba, fue retrocediendo hasta convertirse en otra institución partidaria del sistema capitalista. El mismo recorrido del socialismo español y el eurocomunismo.  

¿Cuáles fueron las principales limitaciones de esa experiencia, (la del FA)?

La superchería liberal ha terminado por cooptar las mentalidades en el progresismo. Todo su discurso gira alrededor de la acción parlamentaria y sobre la gestión del gobierno. La pérdida del horizonte transformador y la adscripción al liberalismo, anulan su capacidad para la confrontación política e ideológica. Razón de sus anteriores victorias electorales, la moderación terminó siendo la causa de la derrota en 2019. Abrió camino a los poderosos. Es muy grave la responsabilidad política de los que motorizaron la moderación. Por eso mismo, a un año de perder las elecciones, todavía no se ha analizado porqué hubo tantos votantes que le dieron la espalda. Implica derribar los ídolos con pies de barro.

Hoy día el progresismo hace política solamente en el parlamento y los medios de comunicación. Evita cuidadosamente salirse de los carriles prestablecidos por el liberalismo. Ha olvidado la vocación por hacer política en las calles, el punto de encuentro para la participación, donde el pueblo discute y llega a acuerdos políticos por afuera de las instituciones de dominación. Donde en forma activa y directa la masa diseña rumbos. Se ha desistido del debate ideológico de fondo: transformación versus conservación, poder popular versus poder oligárquico. En las campañas electorales solamente se discute gestión y administración del Estado. Sin embargo, como ser buen gestor es independiente de la opción ideológica del gestor, se confunden derecha e izquierda. El Frente abandonó su tarea alfabetizadora y ello ha generado la confusión que se reflejó en las urnas en 2019.


Que diferencias encontrás en la sociedad uruguaya después de 15 años de gobierno del FA?

Sin dudas, desde el 2005 se comenzó a buscar y se encontraron los cuerpos de algunos desaparecidos y, asimismo, fueron procesados los primeros criminales del terrorismo de Estado. También es cierto que se dieron pasos muy importantes en materia de derechos.

Si bien todo eso es cierto, con el respaldo tácito o expreso del Frente Amplio, hoy día es propiedad extranjera el 100% de la producción de celulosa, el 60% de la industria de la madera, el 72% de la producción de arroz, el 64% de la soja cosechada y el 63% de la industria frigorífica. Mientras que, en el año 2000, eran uruguayos el 90% de los propietarios agropecuarios, en el 2011, presidencia de José Mujica, se redujeron al 54%: el 46% eran extranjeros. En el 2018 el 11% del territorio nacional era de ellos. Estas cifras muestran la consolidación del modelo extractivo y expoliador de los recursos que pertenecen al pueblo uruguayo. La apertura irrestricta a las inversiones extranjeras vino de la mano con la moderación política de la izquierda.

Se puede afirmar, sin duda, que durante el progresismo se aceleró el proceso de extranjerización de la economía nacional. Ello significó, nada más ni nada menos, que la consolidación del modelo extractivo y expoliador de los recursos que pertenecen al pueblo uruguayo. Ni hablar de la política de “honrar la deuda” … término acuñado para vestir la dependencia del capital financiero.

La política económica contradijo las expectativas plasmadas en las resoluciones de los congresos frenteamplistas. Por más que se enojen los que se niegan a ver la realidad, las consecuencias sociales fueron rotundas: se sostenía haber sacado a cientos de miles de la pobreza, cuando, simplemente se los había “asistido” con unos pesos, un empujoncito para que pasaran por encima de la “línea”, para hacerlos consumidores de cuarta. La exclusión social, cultural y política no se puede medir respecto a una canasta de consumo. La falsedad implícita en ese método cuantitativo quedó en evidencia apenas comenzó la pandemia y brotaron de la nada familias que corrían a las ollas populares. La mecha sigue encendida.

Luego de la dictadura militar sobrevino una ola de entusiasmo “primaveral”: ¡la democracia burguesa era la pócima que todo lo curaba! La gente creía que era posible disputar el dominio del Estado a la clase dominante, que era posible avanzar en democracia hacia una democracia más avanzada. Sin embargo, a pesar del optimismo, refugiado en sus cuarteles, continuaba al acecho el germen de la “no democracia”. El modo democrático de dominación pacífica necesita de la tutela militar, de una fuerza armada que coaccione el inconsciente colectivo, que induzca el consentimiento necesario al sistema representativo. En Uruguay la amenaza fascista se mantuvo refugiada en los muros cuarteleros, no hubo levantamientos “carapintadas”, pero pudieron haber ocurrido.

Se suponía que los gobiernos progresistas, que tuvieron mayorías parlamentarias durante 15 años, procurarían “democratizar las fuerzas armadas”, un contrasentido mayúsculo: ¿cómo democratizar la verticalidad del ordeno y mando? Hubiera sido posible, en cambio, anular de alguna forma, aunque fuere mínimamente, la influencia política de las fuerzas armadas. Sin embargo, se recorrió el camino inverso y, una vez moderado, el progresismo optó por granjearse las de los uniformados participando en las “misiones de paz” y mejorando su preparación para la represión.

Como es viejo y sabido, los dueños de todo no renunciarán pacíficamente a sus privilegios y cuentan, para ello con las fuerzas armadas, su reserva institucional para defensa de sus privilegios. Es un hecho indiscutible que se mantuvieron intactas las bases materiales del capitalismo, sus consecuencias sociales y la la amenaza cuartelera, el complemento de la democracia burguesa. En definitiva, los 15 años reafirmaron el viejo diseño dual de la dominación, anticipo del regreso del autoritarismo y del terrorismo de Estado. Se contradijo, en la práctica, la consigna/deseo de Nunca Más.

Ahora Lacalle Pou está manejando a su antojo la maquinaria que dejó aceitada el progresismo. Tal cual supo recomendar la doctrina de la seguridad nacional en los ‘50, se está acostumbrando la población a la “acción cívica” de la policía y del ejército, se promueven y festejan sus intervenciones en diversas situaciones sociales y políticas. La presencia uniformada se vuelve habitual. No hay golpe de estado a la vista, pero, de hecho, se nos está advirtiendo que la maquinaria uniformada está viva y activa, y que, si es preciso, vendrá el autoritarismo de nueva generación. Después de todo, Lacalle Pou ya cuenta con su coalición multi reaccionaria.

Se puede afirmar, sin duda, que durante el progresismo se aceleró, al mismo tiempo, el proceso de extranjerización de la economía y el fortalecimiento de las fuerzas armadas. Fue una opción ideológica. En estos 15 años se cambió todo para no cambiar nada. “A lo Lampedusa”.

Vos sabés que nosotros somos militantes Peronistas, y reivindicamos la riqueza de un largo proceso histórico, no exento de serias contradicciones, donde el movimiento obrero organizado sigue siendo en nuestra concepción una herramienta fundamental en el proceso de lucha por la liberación nacional y social. ¿Qué rol le asignás vos al Movimiento Obrero Uruguayo en estos momentos de avanzada del liberalismo rancio y oligárquico que va -entre otras cosas- por profundizar la precarización laboral, y suprimir los derechos adquiridos tras años de lucha de los trabajadores uruguayos?

Los trabajadores del sector público no pueden tener la misma perspectiva que los clasificadores de residuos o los peones rurales. Es claramente imposible. Tampoco es lo mismo sufrir el capitalismo siendo mapuche, quichua o aimara que sufrirlo como asalariado blanco, rubio y de ojos celeste en USA.

Todas y todos forzados a vender su fuerza de trabajo, pero hay formas y grados diferentes en el sometimiento y la explotación. Las relaciones del capital con el trabajo presentan particularidades que no se pueden obviar, son la sal de la vida. El mundo asalariado no es un continuo uniforme.

Los sectores asalariados que están más cerca de la cumbre poseen mayor capacidad de presión y sus reclamos no pueden ser desatendidos. Logran organizar poderosos aparatos sindicales que, por otra parte, y lamentablemente, son caldo de cultivo para burócratas. Al movimiento obrero del Uruguay le llegó la oportunidad deseada con la victoria electoral progresista, a la cuál habían contribuido casi todos sus dirigentes y militantes. La práctica política se redujo al parlamento y la gestión, escamoteando la victoria que legítimamente había logrado la movilización popular. Todo terminó en adscripción del movimiento social a la moderación del Frente Amplio.

La presión sobre ministros y parlamentarios progresistas fue suficiente para restablecer los consejos de salarios y aprobar leyes favorables al movimiento obrero, como la de responsabilidad penal de las patronales, pero, cambió totalmente la puntería de la lucha sindical: quedaron al costado de la cancha la reforma agraria, la nacionalización de la banca, el no pago de la deuda externa y todo lo que significara cambio radical en la estructura social. Se dejó de cultivar el imaginario radical del Congreso del Pueblo, que dio origen a la CNT en los ´60 y, durante décadas, fue el eje de la cultura política de las masas asalariadas. Pese al retroceso general, hubo conflictos como el de los trabajadores del gas por cañería, que parecen indicar que la radicalización es la metodología de lucha más adecuada para defenderse de la ofensiva liberal.

Muy diferentes son las condiciones en los subterráneos de la pirámide. Allí, donde dejan toda esperanza los excluidos, un producto de la reproducción de la especie que el capital considera sobreabundante y no deseado. Groseramente marginados de la seguridad social y de los sistemas públicos de vivienda, salud y educación, sobreviven en sus territorios con salarios y jubilaciones miserables, rebusques no salariales y diversas formas de asistencialismo. Carecen de fuerza suficiente para hacerse oír. Les prometen repartir panes y peces, pero apenas los asisten con algunas migajas. Salvo como clientela electoral, los partidos políticos no los tienen en cuenta y los mantienen en el analfabetismo político, dijera Frei Betto. En Argentina y Chile los asalariados empobrecidos, que nutren la movilización social, elevan el punto de mira de sus plataformas y radicalizan los métodos de lucha. No ocurre lo mismo en Uruguay, donde son arrastrados por la moderación general.

Con mucha habilidad demagógica, el gobierno de Lacalle Pou exige al movimiento obrero sacrificarse para combatir la pandemia. Promete que, en un futuro más o menos lejano, su sacrificio será recompensado con la recuperación del poder adquisitivo y los derechos perdidos. Cabortero, Lacalle hace todo lo contrario y favorece los grandes capitales del campo y la ciudad. Con discurso liberal y látigo en la mano, está logrando neutralizar a quienes postulan la “oposición responsable”, la consigna de la resignación. ¿Responsables frente a quiénes? ¿Frente al gobierno de los dueños del Uruguay? Porque la “responsabilidad” frente a los multi reaccionarios, es “irresponsabilidad” para con el mundo asalariado.  

El caso de la ley de urgente consideración sirve de indicador: pese a su inicial oposición frontal a toda ley, en un ataque de “responsabilidad”, la bancada frenteamplista terminó aprobando casi la mitad de sus 500 artículos. Desconcertante la actitud tan timorata. La indignación que provocó resultó en la iniciativa para un referéndum que anulara toda la ley. Sin embargo, la dirección de la central sindical salió al salvataje de la conducción progresista: propuso rechazar solamente los artículos que el Frente no había votado en el parlamento. Es decir, del rechazo a toda la ley, los moderados pasaron abruptamente al rechazo a la mitad de la ley. Al discutir este flagrante contrasentido, 19 de los 50 sindicatos que integran la Mesa Representativa de la central obrera votaron contra la moderación del referéndum. Fue un hecho inesperado: la radicalidad parece estar germinando dentro del movimiento obrero. Puede ser un indicador de los modos de resistencia y lucha que se vienen para el 2021.

La cuestión de fondo emerge, una vez más, a la superficie: ¿a quiénes interesa hacer de este jodido mundo una sociedad sin clases? ¿a quiénes interesa luchar por tal quimera? A los proletarios del mundo unidos, ellos están llamados a sepultar la sociedad de clases, con su Estado y su mercado burgueses, a impulsar la transformación revolucionaria. La consecuencia más trágica de la moderación ha sido el abandono de esa perspectiva revolucionaria.  

Que diferencias encontrás entre la militancia actual y la de los sesenta y setenta que en el Uruguay parieron a la experiencia Tupamara?

Una madrugada, allá por marzo de 1967, dormía como una piedra cuando “el Líbano” me despertó: “flaco” -me dijo- “parece que el Ché está en Bolivía y nos están invitando a ir. ¿Qué les digo? ¿Vamos?”. 15 días después llegamos a Praga, a dedo desde el aeropuerto de Barajas… La preguntita es ¿lo habría hecho así nomás, a los 40 o 50 años de vida?

La militancia más veterana de hoy día, protagonista del pasado reciente, carga mochilas con vivencias y experiencias, victorias y derrotas, tiene encima y adentro mucha reflexión y debate. Perciben la realidad tamizada a través de ese cúmulo de archivos que modulan las emociones, que guían su acción en función de matices e hipótesis que 30 años atrás se pasaban por alto. La veteranía hace que necesites un poco más de tiempo para decidirte.  

Más libre de compromisos y ataduras familiares y sociales, la juventud es más lábil, reacciona inmediatamente en cuanto percibe el calor de los hornos, no debe filtrar su respuesta muscular a través de la experiencia, no duda un minuto en colocarse en la primera línea de fuego.

Gracias a esa labilidad florecieron los procesos revolucionarios, en el San Petersburgo del 17 y en la China del 48, en Playa Girón y en los movimientos guerrilleros que se multiplicaron por toda América Latina. La juventud es el jardín de las rebeldías donde florecen la transformación revolucionaria.

Que hoy día los “tanques pensantes” vean una Suiza de América en la hegemonía liberal de este Uruguay, no significa que su juventud haya perdido su potencial para indignarse y reaccionar. No es imposible que, mañana, de un día para el otro, la juventud uruguaya no soporte más la presión del sistema que la exprime y se vuelque a las calles y plazas, como hicieron en 1968, como están haciendo sus pares chilenos, heroínas y héroes de la más profunda rebelión en la actual América Latina.

En verdad, la juventud no me preocupa. Siempre mantendrá su potencial rebelde: lo determinan causalidades biológicas y culturales. Que pase a la acción política o continúe acatando las rutinas prestablecidas, simplemente depende de un “clic” en la subjetividad.

Los que más me preocupan son esos viejos leones que perdieron sus colmillos, cuyos rugidos se volvieron tímidos maullidos y que, por treinta monedas, abandonaron sus posturas revolucionarias y se subieron al carro de la moderación y la conciliación, tornaron en administradores del capitalismo o, en última instancia, de las migajas que les dejan administrar. Ah! Si me vuelven a proponer ir detrás del Ché Guevara a cualquier lugar del mundo, no dudo un instante: me tiro de cabeza.


 

¿Existe algún espacio social o político que veas que puede encarar un proceso de transformación o al menos resistir la tendencia actual hacia el liberalismo más rancio en Uruguay?

Por lo general, la militancia social en Uruguay ha sido o es votante o militante frenteamplista. Fueron los que intermediaron con las masas, reproduciendo y difundiendo el imaginario transformador asociado a la bandera del Frente. Motor ideológico capilar durante la dictadura, a la salida de ella y cuando comenzó el ciclo de victorias. A regañadientes, desde los ’90, comenzaron a atragantarse con cada bruto sapo que les hacían tragar: el del olvido y perdón, en particular.  

El pasaje al pragmatismo moderado desconcertó al pueblo frenteamplista, fenómeno que se fue profundizando: una parte renunció a pensar con cabeza propia, se volvieron feligreses que forman filas sin dudar, díganle lo que les digan. Otra parte de la militancia, minoritaria al principio, decepcionada, desconfió del nuevo rumbo emprendido. Se hizo crítica y, aun, muy crítica. En el ballotage de noviembre de 2019, la mayoría de los críticos “prestaron” su voto al Encuentro Progresista, pensando en impedir la victoria de la coalición multi reaccionaria, un modo de defender las escasas conquistas alcanzadas.   

Una vez perdido el gobierno, dada la actitud ambigua para enfrentar la ofensiva liberal, el proceso se profundizó, la gente recuperó su mirada hacia abajo y a la izquierda y la desconformidad derivó en franca disidencia. Hoy día, en el movimiento social existe un espacio disidente, con intencionalidad transformadora, todavía sin cristalizar, cuyo desafío consiste en autoorganizarse para desarrollar la capacidad de hacer política. Un frente grande que abarque las fuerzas sociales y le tienda un cerco a la clase dominante y su brazo armado.

Latinoamérica tuvo una «primavera progresista» desde 2003 en adelante, y en la mayoría de los casos, esas experiencias (Uruguay con Mujica, Argentina con el matrimonio Kirchner-Fernández, Paraguay con Lugo, Chile con Bachelet, Ecuador con Correa, Brasil con el dúo Lula-Dilma, etc) culminaron en una transición hacia gobiernos liberales (Macri en Argentina, Bolsonaro en Brasil, Piñera en Chile, Moreno en Ecuador, Cartés en Paraguay, Lacalle Pou en Uruguay). ¿Qué pensás que motivó estos procesos? ¿Sirve para algo un «progresismo» que maquilla medidas «políticamente correctas», pero en el fondo perpetúa los esquemas de dependencia que causan la pobreza estructural en nuestros Pueblos?

Es posible mirar la “primavera progresista” desde otro ángulo. Tomar como punto de partida el lejano 1492, el año de la introducción violenta del capitalismo mercantil en nuestro continente. Remontarse a los orígenes de nuestra identidad, que no fue un plácido encuentro de dos culturas: descendemos del horror. De un hecho brutal que interrumpió el desarrollo histórico que transcurría por carriles muy diferentes al de Europa y que, necesariamente, no tenía por qué conducir al capitalismo… ¿o acaso la historia debe seguir un curso predeterminado que pasa forzosamente por formaciones capitalistas?

En el comienzo fueron las pandillas de aventureros, vestidos de armadura y sotana, los autores del mayor genocidio de la historia humana: 100 millones de víctimas indefensas. La sangre que derramaron tomó forma de capital inicial para la revolución industrial en Europa. Fue más grave aún: luego del exterminio masivo, al quedarse sin suficiente mano de obra, acarrearon más de doce millones de esclavos arrebatados a los pueblos africanos: cientos de calles y plazas de América Latina homenajean genocidas o traficantes de esclavos. Sin embargo, como esa sangre fertilizó la tierra y su espíritu continúa viviendo en nuestros modos de pensar y de sentir, el análisis de las clases sociales y de la transformación revolucionaria no puede desconocer que, en el origen de todo, hubo invasores e invadidos.

Los criminales han sido absueltos por la intelectualidad orgánica. Se considera que sus crímenes imperdonables fueron necesarios para el progreso de la civilización. Que debemos agradecer el progreso que nos ha legado la generosa Europa, su Revolución Francesa, sus ideas liberales, religiosas y culturales. Claro, hay un absurdo ideológico en la artimaña semántica: la noción de progreso queda asociada a matanzas al por mayor. El rol de los intelectuales orgánicos consiste precisamente en borrar las manchas de sangre que ensucian la expansión del capitalismo.    

Después de trescientos años de encomiendas, mitas y exterminio, vino la generación de españoles americanos (así les decían), herederos de la cultura criminal de aquellas bandas de depredadores que, fogoneados por el Imperio Británico, inventaron la gran mentira de las “independencias nacionales”. En realidad, nos dividieron en 20 enclaves portuarios para facilitar el desarrollo de la industria manufacturera europea que, cada día más, necesitaba consumidores. Los criollos rompieron los lazos con las monarquías absolutas de España y Portugal, pero, a la vez, se subordinaron a las burguesías liberales europeas, tan criminales los unos como los otros.

¿Qué cambió para los pueblos originarios con la tan mentada independencia? ¿Qué cambió para los trasplantados forzosos desde el África? En esencia nada, se redobló el holocausto con la conquista de los desiertos, sierras y selvas, las últimas trincheras de los pueblos perseguidos: invadieron todo lo que sus padres y abuelos no habían podido invadir. Pese a sus pretensiones, eran vulgares mayordomos en los noveles Estaditos, simples funcionarios de la burguesía industrial europea y, por consiguiente, sus valores eran muy racistas, su filosofía de vida y su cultura justificaban el terrorismo de Estado como una necesidad del “orden y progreso”. La consciencia del mal cometido por los criollos afloró repetidas veces en los discursos de Moreno, Castelli, Monteagudo y José Artigas, pero, más temprano que tarde, sus ideas y sentimientos humanistas pronto fueron borrados de la memoria oficial por los mayordomos.

El progreso es, para occidente, la creación de condiciones favorables a la reproducción ampliada del capital, un significado que contiene un gigantesco contrasentido: progresa el 1%, se sume en la miseria al 99%. La versión capitalista del progreso entraña injusticia social, desigualdades y marginación… y, además, sobre todo, continuar con las discriminaciones racistas producto de sus 500 años de crímenes. ¿Es éste el significado de progreso que asumiremos para la revolución social?

Los proyectos de transformación revolucionaria implican justicia y reparación a las víctimas, asumir la culpabilidad que heredamos en los crímenes cometidos. Si proyectamos una Patria Grande, ella debe comprender la restitución de los territorios arrebatados, donde los pueblos originarios decidirán autónomamente de qué modo desarrollarán sus antiquísimas culturas, sus modos de pensar, de sentir y de producir. Sería un contrasentido espantoso proponer la autodeterminación de los pueblos, pero, al mismo tiempo, obviar la cuestión de la herencia maldita de los invasores ibéricos y de nuestros “padres fundadores”.

El progresismo supone entender que nuestra historia es la continuación de la historia de Europa, que naturalizamos el capitalismo y los asumimos como propio. Sin embargo, el capitalismo en América Latina comprende, de manera inseparable e insalvable, la invasión, el genocidio y el salvajismo racista.

La “primavera progresista” debe ser evaluada en función de cómo se avanzó en saldar la deuda histórica con los pueblos originarios y los descendientes de los secuestrados en África. No es posible hablar de la segunda independencia y a la vez continuar sometiendo las identidades de los sectores históricamente más importantes de nuestras sociedades. No es coherente hablar de autodeterminación de los pueblos y pretender, al mismo tiempo, determinar el destino de los pueblos que sometieron nuestros ancestros.


 

Podrías hacer un balance preliminar de esta primera etapa del gobierno de Lacalle Pou?

Se vive bajo el ataque del coronavirus, una consecuencia de la actual forma de producir alimentos: monocultivos transgénicos, granjas para el engorde estabulado de pollos y cerdos, deforestación y contaminación de las corrientes de agua. Además, sobre todo, la combinación mortífera de antibióticos, antivirales, transgénicos, pesticidas y fertilizantes tóxicos. Es el capitalismo 5G, que aniquila los equilibrios de la naturaleza en aras de los grandes negocios de Bayer/Monsanto, Syngenta, BASF, Cargill, Bunge y Born y otras corporaciones. Se agranda la distancia entre el puñado de los privilegiados y los miles de millones sin esperanza.

El desastre universal colorea la coyuntura: no se puede analizar a Lacalle sin dar cuenta de la pandemia. Se está haciendo política a partir de la confusión y el miedo que provoca el desastre sanitario y la imprevisibilidad: nadie sabe cómo será la vida en el 2021que comienza ahora. La catástrofe fue fundamental para que amainaran los vientos de pueblo que soplaban en América Latina. El COVID-19 llegó en auxilio de las clases dominantes. No logró apagar el incendio, pero aplanó la curva ascendente de la radicalización de los pueblos que habían tomado calles y plazas.

En Uruguay el ataque sobrevino a los pocos días que Luis Lacalle Pou asumiera la presidencia. Como en todo el mundo, el pueblo quedó sumido en la incertidumbre y el desconcierto. El novel presidente recurrió al arsenal ideológico del liberalismo, el discurso que encubre las desigualdades y desconoce la existencia de clases sociales en lucha. Es la vieja fantasía, todas y todos igualmente responsables de enfrentar la crisis sanitaria, pero, en la realidad, los y las trabajadoras corren el riesgo de contagio todos los días, en el lugar de trabajo (especialmente los que atienden la salud) y en el transporte público. Son sacrificados para mantener rodando la actividad económica, pero el beneficio va a los mismos bolsillos de siempre. La “libertad responsable” no logra disimular la mayor responsabilidad que debieran tener los irresponsables que manejan el Estado.   

Una actitud responsable desde el Estado hubiera consistido en estimular la solidaridad social, financiándola especialmente, sacrificando el déficit fiscal y las reservas monetarias en aras del desarrollo humano y humanista de la sociedad. Incluyendo contribuciones forzosas de los grandes capitales (confiscaciones de cuentas bancarias inclusive) y su distribución entre los que se mueven en la informalidad total. En cambio, el pregón del “quédate en casa” tiende al aislamiento social y a destejer el tejido social, a trabar las actividades colectivas, salvo las que interesan económicamente. De todas maneras, desoyendo a presidencia, por iniciativa popular, en Montevideo brotaron más de 400 ollas populares. Los que siempre van a la paliza, están dando el ejemplo de cómo se tiende la mano al prójimo.

El programa neoliberal se siguió aplicando como si no hubiera pandemia. Antes del año de gobernar, la coalición multi reaccionaria ya había aprobado su ley de urgente consideración y el presupuesto quinquenal, compendio de más de mil artículos orientados, en general, a reducir la parte del producto bruto destinado a masa salarial y a pasividades y aumentar la que llevan los que invierten capital. En enero 2021 habrá “tarifazo”, un impuesto encubierto que recorta el poder adquisitivo y engorda el bolsillo central del Estado. En carpeta está la reforma del sistema de seguridad social orientada a reducir el gasto presupuestal que significa pagar jubilaciones y pensiones. Desde el pique, sin estridencias, pero sin piedad ni falsos escrúpulos, Lacalle Pou va imponiendo el proyecto económico y social de los dueños del Uruguay, la política de los privilegios y la rentabilidad para los dueños del Uruguay.

Además, sobre la hora, Lacalle fogoneó la anuencia del parlamento para suspender la libertad de reunión, con el fin de salvar vidas, dice, y por un breve período de tiempo, argumenta. En realidad, el propósito político es dejar sentado el antecedente, dar una señal bien fuerte: “si lo entendemos necesario, estamos decididos a recurrir al autoritarismo”. Es la batalla de ideas: preparan el terreno subjetivo para las luchas que vendrán, tal y como aconseja la “técnica del golpe de Estado”. El “regreso del monstruo” es el hecho político.  

Por otra parte, la peste cuestiona la capacidad de la clase dominante para resolver los problemas sociales de mayor gravedad y, en consecuencia, abre serios interrogantes sobre el modo liberal de hacer política. La discusión entre la libertad de mercado y la regulación desde el Estado parece ociosa, simplemente propone la opción entre dos formas de capitalismo… ¿no habrá llegado el momento de pensar en un destino no-capitalista para la sociedad post catástrofe? A la barbarie de liberalismo habría que oponerle las ideas revolucionarias, parece ser el momento.

El momento de discutir cómo se derriban las pirámides. Imaginar otras formas de organizar el poder político, con todas y todos iguales, con espíritu comunitario. No más competencia feroz como modo de las relaciones humanas. En eso consiste la transformación revolucionaria, en encontrar formas de planificar y centralizar la producción social, mientras se desarrollan la vida en comunidad y la gestión autónoma de la producción.

El momento para hablar de cómo abolir el capital privado abusivo. Cómo quitar la conducción de la economía a los expropiadores de plusvalía. No más el salario como modo de sobrevivir. Es posible organizar la producción con espíritu de cooperación, sin explotación. Distribuir de acuerdo con las necesidades de cada cual. Imaginar la política y la economía sin Estado y sin mercado.

Si el capitalismo crea las condiciones para los tsunamis que no puede solucionar ¿es tan radical proponerse erradicarlo?

Qué mirada tiene sobre el sector agrario de tu país? Aquí venimos desarrollando una propuesta denominada «La Marcha al Campo» que se propone para aportar a la lucha contra la pobreza y desocupación estructural  (sintéticamente) la utilización de tierras fiscales y bosques nativos (en nuestro país hablamos de millones de hectáreas) para la creación de unidades asociativas en forma de cooperativas de trabajo, que impliquen una propuesta de transformación a mediano y largo plazo, de desconcentración poblacional en mega-urbes, que frene la sangría poblacional del campo a la ciudad, que produzca alimentos de manera sustentable y que por supuesto, genere fuentes de trabajo entre cientos de miles de desocupados que tiene nuestro país, incluyendo además acciones de capacitación, puesta en valor de infraestructura olvidada (la red ferroviaria, por ejemplo), construcción de viviendas en nuevas colonias agrícolas, etc.

¿Ves factible algo similar en el Uruguay? ¿Como está conformada la tenencia de la tierra? ¿Sería una solución viable promover la vuelta al campo también en Uruguay, como forma de enfrentar la desocupación y la pobreza?

Cuando la marejada popular nos sacó de entre rejas, Raúl Sendic Antonaccio ya se había armado con una idea parecida a “La Marcha al Campo” y, desde el pique, se dedicó a organizar el “Movimiento por la Tierra y contra la Pobreza”.

Su punto de partida era ese 11% de la población de Montevideo, la que vivía en asentamientos irregulares, en condiciones de exclusión social y política, cuyo árbol genealógico los vinculaba al trabajo en el campo, ya fuere porque pertenecían a la última ola de expulsados por el latifundio, o porque lo habían sido sus padres o sus abuelos. La existencia de la marginación urbana es consecuencia directa del latifundio, de su modo de aumentar la rentabilidad vinculado a la concentración de la propiedad, la expulsión de trabajadores y pequeños propietarios y su consecuente emigración hacia la periferia urbana.

En Uruguay, entendía Raúl, no existe campesinado, por lo cual, el “hambre de tierra” es propio de las familias del territorio marginado. Es la solución a la miseria de su vida. De esa manera, la cuestión agraria queda ligada a la solución a la marginación social. En primer lugar, era preciso que “toda la tierra que exceda las 2.500 hectáreas en propiedad privada no cooperativa pasará de pleno derecho… a la propiedad del Estado”. Expropiación sin pagar indemnización ninguna: bastante usufructuaron los latifundistas de su propiedad abusiva, bastante explotaron la riqueza natural que pertenece al pueblo, decía Raúl en las “mateadas”.

La gestión del cúmulo expropiado debía quedar en manos del Estado, que podría administrarla directamente – en Uruguay hay ejemplos de ello- o entregar la gestión gratuitamente a familias de colonos, que podrían usufructuarlas individualmente o en forma de cooperativas agrarias al estilo de la que existe en Cololó, departamento de Soriano. A cada familia cooperativista o usufructuaria se le entregaría una hectárea para instalar vivienda, jardín, gallinero, huerta, etc. La reforma agraria es el inicio del proceso revolucionario.

El propósito era radicar en el campo una buena parte de las familias marginadas en las plantas urbanas y privilegiar un nuevo modo de gestión de la tierra, repoblar la tierra y gestionarla colectivamente, un modelo totalmente opuesto al del latifundio. Transformar el modo de gestionar la producción agropecuaria en escuela de una nueva filosofía de vida, formar en la cooperación y el comunitarismo las mujeres y hombres que será las columnas humanas de la transformación revolucionaria.

Luego de la desaparición física de Raúl Sendic Antonaccio, quedaron unos pocos militantes agrupados alrededor de su memoria y de sus ideas sobre la reforma agraria necesaria para resolver la cuestión de la pobreza. La moderación ideológica abarcó la renuncia total a la reforma agraria. Por parte del MLN (T) y del Movimiento de Participación Popular (MPP), ambos totalmente integrados a la moderación liberal, cuidadosos de no hacerse sospechosos de radicalismo revolucionario.  

En el año 2009 publicaste un libro acerca del Raúl Sendic. ¿Nos podés hacer una breve semblanza del compañero?

Hombre de pocas palabras, Raúl Sendic Antonaccio se dirigía directo a la almendra del asunto, a la cuestión del poder, es decir, analizaba cómo, unos lo ejercen al hacer política y otras y otros se someten a las políticas de los poderosos. Ahí estaba, según Raúl, “el alma de los hechos”, como decía Onetti. Esa manera de percibir la realidad le permitió entender cada uno de sus actos o de sus dichos como una forma de resistir el ejercicio de poder al que lo sometían. La lucha por el poder se concretaba en cada bala que le tiraron y en cada golpe de puño que le propinaron. Entender así el mundo lo hizo transitar invicto los interrogatorios y calabozos cuarteleros: sin rendirse nunca.

Al salir de entre rejas, esperaba un mundo que había cambiado mucho, en particular, el Uruguay ya no era el mismo de los ’60, pero Raúl no había perdido su manera revolucionaria de ver el mundo, se negó a moderarse y ceder ante el empuje de las ideas liberales. Esa firmeza en las ideas se traslució en cada acto público, mateada o frente a la presión del periodista. En abril de 1986, le contestó a Víctor Lavagno de la revista “Crisis”:  

–       “Y actualmente ¿la revolución ha vuelto a la literatura?

–       Visto en perspectiva histórica, estamos en un momento de acumulación de fuerzas, tanto en Uruguay como en otros lados, pero de ninguna manera hemos perdido las esperanzas en un cambio total que transforme el hombre y la sociedad. Nosotros pensamos en una vía socialista que cuente con la mayoría del pueblo” […] “Históricamente se ha demostrado que el pueblo es estratega, o sea, que no basta con hacer un movimiento con una plataforma muy pulida y hermosa, sino que hay que mostrar un aparato capaz de llevar esa plataforma a su meta”. […] “El pueblo ve en los frentes una alternativa válida para llegar al poder, de allí el éxito en Centroamérica de los frentes formados por movimientos que a veces tienen ideologías muy diferentes entre sí. Nosotros debemos aprender de esa historia, pulir acuerdos y desacuerdos y constituir grandes frentes como aparatos idóneos para llegar al poder” […]

–       ¿Ya no ve el socialismo como la panacea?

–       Lo que no se ve es que sea tan fácil la creación de una sociedad socialista perfecta. Es claro que en los países subdesarrollados el socialismo significa un salto tremendo cuantitativo en el nivel de vida y en la justicia social, pero ya no hay esa mística de que venía el socialismo e inmediatamente surgía un hombre nuevo, que traía consigo un cambio radical de la mentalidad humana. Hoy tenemos una visión más realista pero no menos deseable de una sociedad socialista.

–       ¿Y esa visión realista cómo se traduce en materia de métodos?

–       En el hecho de que jugamos en la legalidad cuando es necesario, con los frentes cuando son necesarios y con la lucha violenta cuando es necesaria, siempre siguiendo lo que el pueblo está pidiendo en cada etapa. Los pueblos de estas latitudes ya han tenido demasiada violencia, y ahora están pidiendo legalidad, entonces, se hace así.” […] “Si mañana se hiciere aquí una experiencia socialdemócrata, fracasaría. Nosotros necesitamos soluciones drásticas sobre la propiedad y la explotación de la tierra y de la industria, como demostró la experiencia cubana. También el factor nacional debe ser predominante, tanto en lo político como en lo cultural, aunque siempre con una visión regional de unión con los países que padecen los mismos problemas”.

En otra entrevista, de noviembre de 1987, dejó documentado que:

–    ¿Se siente o se ha sentido usted derrotado?

–       Nunca me he sentido derrotado, porque nosotros dimos la lucha hasta el último cartucho y cedimos ante un poder militar superior…”

–   ¿Han abandonado definitivamente los tupamaros la lucha armada?

–       Nosotros nos comprometimos a respetar esta legalidad que se nos ha dado y ahora hacemos lo que el pueblo reclama en el país. Que es un poco de paz. […] De manera que en mi país el Estado de Derecho deja mucho que desear y el gobierno comparte el poder con las Fuerzas Armadas. En Uruguay no está consolidada la legalidad democrática y nosotros estamos dispuestos a defenderla si se ve amenazada…”

En el acto del Estadio Franzini, el 19 de diciembre de 1987, Raúl sentenció:

–       “La urgencia de una unidad opositora, la urgencia de un Frente Grande hoy es para detener esta extranjerización. Extranjerización al capital financiero internacional a través de la venta de tierras […] Extranjerización por las zonas francas, extranjerización al acatar la política económica decretada por el Fondo Monetario”. […] Hay que aumentar los salarios para devolver al pueblo trabajador uruguayo por lo menos el poder adquisitivo que le quitó la dictadura. Eso no se puede transar.

No hay que pagar un dólar más por deuda externa. Ésta configura una estafa descomunal y no se puede seguir quitando el alimento, la salud y la enseñanza a los uruguayos para darle más capital al gran capitalismo. Esto tampoco admite transacciones ni fórmulas intermedias.

Las empresas sobre endeudadas que deben a la banca estatal más que su capital, deben pasar al poder del Estado y, a través de éste, a sus trabajadores. […] Hay muchas empresas en las mismas condiciones; concretamente 900 de ellas han sido calificadas por el propio Estado como insolventes para pagar su deuda con esos bancos, y no hay una acción conjunta de los sectores progresistas hacia su control popular.

Y tenemos el agro, cada vez más olvidado a medida que se va despoblando y, en consecuencia, perdiendo votantes. […] Nada de esto se puede negociar. Ha habido demasiado diálogo con los militares fascistas. Y ha habido demasiada poca concertación para el cambio”.

[…] “En definitiva, estamos por la unidad, por la unidad sin exclusiones. Pero no reunirnos para transar, para contemporizar con el gobierno. Tampoco estamos para transar con el que transa. Como se ve, somos bastante imbancables, compañeros”.

No formar un movimiento político para transar ni para transar con los que transan.

Con la autoridad de ser el fundador y la referencia histórica del movimiento, los dichos de Raúl Sendic Antonaccio expresaban el modo de ser y de sentir de la enorme mayoría de los tupamaros: habíamos sido derrotados, pero no queríamos rendirnos nunca. Jugábamos en la legalidad, la voluntad popular se imponía, pero, se hacía política en la legalidad apostando a la formación de las columnas humanas que lucharían para instalar el poder organizado del pueblo trabajador. Jugar en la legalidad no significaba transar con el poder, ni transar con los que transan.

Mientras Raúl vivió, nadie, ninguno de los hoy integrados en cuerpo y alma a la democracia burguesa. Cuestionó su mirada de lucha por el poder. Para incorporarse al pragmatismo liberal y al olvido y perdón de los crímenes de lesa humanidad, debieron esperar que se apagaron los ecos del enorme cortejo que lo acompañó hasta el cementerio de La Teja. Recién entonces se sintieron fuertes para abdicar de los postulados de Raúl: transitar la legalidad es necesario, en determinados momentos, no para siempre. La cuestión es cómo aislar a los dueños del poder, los de afuera de fronteras y los de entrecasa. Cómo aislar las ideas que propagan sus operadores intelectuales, sean orgánicas o apóstatas que cruzaron de vereda.

Colaboraron con la entrevista: Jerónimo Meincke, Sabino Ledesma, Ramiro Mases, Rubén Bonelli y José Rey 


 


 






No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.