En un mundo signado por la creencia en la eternidad del capitalismo, está bueno no olvidar algunos conceptos: "El guevarismo" por Jorge Zabalza (Salió en voces)
Salió en Voces 8 octubre 2015
Ernesto Ché Guevara...¡presente!
Jorge Salerno....¡presente!
Alfredo Cultelli....¡presente!
Ricardo Zabalza...¡presente!
EL GUEVARISMO
La corriente de pensamiento fundada por Ernesto Guevara puede abordarse
desde varios ángulos. Un punto de partida para hablar del guevarismo
podría ser su visión del tránsito hacia el socialismo como un proceso en
que “la sociedad en su conjunto debe convertirse en una gigantesca
escuela”, donde los individuos “van adquiriendo cada día más conciencia
de la necesidad de su incorporación activa a la sociedad y, al mismo
tiempo, de su importancia como motores de la misma” . El comunismo
pensado como “un fenómeno de consciencia”, de mujeres y hombres que se
van liberando de los valores en que los educaron durante siglos de
capitalismo y propiedad privada. Concepción que derivó hacia la crítica
radical a la construcción del socialismo con las “armas melladas del
capitalismo” y la tesis sobre la importancia de los estímulos morales en
el desarrollo de la gestión planificada de la economía. Verdadera
recreación de cuestiones ya analizadas por Carlos Marx en su juventud,
que llevó al Ché Guevara a burlarse ferozmente de los “ladrillos
soviéticos” o sea los manuales estalinistas sobre filosofía.
Otro enfoque podría centrarse en su porfiada prédica al imperialismo en
la ONU, en la Conferencia de los Países No Alineados, en la
Tricontinental y en Punta del Este, palabras que lo condujeron al Congo y
a Bolivia para ser consecuente con sus dichos: “Toda nuestra acción es
un grito de guerra contra el imperialismo y una clamor por la unidad de
los pueblos contra el gran enemigo de la humanidad: los Estados Unidos
de Norteamérica. En cualquier lugar donde nos sorprenda la muerte,
bienvenida sea, siempre que ése, nuestro grito de guerra, haya llegado
hasta un oído receptivo y otra mano se tienda a empuñar nuestras armas, y
otros hombres se apresten a entonar los cantos luctuosos con tableteo
de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y de victoria”.
Sin embargo, el pensamiento del Ché no podría haberse desarrollado, en
ninguno de sus múltiples aspectos, sin el triunfo de la revolución del
pueblo cubano sobre el ejército de la dictadura de Batista y sobre el
imperialismo en Playa Girón. Triunfo obtenido, entre muchas otras cosas,
gracias a que el Ché era extraordinariamente inteligente en lo militar,
como dijo Fidel en su discurso de la Plaza de la Revolución al informar
del asesinato de Ernesto Guevara en Bolivia. Ser guerrillero fue, sin
dudas, uno de los rasgos centrales de la personalidad del Ché, “un
reformador político que toma las armas” como explica en su ensayo
“Guerra de Guerrillas”. Un pensador extraordinario que se planteaba con
crudeza la cuestión del acceso al poder para emprender el tránsito al
socialismo. Por todo eso he preferido referirme al guevarismo desde el
punto de vista del quehacer revolucionario, el aspecto paradigmático y
central en la vida del Ché.
La admirable alarma
En febrero de 1962, la Segunda Declaración de la Habana reafirmó que “El
deber de todo revolucionario es hacer la revolución. Se sabe que en
América Latina y en el mundo la revolución vencerá, pero no es de
revolucionarios sentarse en la puerta de su casa para ver pasar el
cadáver del imperialismo. El papel de Job no cuadra con el de un
revolucionario (...) Porque esta gran humanidad ha dicho ‘¡Basta!’ y ha
echado a andar. Y su marcha de gigantes ya no se detendrá hasta
conquistar la verdadera independencia, por la que ya han muerto más de
una vez inútilmente ¡Ahora, en todo caso, los que mueran, morirán como
los de Cuba, los de Playa Girón, morirán por su única, verdadera,
irrenunciable independencia!”.
Es que, en aquel entonces, nadie dudaba que el mundo marchaba hacia el
socialismo, que estaba llegando el fin del capitalismo. Fenómeno
imposible de entender con la cultura política de este Uruguay y esta
América Latina de hoy, dominadas por el mito de la eternidad del
capitalismo. Ese sentimiento de vivir la época del socialismo fue la
base subjetiva que impulsó revoluciones por todo el mundo, en China,
Vietnam, Cuba y Argelia, los movimientos juveniles de 1968, en París y
en la plaza Tlatelcoco, las guerrillas en toda América Latina.
En La Habana se reafirmó lo que ya se sabía: la Revolución no era para
un mañana difuso en el que se dieran todas las condiciones objetivas y
subjetivas por haber. Estaba demostrado que era posible derrotar al
ejército de la clase dominante para, de inmediato, emprender el tránsito
al socialismo, había que hacer la Revolución hoy, ahora. Fue un llamado
a la responsabilidad individual de cada una y cada uno.
En ese clima transcurrió la epopeya de Ernesto Ché Guevara. Aunque se
sintieron como diez siglos, apenas diez años de historia separaban el
desembarco del Granma y su asesinato Quebrada de Yuro. El tiempo se
dilataba por la intensidad emotiva conque se vivían los acontecimientos.
Lejos de atemorizar y desestimular la lucha, la muerte del guerrillero
heroico lo convirtió en leyenda y la leyenda se transformó en aluvión
incontenible. Ernesto Ché Guevara logró inflamar la imaginación de la
juventud latinoamericana, que cargó su mochila a la espalda y se lanzó a
hacer la revolución. Dedicar la vida a revolucionar la humanidad fue la
esencia del guevarismo. El 8 de octubre de 1969, Alfredo Cultelli,
Jorge Salerno y Ricardo Zabalza pusieron sus vidas en juego para
convertir el socialismo en realidad y homenajear al Ché.
La tesis política del guevarismo
En “Guerra de Guerrillas”, a partir de la experiencia cubana, Ernesto
Guevara explicaba su tesis sobre las condiciones en que se dan los
procesos insurreccionales: “Es necesario demostrar claramente ante el
pueblo la imposibilidad de mantener la lucha por las reivindicaciones
sociales dentro del plano de la contienda cívica. Precisamente la paz es
rota por las fuerzas agresoras que se mantienen en el poder contra el
derecho establecido. En esas condiciones, el descontento popular va
tomando formas y proyecciones cada vez más afirmativas y un estado de
resistencia que cristaliza en un momento dado en el brote de lucha
provocado inicialmente por la actitud de las autoridades. Donde un
gobierno haya subido al poder por alguna forma de consulta popular,
fraudulenta o no, y se mantenga por lo menos la apariencia de legalidad
constitucional, el brote guerrillero es imposible de producir por no
haberse agotado las posibilidades de lucha cívica”.
El Ché entendía que no se debían desaprovechar las libertades y derechos
burgueses mientras les permitieran luchar por soluciones para el
pueblo. No se trataba de una romántica aventura descolgada de la
realidad o producto del idealismo de algunos “iluminados” que se
lanzaban a la fosa de los leones. Veía en la guerrilla un método de
acción política, diferente a los electorales o parlamentarios, cuya
aplicación sólo era posible en ciertas circunstancias, cuando algunos
sectores populares entendieran que se habían agotado las otras vías para
obtener sus aspiraciones y sólo les quedaba tomar las armas.
Ernesto Guevara señala que no son los pueblos quienes rompen la
legalidad, pues prefieren solucionar sus problemas con el mínimo de
sacrificio y esfuerzo, si es posible tomando mate en la cocina. Es la
clase dominante, llevada por sus intereses, la que descarta el modo
pacífico de dominación, quiebra su propia legalidad, reprime y, en
última instancia, instala una dictadura. La ruptura de la paz social por
los de arriba era para el Ché la condición previa a la indignación del
abajo, a que cunda la bronca y la gente reaccione contra el régimen.
Dada esa base subjetiva mínima, la acción del grupo guerrillero puede
crear el resto de las condiciones subjetivas (consciencia,
organización).
El guevarismo no se afilió a la concepción que atribuía poderes mágicos a
la violencia revolucionaria y creía que con ponerla en práctica bastaba
para transformar la sociedad. Por el contrario, Guevara inscribía la
acción armada en una concepción encaminada a transformar la
subjetividad del movimiento de masas. La acumulación de fuerzas vista
como el desarrollo de la comprensión política del pueblo trabajador no
es simplemente una cuestión de tirar tiros. Las armas entendidas como un
instrumento político, que al disparar debían enviar un mensaje
entendible por las mayorías y compartible por los sectores más
avanzados. De otra manera se estaba simplemente disparando al aire.
La importancia de lo subjetivo
Actualmente la masa salarial es bastante más reducida que la del Uruguay
de los años '70 (era un 40% del PBI al golpe de estado y es el 30% hoy
día). La propiedad de la tierra está doblemente más concentrada que en
aquel entonces, fenómeno que ha expulsado la población del campo,
convirtiéndolo en un desierto. Las corporaciones transnacionales
adjudicaron al Uruguay el rol de productor de materias primas,
dependiente de decisiones económicas que se toman en los países
centrales del capitalismo global. Hoy día la vida del pueblo trabajador
depende de la deuda externa en un grado mucho mayor que en la época del
pachequismo. En resumen, la explotación y la dependencia presentan
caracteres mucho más graves que los de medio siglo atrás y, en ese
sentido, habría condiciones objetivas mucho más valederas para que el
pueblo uruguayo echara a andar. ¿Por qué entonces no lo hace?
Más allá de los desastres que está provocando el capital (matanzas
genocidas, aluviones de refugiados, crisis alimentarias, caída de los
salarios, injusticia sin límites) hoy día no se vislumbra una posible
revolución social. Al repliegue contribuyen decisivamente el desánimo
provocado por las derrotas sufridas en los '70 y una especie de vago e
intangible temor consecuencia del terrorismo de estado; también influye
enormemente la caída de la URSS que, a ojos del sentido común, aparece
como el triunfo del capitalismo.
El “progresismo” llegó a América Latina para fortalecer esa sensación de
que hay capitalismo para rato. Ha demostrado que se pueden favorecer
las ganancias de los grandes capitales, ahondando la injusticia social, a
la par que se mantienen los pueblos en la pasividad con retórica de
izquierda complementada por políticas de asistencialismo. La hegemonía
que ejerce el progresismo distorsiona la percepción de la realidad y por
eso la subjetividad actual tiene un signo totalmente contrario al que
caracterizó los años '60. En Uruguay, en particular, ha incidido
fundamentalmente el viraje de los ex-guerrilleros que se integraron a
las filas del sistema. Se han convertido en el instrumento más eficiente
para consolidar la hegemonía del capitalismo, que les paga sus
servicios con elogios desmedidos y catapultándolos internacionalmente.
Son un factor clave para mantener pasivo al movimiento popular. Han
levantado un cerco entorno a las ideas revolucionarias, estrechando al
mínimo los espacios donde es posible sembrarlas.
Ninguna ley de la acción política prescribe que el agravamiento de las
condiciones en que se vive determine mecánicamente una reacción de
rebelión popular. Solamente cuando constatan que sus reclamos son
sistemáticamente rechazados y se reprime severamente las luchas
populares, las multitudes salen a expresar su bronca en la calle.
Ejemplos claros que comprueben esa afirmación fueron la última marcha
del silencio (20 de mayo del 2015) y la manifestación del 27 de agosto
rechazando la declaración de esencialidad en la enseñanza pública.
Cuando “se den cuenta” que no aguantan más, las pequeñas mujeres y los
pequeños hombres de todos los días se transformarán, espontáneamente, en
los gigantes que salieron a revolucionar el mundo en los '70. Se
aprende en los hechos.
¡Qué difícil es todo!
Ni el más enardecido de los discursos es capaz de sacudir la pasividad
de todo un pueblo pero, sin embargo, la intención revolucionaria
desaparecería de la faz de la tierra, si no existieran los núcleos que
conservan encendida la llama. De cierta manera, el espíritu insurrecto
de los pocos que persisten en su intención de hacer la revolución en
tiempos de sequía, se anticipa a la insurrección masiva de los
espíritus. En sus consciencias ha saltado la térmica antes que el
cortocircuito incendie la pradera y, por eso mismo, adquieren la
capacidad de explicar las cuestiones que hacen al problema del poder, de
sembrar mensajes de combatividad y clasismo, de divulgar el debate
sobre la realidad económica, política y social. Son provocadores del
debate, sus planteos revulsivos despiertan los pensamientos que duermen
su siesta en los más profundo de la consciencia colectiva. Sus
vocaciones son la revolución social pero, ¿cómo hacerla en un contexto
subjetivo tan desfavorable como el de hoy día? ¿cómo transmitir al
movimiento de masas la intención revolucionaria? Por supuesto, no hay
una respuesta única, apenas estoy señalando algunos aspectos que me
parecen relevantes y que son producto de la experiencia de los '60,
cuando la lucha revolucionaria era lucha a brazo partido contra los
ejércitos de la oligarquía y el imperialismo.
Al anticiparse al desarrollo de los acontecimientos, los que se proponen
hacer una revolución se colocan en la vanguardia pero, al mismo tiempo,
como la fuerza determinante es la voluntad de las masas y no las suyas,
están de hecho caminando en la retaguardia de los pueblos, a la espera
de la transformación espontánea de la subjetividad general. Solamente
les resta contribuir pacientemente a la maduración del fenómeno
subjetivo, vincularse con las luchas sociales, debatir puerta a puerta,
el trabajo hormiga de sembrar ideas mano a mano en el sindicato, el
gremio estudiantil, la cooperativa de viviendas y el barrio. Es muy
difícil que la opinión general comprenda y acompañe un proceso
revolucionario en sus inicios, pero ello no es excusa para renunciar al
trabajo de agitación cuyo destinatario son precisamente esas grandes
mayorías. Las revoluciones no son un acto de revolucionarios
profesionales, sino un acto de creación de las grandes multitudes que se
organizan y protagonizan los grandes acontecimientos históricos. El rol
de los núcleos revolucionarios es inducir la atmósfera cultural e
ideológica que estimula el big bang del movimiento de masas, sea al
ocupar un terreno para vivir, tierra para trabajar o los lugares de
trabajo y de estudio. Se encargan de volcar elementos para que la gente
analice por sí misma y cobre consciencia de la realidad, el
revolucionario contribuye al desarrollo político del movimiento de
masas, contribuye pero no determina. Su responsabilidad política
consiste en asumir consciente y planificadamente esa dialéctica que lo
une irremediablemente al desarrollo espontáneo.
La inacción del que pretende ser un revolucionario prolongaría el
repliegue una eternidad pero, a la vez y sin contradicciones, es mínima
la incidencia de su acción en el proceso de experiencia y aprendizaje
del movimiento de masas. Su voluntad de hacer la revolución no es lo
decisivo. En esa contradicción debe moverse, sin dejarse arrastrar por
el repliegue, pero respetando puntillosamente la independencia en el
desarrollo de la subjetividad. En algún momento, entusiasmado por un
aumento en la receptividad, el núcleo activo puede apresurarse demasiado
y su acción ser poco comprendida a nivel general. Es preciso ser muy
cuidadoso en lo táctico y puntual, no intervenir antes de tiempo y fuera
de lugar. El menor desliz crea condiciones que favorecen la acción
anestésica del discurso hegemónico. El desacople entre las velocidades
del movimiento revolucionario y del movimiento de masas fue una dinámica
en la cual, particularmente, cayó el MLN (T) en los '70. El aparato
guerrillero pasando a toda velocidad por el costado del movimiento de
masas, sin considerar su grado de compresión política. Tanto con una
acción militar como lanzando una piedra, se pueden colocar los intereses
de un grupo político por encima del interés en el desarrollo político
del pueblo trabajador. El aparatismo no fue un invento de la guerrilla
ni terminó con su derrota.
jueves, 8 de octubre de 2015
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