PREGUNTAS A UN SOBREVIVIENTE
Entrevista realizada por La Senda a Jorge Zabalza
Vivimos un período histórico muy particular,
donde parece que no hay futuro y que un cambio revolucionario no es
posible o se ve muy lejano. ¿Cuál crees que son las características más
salientes que diferencian esta coyuntura de los tiempos en que Raúl
Sendic Antonaccio formuló sus planteos y desarrolló su práctica?
Parecía que nada ni nadie podía detener aquel
impulso de octubre de 1917. La humanidad había echado a andar. Medio
siglo más tarde, desoyendo el pacifismo estalinista, la época la
marcaron la revolución en la revolución de Cuba y la guerra de todo el
pueblo de Vietnam. Hervía la sangre de la generación del Ché Guevara. En
reacción a las agresiones de las bandas fascistas, en Uruguay surgieron
grupos de autodefensa. Sierras, montes y ciudades de toda América
albergaron clandestinidades para todos los gustos. Dar la vida por la
revolución era tan natural como respirar. En ese clima propicio a la
desmesura irrumpió Raúl Sendic Antonaccio.
En apenas tres años (1968/1971), se instaló un
polo de lucha revolucionaria. Crujieron los amortiguadores del Uruguay
Batllista y el centro político estalló en mil pedazos. Desde la
izquierda nació el Frente Amplio con el propósito de reencaminar el
proceso hacia una salida parlamentaria y electoral.
En 1971 las elecciones confirmaron que la mano
dura de Pacheco Areco y Aguerrondo contaba con mayoría contundente, el
apoyo que necesitaban los golpistas. Sin embargo, al mismo tiempo, una
minoría muy significativa, la suma de Por la Patria y el Frente Amplio,
votó contra el pachequismo y la perspectiva de golpe. En Montevideo
alcanzó al 60% del electorado. La acción armada había contribuido a la
formación de esa masa opuesta al autoritarismo, pero, a pesar de ello,
no la guerrilla no supo leer el mensaje de los votantes. Se menospreció
el respaldo al golpismo, así como la posibilidad de que esa masa votante
se constituyera en sujeto político y frenara el golpe de estado en la
calle. Fuimos incapaces de pensar el “Tejazo” de toda Montevideo como
horizonte insurreccional.
La lectura equivocada indujo a olvidar el
sentido político del uso de las armas (crear compresión política, o sea,
acumular fuerzas). Las acciones de 1972 causaron rechazos en la
población y desflecaron las posibilidades de un movimiento
insurreccional masivo. Se cayó en el militarismo y se debió enfrentar a
las fuerzas armadas aislados de la compresión popular. Se desembocó en
el desbarranque en 1972. En el clima de derrota florecieron las flores
del mal. Las mismas que, luego de la muerte de Raúl Sendic en 1989,
reaparecieron en forma de olvido y perdón para los crímenes del
terrorismo de estado, un modo de conciliación de clases cuya semilla ya
existía en la rendición incondicional del Batallón Florida.
Desbarrancada la guerrilla, los sentimientos y
las ideas antidictatoriales se manifestaron masivamente en la Huelga
General de 1973 y, pese a la derrota, lograron sobrevivir las mil formas
distintas de terrorismo de estado. Arraigados en la consciencia
popular, el 30 de noviembre de 1980 emergieron con el NO a la dictadura y
fueron la levadura del espíritu de 1983. Fue el pueblo trabajador
buscando formas de organizarse y no grupos revolucionarios que buscaban
cómo organizar al pueblo. Nuevamente se enfrentó el palo y la tortura,
proceso que culmino en el río de libertad que vibró con el sonido de la
voz de Alberto Candeau.
Esa resurrección de la lucha popular alarmó a
civiles y militares y el susto trajo concertaciones y pactos varios. La
estrategia que sobrevolaba el club naval se proponía desalentar las
posibles insurgencias populares. Tras bambalinas acordaron que el
terrorismo se retirara impune a cambio de unas elecciones con candidatos
proscriptos. Implicaba que el progresismo aceptara que las fuerzas
armadas tutelaran las instituciones republicanas. De hecho, cada cuartel
volvió un bastión del terrorismo de Estado y foco de su irradiación a
la sociedad.
La impunidad de los criminales de uniforme
atrajo de diversas formas a la mayoría de las organizaciones partidarias
que, con el tiempo, se corrieron hacia la derecha y deshilacharon el
río de libertad del Obelisco. Se amontonaron en el centro político y, en
diferentes formas y grados, se hicieron cómplices del olvido de los
crímenes. A ello se agregó la caída del muro de Berlín, resultado de la
equívoca doctrina soviética de la “coexistencia pacífica”. Desde 1990 la
humanidad comenzó a desandar el camino andado desde 1917. La izquierda
fue sometida a un bombardeo ideológico que indujo el abandono de
principios y convicciones. Sobrevino un quiebre ideológico,
especialmente en las sucursales de la matriz estalinista.
Ya sin dientes ni vergüenzas, los exguerrilleros
ensayaron la nueva rendición incondicional, la entrega total de
concepciones y principios. Se especializaron en organizar “gigantes
estúpidos”, como Julio Marenales caracterizó al MPP de Mujica e
Huidobro. Asustados por la Masacre de Jacinto Vera se propusieron
disciplinar las futuros y posibles enviones de rebeldía. “Educaron para
la paciencia”, señalaba Helios Sarthou. Estos nefastos arrepentidos se
encargaron de desclavar la estaca que sujetaba el progresismo al margen
izquierdo.
Sin ancla y sin brújula, el progresismo quedó al
garete y se convirtió en operador de los grandes capitales nacionales y
multinacionales. Parece no tener fin el retroceso hacia el Olvido y el
Perdón, la conciliación de clases y la extranjerización de la economía.
La reculada general es la principal diferencia entre la coyuntura la
actual y la del Ché Guevara y Raúl Sendic Antonaccio. El relato permite
entender que el horizonte no se alejó espontáneamente, fue alejado por
los capataces del capitalismo que, desde la izquierda, impusieron la
visión liberal a la humanidad entera. El Uruguay Progresista está
dominado por esa estrategia que propone avanzar hacia una utópica
democracia avanzada que, en realidad, es una forma de democracia
burguesa.
Satanizaron el radicalismo en las luchas
sociales para criminalizarlo. Se dedicaron a destruir las perspectivas y
las intenciones revolucionarias, a desalentar el surgimiento de
movimientos revolucionarios. Disolvieron aquella firmeza espontánea
demostrada en la Huelga General. Los leones amansados lograron su
objetivo e integraron a la telaraña mundial del capital global las
fuerzas identificadas con el cambio por el pueblo uruguayo. Que cada
cual asuma su responsabilidad, sentenció Raúl Sendic Antonaccio.
¿Qué papel cumple la
democracia tal como la conocemos? ¿es un bien en sí mismo que hay que
cuidar? ¿Cuál era el pensamiento de Raúl Sendic Antonaccio al respecto?
En 1985 el pueblo uruguayo despertó de su larga
noche de doce años. A la pletórica alegría por el regreso de los milicos
a los cuarteles, se agregaba la expectativa ilusionada por la llamada
“restauración democrática”. En ese mágico contexto fuimos liberados los y
las últimas prisioneras políticas el 14 de marzo de 1985. El movimiento
popular nos abrazó. Se reconocía la causa justa de la lucha, su
finalidad transformadora de este mundo trastornado y sin salida.
Raúl Sendic Antonaccio pasó invicto por los
interrogatorios, nadie podía acusarlo de actitudes equívocas, ni de una
sola palabra de colaboración o rendición. Salió con la misma dignidad y
convicción que tenía al ser hecho prisionero.
En una entrevista en Barcelona, aclaró su
composición de lugar: “el hecho de que hayamos sido legalizados no
implica que termine el proceso revolucionario o que se renuncie al
mismo. Simplemente, son etapas y coyunturas donde un movimiento opta por
la legalidad porque, si no lo hiciera, tropezaría con la opinión
mayoritaria del pueblo. El movimiento revolucionario va a seguir siempre
con lo que el pueblo admita en cada hora de la historia” 1.
No se acopló a los himnos sacramentales de
alabanza a la democracia liberal. Proclamó que la lucha continuaba en el
marco legal instalado. En última instancia aceptar o no la legalidad
era decisión nuestra. Aunque siempre cabía la posibilidad de tropezar
nuevamente con la piedra del aislamiento, se había aprendido la lección.
Raúl quería transitar la legalización sin abandonar la perspectiva
revolucionaria de los ´60. Era el compromiso ético y moral contraído
tantas y tantos que habían perdido la vida en el pasado de lucha.
A 20 años del asesinato del Ché Guevara, en su
columna de “Mate Amargo”, Raúl redondeó con precisión su idea de qué
hacer: “Ocupemos esos espacios buscando soluciones colectivas. Para
sobrevivir, claro, pero saliendo en forma solidaria de los problemas. Si
nos concientizamos en esa misma realidad, si nos mentalizamos para la
salida colectiva, si hacemos una estrategia común para combatir el
fascismo, volveremos a la fe y a la mística de los sesenta. Estaremos
construyendo, en serie, hombres como éste, cuyo aniversario hoy
conmemoramos. Será de vuelta la hora de los hornos y no se verá más que
la luz” 2. En el
Franzini (diciembre de 1987) señaló que la tarea seguía siendo
“construir en los hombres y mujeres millones de columnas donde se pueda
asentar una sociedad socialista”.
Se planteaba preparar el terreno subjetivo para
las futuras insurgencias, denunciando la injusticia del latifundio, de
la deuda externa y del dominio de la economía por el extranjero. El
“Movimiento por la Tierra y contra la Pobreza” fue creado para luchar
por un cambio en el modo de producir del campo, para repoblarlo
expropiando latifundios sin indemnización alguna. Raúl cuestionaba a
fondo esa legalidad que se comprometía a respetar. La radicalidad del
programa conducía chocar de frente con la clase capitalista, la garantía
del curso revolucionario. ¿Adónde han conducido los programas sin
cafeína en boga desde los ’90? La disolución de programa precedió a la
incorporación a la democracia burguesa vestida de seda.
A Raúl Sendic no se le ocurrió sumarse al ritual
parlamentario. El Palacio Legislativo alejaba del sentir popular y
acercaba a los dueños del poder. La democracia surgida del Pacto del
Club Naval no le parecía tan primaveral: “(…)” en mi país el Estado de
Derecho deja mucho que desear y el gobierno comparte el poder con las
Fuerzas Armadas”, la tutela militar protegía la del gran capital y éste
retribuía sosteniendo la impunidad.
Sin embargo, sabiendo que las formalidades
restauradas habían cobrado valor para la gente, Raúl no dudó un instante
en afirmar que “(…)” nosotros estamos dispuestos a defenderla si se ve
amenazada”. Frente a la posibilidad de otro malón militar, Raúl
proclamaba su disposición a defender esa democracia recortada para estar
junto al pueblo. Incluso, si era necesario, con armas en la mano.
La desconfianza hacia la democracia burguesa
venia de larga data. Cuando en 1963, la policía de Paysandú detuvo a
Raúl “por las dudas”, por si organizaba la solidaridad con los que
bajaron la palanca en UTE, escribió que “Hoy podría dar más garantías
individuales un revólver bien cargado que toda la Constitución de la
República y las leyes que consagran derechos justos. “(…)” Pensar en
protegernos, ya que no podemos pensar que nadie lo haga por nosotros.
Tal vez así lleguemos a asumir nuestro propio rol en la historia” 3.
Poco antes, en 1958, impactado por la represión a
la huelga de los peones remolacheros en Paysandú, había escrito: “Ante
la mínima amenaza a los intereses capitalistas, una huelga obrera, por
ejemplo, se esfuma hasta el último rastro de democracia “(…)” [y] queda
al descubierto una cara siniestra que ya evoca las siniestras fauces del
fascismo” 4. En aquella
Suiza de América, que se vanagloriaba de su colegiado, Raúl opinaba que
la libertad y la democracia eran pura apariencia y sólo las disfrutaban
la gente rica.
En el trasfondo de su crítica a la democracia,
se adivinaba el mejor Carlos Marx, el que había caracterizado la Comuna
de París como obra de las masas obreras y no de una élite dirigente. El
pueblo obrero parisino actuando por sí mismo, sin la mediación de
representantes. Nada más democrático que esa forma directa de
organizarse para conducir el tránsito al socialismo.
Parece haber una suerte de olor a guerra en el
continente, particularmente en Venezuela. ¿Cómo ves esta situación y que
tanto puede modificar el escenario actual, pensando en la perspectiva
revolucionaria y en el carácter continental de la lucha?
Marcos Pérez Jiménez, al que llamaban “dictador
blando”, mandó edificar más de sesenta bloques de apartamentos en el
cerro ubicado detrás del Palacio de Miraflores en Caracas. Al igual que
los “palomares” de Cerro Norte y Casavalle eran verdaderos campos de
concentración para marginados. Sin embargo, sin agradecer para nada los
favores recibidos, hartos de soportar la opresión, el pobrerío hizo
detonar la explosión popular que derrocó al tirano el 23 de enero de
19585. Al barrio lo
bautizaron “23 de enero” para no olvidar el día que se alzaron en armas.
Los pobladores se auto identificaron con la insurrección popular.
En esos años Caracas albergó miles de
inmigrantes que venían del campo. La ciudad quedó dividida en dos,
mientras que el Este fue enclave de la riqueza y de las clases medias,
en los barrios del Oeste se apiñaron trabajadores y desocupados. Junto a
los bloques de 15 pisos, en el “23 de enero” se multiplicaron las
“casas de cartón”. Unas 4.000 familias ocuparon apartamentos en forma
ilegal. Resolvieron por sí mismos su problema de vivienda, el que no
resolvía el Estado. Al espíritu insurrecto se agregó el sentido “okupa”
de autonomía.
La restauración de la democracia liberal, sin
embargo, no había sido más que un cambio de chip, el pasaje a la
dominación de clase ejercida de modo algo más pacífico. El maquillaje
político era más lindo a la vista, pero la lluvia siguió cayendo triste
en los techos de cartón. Muchos de los que habían contribuido al
derrocamiento optaron por irse al monte, a las guerrillas de los ’60.
En febrero de 1989 los vecinos volvieron a bajar
de los cerros y saquearon los grandes comercios. Fue un “sacudón”, el
“caracazo”. La represión dejó tendidos dos mil cadáveres. Quedó al
descubierto la esencia dictatorial de la democracia burguesa. Surgió,
entonces, una certeza: a la violencia institucional se la enfrenta con
un movimiento de base altamente ideologizado6.
De tal certidumbre nacieron el Movimiento Revolucionario Tupamaros y
otras organizaciones político-vecinales en el “23 de enero”.
La delincuencia y el narcotráfico, los males que
sembró el capitalismo luego de caída la URSS, eran los problemas
sociales más graves para la comunidad del “23 de enero”. La droga era un
instrumento para domesticar la juventud, para evitar que se integrara a
la lucha social y política, una forma solapada de violencia
institucional que la policía introdujo en plan de imponer su autoridad. A
la vez servía para justificar el perfeccionamiento de los cuerpos
policiales, preparándolos para la represión generalizada. El plan se
completó con la satanización de los barrios pobres, presentados como
cunas del mal, fuentes de horror social, las “zonas rojas” que les dicen
en Montevideo.
En el “23 de enero” no se recurrió a la policía.
Una vez superados los prejuicios y tabúes, se buscaron soluciones
basadas en la solidaridad con los consumidores, entendiéndolos víctimas
del sistema y no enemigos del pueblo. No se los arrojó a la arena para
que se los comieran los narcotraficantes y policías corruptos, sino que
se buscó integrarlos a las actividades colectivas, hacerlos sentir parte
de la comunidad. Esa forma de luchar contra la droga y el narcotráfico
venía de una perspectiva de siembra de gérmenes de poder popular.
Por otra parte, al gestionar por sí mismos
cuestiones tan delicadas y trascendentales, la comunidad se enriqueció y
los luchadores con intención revolucionaria debieron profundizar sus
discusiones. Se plantearon algunos interrogantes de fondo: ¿cómo escapar
a la lógica de la rotación entre conservadores y progresistas?, ¿cómo
tumbar esos partidos políticos que revestían de democracia liberal la
dictadura burguesa?, ¿lucha armada o más “caracazos” espontáneos? En el
debate se involucraron sectores de la comunidad.
La cultura y las ideas insurgentes, fruto de las
experiencias de 1958 y 1989, se contrapusieron abiertamente a las ideas
de la domesticación. La batalla ideológica fue forjando la voluntad
revolucionaria que, en agosto de 1992, se expresó en la movilización que
respaldó la tentativa de asalto al poder. Hugo Chávez supo cabalgar esa
marea popular del “23 de enero”.
Vecinos de la comunidad reunidos con un grupo de
luchadores con intenciones revolucionarias crearon a fines de 1993 la
Coordinadora Cultural Simón Bolívar. La finalidad expresa era luchar
para resolver las cuestiones inmediatas (luz, agua, saneamiento), pero,
en la perspectiva se adivinaba la idea de convertir al vecindario en
sujeto político de una revolución social.
Se organizaban actividades culturales, foros,
talleres, festivales musicales, jornadas de murales y de limpieza, a las
cuales se mechaba, para darle contenido ideológico, actos en
solidaridad con los pueblos en lucha. El 26 de setiembre de 2008, por
ejemplo, para escándalo de la prensa grande, la Coordinadora inauguró la
plaza Manuel Marulanda Vélez “Tirofijo”, en homenaje al guerrillero
campesino de Colombia.
La estrategia de crear poder popular encontró
apoyo práctico y político en el chavismo, en particular luego de
aprobada la reforma de la Constitución. Si bien el Estado se proponía
garantizar el bienestar del pueblo, satisfaciendo sus necesidades
sociales, al mismo tiempo, sin falsas contradicciones, se abrieron
espacios para que la comunidad organizada interviniera activamente en la
elaboración de las políticas públicas, en la asignación de recursos y
su justa distribución.
Durante los gobiernos de Hugo Chávez, el “23 de
enero” se convirtió en garantía ideológica de la radicalización del
chavismo, emblema y fortaleza de la voluntad revolucionaria. En abril de
2002, la intervención de la comunidad fue fundamental para desbaratar
el “carmonazo” y restituir al legítimo presidente. Tal vez por eso,
simbólicamente, Chávez quiso que lo enterraran en el cuartel de la
Montaña, en medio del “23 de enero”.
Más que las fuerzas armadas de Maduro, a la
amenaza de los marines yanquis y los paramilitares colombianos le
responde el pueblo organizado, ya sea armado en milicias, ya sea reunido
en comunas. No hay otro modo de vencer a los agresores. Sin embargo,
esa voluntad de resistir necesitaría que se tomaran medidas de
profundización del socialismo, como hizo Fidel luego de Playa Girón. Sin
embargo, lamentablemente, a esas medidas no se le oponen solamente
desde la derecha escuálida, sino también lo hacen desde riñón mismo del
poder político militar que gobierna.
El impulso al socialismo se debilitó al morir
Chávez, lo frenó la cohabitación con sectores de la burguesía, tanto de
la “boliburguesía” como de la más vieja y adeca. Desde el proletario “23
de enero” se propone apretar el acelerador. “La revolución es ahora”
reclaman el Movimiento Guevarista Revolucionario, la Coordinadora
Cultural Simón Bolívar, las Fuerzas Patrióticas Alexis Vive, Radio al
Son del 23, Radio Arsenal, Consejo Comunal Simón Rodríguez, Comuna Panal
21 y el Movimiento Comuna del Agua del Estado de Lara.
Escribe el compañero Juan Contreras: “El
imperio gringo nos ataca, pero internamente hay que luchar contra la
corrupción, la burocracia y el nepotismo”. No se puede seguir tolerando
que las finanzas públicas sean saqueadas por mafias organizadas con
personeros del gobierno y militares de alto rango. Es necesario impedir
que miles de millones de dólares pertenecientes al pueblo venezolano y
chavista sean derrochados por los burgueses que manejan los hilos del
gobierno.
El “23 de enero” es una especie de laboratorio
para el pensamiento político de la revolución social. El relato de su
historia de vida permite un cambio de coordenadas que ayuda a
reubicarse.
Vivimos una coyuntura muy particular a partir
del “retorno” de las derechas tradicionales a la mayoría de los países
de América Latina y un agotamiento de los progresismos, lo que para la
población es el fracaso de la Izquierda. ¿Crees que esto tiene mayores
consecuencias en la conciencia de nuestros pueblos y por lo tanto un
impacto en la capacidad de organización y acción revolucionaria?
El reparto de los panes y los peces parece
posible en los períodos de expansión, la alucinación se vuelve masiva y
los alucinados corren a votar progresismo, o sea, al batllismo en 1900 y
al Frente Amplio en el 2000. Se aprueban leyes que consagran sentidas
aspiraciones: la despenalización del aborto, el matrimonio igualitario,
la legalización de la marihuana, la responsabilidad penal patronal.
Mejora el salario y la seguridad social. No alcanza, sin embargo. Apenas
se atemperan los efectos más perversos del capitalismo, no se llega a
tocar sus causas.
En plena bonanza decrece la tasa de ganancia,
decrecimiento que es condición de existencia de la contracción. El
reparto y la amortiguación se vuelven insostenibles y los salvajes se
lanzan a saquear la masa salarial. Entre las víctimas cunde la
desesperación y el desengaño. Decenas de veces han intentado humanizar
la bestialidad, pero el bagual es indomable. Es el fin del “Estado de
Bienestar”, se inicia el “Estado de ajuste”. Así como le ocurrió al
Uruguay Batllista, le ocurre al Uruguay Progresista.
Mientras recoja sus ganancias, a la clase
capitalista no le importa quién gobierna, pero, apenas disminuyen,
sienten el impulso incontenible de apretar las clavijas, no quieren más
reformas y buscan echar atrás las ya concretadas. Aunque el progresismo
haga gestos de aquiescencia, lo mandan al banco de suplentes.
Ningún progresismo se propone terminar con el
capitalismo, son tan liberales como la derecha, colores diferentes en la
paleta del mismo pintor. Ambos entienden que, aun siendo perfectible,
la democracia liberal es el mejor invento, el que permite expresar todas
las ideas libremente y en pie de igualdad. Falsedad de falsedades: las
personas no son igualmente libres de expresar sus ideas en la sociedad
de clases, la democracia tiene más de una faz.
En Uruguay, la hegemonía liberal está reforzada
por los sentimientos residuales del período pachequismo-dictadura.
Reina el temor difuso a una reedición del terrorismo de estado. A partir
del fracaso del estatismo estalinista existe, también, mucha
incredulidad. Consecuencia: no hay receptividad al mensaje
revolucionario.
Como su propósito es juntar votos a lo bobo, el
progresismo impide al movimiento de masas acercarse a la realidad, sólo
le interesa pescar votos a la encandilada. Como la revolución no atrapa
votos, el discurso de los arrepentidos transmite, además, la vergüenza
haber sido y el dolor de ya no ser, la renuncia a la lucha contra el
sistema y capitalismo. Lo que se negó a hacer Raúl Sendic Antonaccio.
Apenas los oprimidos ensayan una mínima
resistencia al ajuste, a los opresores les parece insuficientes los
mecanismos de amortiguación y la vía electoral y reaparecen el palo y la
reja, la represión y la tortura. Es la clase dominante quien quiebra la
paz social, rompe la coexistencia pacífica y, para aplacar
resistencias, acude a los medios represivos. Obtiene el efecto
contrario, sin embargo: las consciencias se avivan y los fuegos se
encienden.
Dominan los sentimientos y las ideas más
reaccionarias, que se prepara la atmósfera para sacar los perros a la
calle. Apretar las clavijas se ha vuelto tan imperioso que hasta el
progresismo lamenta de que el aparato represivo esté “ausente” en los
barrios periféricos y sale reinstalar el principio de autoridad. Las
luchas contra el sometimiento patriarcal, la discriminación homofóbica,
las cianobacterias y los agrotóxicos, los despidos y de los cierres de
empresas, se oponen al capitalismo por su propia naturaleza, pero los
que luchan no lo saben, están confundidos por el liberalismo que
propagan. La batalla es de ideas, para develar confusiones.
La ruptura de la coexistencia pacífica aclara
todo. Los que luchan identifican el enemigo de clase y descubren la
necesidad de defenderse como sea de la violencia institucionalizada. En
este escenario se revalorizan los años de trabajosa inserción en los
movimientos sociales, los años de los escasos oídos receptivos, de arar
en el mar. Por fin el mensaje revolucionario comienza a ser comprendido.
Resurge el canto popular, las murgas críticas, la pintura y la
literatura rompe esquemas.
¿Se debe esperar entonces que el arriba decida
quebrar la legalidad? No, señor, por el contrario, es preciso ir pasando
la alerta, preparando subjetividades proclives a la lucha: ¡habrá que
defenderse en las persecuciones que vendrán!
1 Entrevista de Manuel G. Bláquez. Revista “Punto y hora”. Barcelona. 1987
2 “Mate Amargo”. Octubre de 1987.
3 “El Sol”. 22 de marzo de 1963.
4 Publicado el 7 de febrero de 1958 en “El Sol”, semanario del Partido Socialista.
5 Véase artículo de Marcelo Colussi en “Argenpress” (8 de octubre de 2007).
6 Coordinadora Simón Bolívar: “La Parroquia
del 23 de enero: una historia de participación y lucha populares”.
Artículo publicado en “Aporrea”. 1° de febrero del 2008.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.