Publicado en el blog Noticias Uruguayas
A partir de que el Uruguay fue pisando los ’60, caracterizada por el estancamiento de la producción agropecuaria y el cierre de los mercados abiertos por las guerras, la clase dominante se vió obligada a reorganizar el robo a los asalariados y, como primer medida de lucha, sacó a relucir el palo y las medidas de seguridad. En respuesta a la barbarie del Partido Nacional –anterior a la de Pacheco Areco- se fue nucleando un movimiento social altamente ideologizado que se propuso la “autodefensa”. De ese movimiento surgió, alrededor de 1963, el núcleo primigenio tupamaro que desde entonces realizó varias operaciones de guerrilla urbana, unas de pertrechamiento y otras de propaganda armada. Sin embargo, recién en 1968, luego de asumir Jorge Pacheco Areco e iniciar su escalada de sangrienta represión y desembozada rapiña al ingreso de las clases populares, el MLN(T) encontró las condiciones favorables para influir decisivamente en el escenario político, determinando la coyuntura y obligando a que todo el sistema se definiera. Con parlamento y demás instituciones republicanas funcionando, con gobierno surgido de elecciones, la acción ilegítima del Estado al mando de Pacheco creó el clima para que amplios sectores populares apoyaran la resistencia armada y una gran mayoría de la ciudadanía entendiera la lógica guerrillera aún sin compartir su metodología.
Entre 1963 y 1968 el MLN(T) no pasó de ser un grupo más de los muchos que se movían en el Uruguay al influjo ideológico de la Revolución Cubana. Recién con Pacheco logró irrumpir con fuerza incontenible en la vida política del pueblo uruguayo, período de latencia que plantea enseñanzas con aroma de futuro. En primer lugar, un gobierno elegido constitucionalmente pero que saca el sable, persigue y provoca la muerte en las calles, justifica a ojos de la gente común el empleo de métodos violentos por el abajo perseguido y reprimido. La política con armas puede desarrollarse en la fase previa a la dictadura. No hay que esperar un golpe de Estado. En segundo lugar, en ese clima el movimiento revolucionario se reproduce sin esperar la “línea” de la organización revolucionaria. La gente se agrupa en respuesta a la situación concreta casi que espontáneamente; no es un ovimiento del todo espontáneo porque el horizonte insurreccional había sido dibujado de antemano por la Revolución Cubana y el propio MLN(T). En tercer lugar, un interrogante molesto pero acuciante para encarar el problema de “hacer la revolución”... ¿era una condición necesaria la acción previa de un grupo revolucionario?, si la guerrilla se hubiera organizado a partir de 1968, con el “abajo que se mueve”... ¿no habría tenido con el movimiento social vínculos tan fuertes que habrían impedido la desviación militarista?. La historia tupamara entre 1963 y 1968 dejó un montón de cuentos jugosos sobre los que mucho se ha escrito, pero ¿no fué en ese período que se incubó el “aparatismo”?, ¿no estaba la derrota en la mira como decía Jorge Torres?.
En medio de este temporal que nos tiene sin teléfono, sentados frente a la compu, con Veronika trabajando en casa y el Juan de vacaciones forzadas, me inspira la lectura del arítculo de José Luis Carretero. Coincido totalmente en su caracterización del momento, la crisis del capitalismo –que no es final pero tampoco se resuelve en un par de años- crea las condiciones para “la más que probable emergencia de un nuevo ciclo de luchas, francamente esperanzador”. Un nuevo ciclo presidido por el amplio abanico de movimientos sociales que se ideologizan a pasos agigantados y cuyo desarrollo no hay que interrumpir parcelándolo en grupos que devienen sectas en löa medida que quieren imponer su “destino manifiesto” porque son poseedores de la “verdad revelada”. El movimiento de masas se organiza e ideologiza (conciencia de la necesidad de hacer una revolución) obligado por la lucha y, como consecuencia natural de las persecuciones y la represión, va engendrando formas organizativas superiores. El proceso de crecimiento de la organización social se puede cortar más por la disputa ideológica y política entre los partidos revolucionarios que por su ausencia. No estamos hablando de NO organizarse para hacer la revolución, estamos discutiendo el camino hacia la organización insurrecional que obligadamente será armada”, estamos discutiendo el “cómo” llegar al objetivo, no el objetivo en sí mismo. En síntesis, creo que al “pueblo armado y organizado” debe llegar el propio desarrollo del movimiento social, su acumulación de fuerzas en conciencia y organización. Creo que esa es la tarea, la prédica y la siembra, para que coseche el propio pueblo cuando se organiza y se arma, no para que cosechemos nosotros. Si José Luis Carretero hubiera empleado el término “movimiento revolucionario”, compartiría totalmente la mayor parte de sus tesis, en cuerpo y alma.
Siete tesis para un movimiento libertario en el centro de la tormenta
por Jose Luis Carretero
Lunes, 22 de Octubre de 2012
Una propuesta de acción y de investigación para el movimiento
libertario en estos convulsos inicios del siglo XXI ha de incorporar
necesariamente un diagnóstico breve de la situación. Un diagnóstico que
se resume en una sola palabra: crisis.
Crisis de un sistema de dominación y
de un modo de producir sustentado sobre la explotación y la violencia.
Crisis, también, de los paradigmas clásicos que se le enfrentaban, que
lo empujaban a limitarse y le hacían vascular entre la represión y la
reforma.
No olvidemos ese segundo aspecto de la
crisis. Los movimientos sociales (y más, los de ámbito global) han
mostrado en las últimas décadas las huellas de una gran derrota, la de
la primera oleada revolucionaria, que se extendió desde 1871 hasta 1989.
Las cicatrices dejadas por esa batalla pueden observarse hasta el día
de hoy. Y, es más, los subproductos tóxicos generados por el intento de
metabolizar la resistencia por parte del sistema, al verse victorioso,
casi forman parte del ADN de aquello que ha sobrevivido y que, ahora sí,
encara la más que probable emergencia de un nuevo ciclo de luchas,
francamente esperanzador.
El movimiento libertario no es una
excepción. Estos años de derrota y marginalidad le han cargado con
múltiples lastres y han incorporado a su figura numerosos rasgos oscuros
que debemos despejar si queremos se constituya en una herramienta
sólida y útil en las manos de quienes quieren derrocar el actual estado
de las cosas.
Por eso, y al hilo de ciertos debates
actuales, voy a intentar desatar algunos nudos que las dinámicas
presentes tratan de apretar sobre nuestras prácticas y propuestas. Aquí
van algunas tesis para su discusión pública y fraterna, en la búsqueda
de una recomposición de la insurgencia libertaria que empieza ya a
anunciarse un poco por todas partes:
Primera tesis:- El nuestro es un
movimiento social. El movimiento libertario es un movimiento que trata
de transformar la realidad. Así de simple. Cambiar el mundo es modificar
los usos y las estructuras de conjunto que sustentan la forma de vida
dominante, es decir, el capitalismo.
Eso quiere decir que la nuestra no es
una búsqueda espiritual más (una suerte de nuevo cristianismo a la caza y
captura de ayunos y penitencias) sino una tentativa revolucionaria. Y
que, por extraño que resulte, nuestro modelo no es el del santo o el de
la comunidad moralmente pura, sino el del militante ligado a los
movimientos de masas y las grandes luchas sociales. Luchas, en todo
caso, revolucionarias, es decir, que intentan producir efectos abruptos
de avance, y no solamente una lenta evolución.
Además, eso implica también que la
ligazón con las grandes masas de la población, con sus necesidades e
intereses, es absolutamente irrenunciable. No vamos a transformar nada
solos, y el más profundo vanguardismo consiste en imponerles a las
multitudes que es lo que debería de importarles. Eso quiere decir que la
defensa de los intereses materiales inmediatos de quienes están
sometidos y explotados no puede ser abandonada y que, en el momento del
Gran Saqueo y la mayor ofensiva de la oligarquía financiera, hacer
frente a las dinámicas desposeedoras y generadoras de miseria de un
poder ayuno de todo control, es absolutamente imprescindible.
Segunda tesis: además, el nuestro es un
movimiento de la clase trabajadora. Siempre, de toda la vida, el
movimiento libertario se ha identificado expresamente con los intereses
de la mayoría social explotada: con el proletariado del campo y de la
ciudad. Podemos discutir como se constituye, hoy en día, dicha clase,
cuáles son sus auténticas líneas de fractura. Lo que no podemos, porque
es radicalmente falso y porque las décadas pasadas nos enseñan que no
nos lleva en ninguna dirección, es negar la realidad de la explotación
laboral y de la extracción del plusvalor.
La clase obrera existe, aunque esté
precarizada y, quizás, más sometida que nunca. El espejismo de la
existencia de una omnipresente clase media es lo que está desmoronándose
hoy en día. La ilusoria tesis, muy relacionada con la extensión de
consumismo, de que el trabajo en el capitalismo es algo esporádico y no
necesario para la supervivencia. Nos han devuelto, forzosamente, a la
pura realidad: la “liberación del trabajo” pasa por su reapropiación y
socialización, no por una huida a la marginalidad que lo único que hace
es reforzar las mismas cadenas que pretenden someternos.
Por supuesto, esto nos lleva a aventurar
otra afirmación: podemos criticar los aspectos más involucionistas del
mundo del trabajo organizado, reírnos de su debilidad actual y de las
tentativas de poner en marcha una Huelga General del sindicalismo
combativo; podemos hacer toda la fraseología que nos de la gana sobre
las “nuevas figuras sociales” que, entretanto, somos incapaces de
organizar…sin el mundo del trabajo no hay Revolución Social posible. Sin
los trabajadores organizados el futurible proceso constituyente no será
más que la expresión de la ambición política de los restos
radicalizados de la clase media. Sin clase obrera no hay contenido
social, sólo cambio político (en el mejor de los casos, pues es también
difícil que cambie nada sin presión en la actividad productiva)
aderezado, es posible, con algunas asambleas cosméticas.
El futuro proceso constituyente sólo
tiene sentido, desde una perspectiva libertaria, si incorpora claramente
el componente social, y para eso hace falta la presión de la clase
trabajadora organizada. No basta con algunos elementos de democracia
directa puramente marginales en una Constitución futura, si al final nos
vamos a quedar, igual que ahora, con la reforma laboral, las ETTs y las
contratas y subcontratas.
Tercera tesis.-El movimiento libertario
apuesta por la unidad. Nuestro movimiento, como dinámica real y de
clase, apuesta por la unidad de los sectores sometidos y explotados.
Conocedores de la realidad y de la
experiencia de las luchas pretéritas, sabemos que sólo la unidad del
conjunto de los sectores de la población sometidos al mando oligárquico
de la élite financiera transnacional, puede constituir un bloque lo
suficientemente extenso y fuerte para empujar los cambios en la
dirección de una democratización (tanto política como económica) del
mundo.
Esa Gran Alianza Social para cambiar
sería la expresión, sino del 99 %, sí de la gran mayoría de la población
global. Nuestro objetivo es incorporar a esta lucha los elementos
suficientes de profundización asamblearia y socializante para
convertirla en el inicio de un gran proceso de transición a otro modelo
global radicalmente diferente. Hacer caminar las transformaciones que
ponga en marcha ese gran bloque histórico hacia la autogestión
productiva y la democracia directa, superando los titubeos y dudas de
otros sectores y fracciones de clase que pretenderán detenerse a mitad
de camino, lo que sólo puede llevar a una involución.
Pero, para construir esa Gran Alianza
Social, es evidente que tenemos que renunciar a todo dogmatismo y todo
sectarismo, a la pasión por desacreditar y juzgar sumariamente a los
demás. Hábitos profundamente arraigados en nuestros medios.
Partiendo de que la crítica fraterna y
constructiva es, no sólo necesaria, sino profundamente saludable, hemos
de incorporar, también, al ADN de nuestro movimiento el hábito de la
cooperación y la alianza, de la complicidad y el contagio con todos los
que luchan. Para escuchar, de una vez por todas, y no sólo soltar
filípicas, a esas gentes de las calles y los centros de trabajo de las
que tanto hablamos.
Cuarta tesis: ¿organización? Sí, y sólo
sí. El enemigo está organizado. Otros sectores, que quieren llevarse el
agua de las luchas sociales a su molino autoritario, están organizados.
Renunciar a la organización sería suicida e irresponsable, a no ser que
sólo queramos ser eternamente los simpáticos muñidores de conceptos que
luego los demás manipulan a su gusto para convertirlos en las
herramientas de su poder.
Además, la organización no es nada
inherentemente malo ni alienante. Tenemos los elementos (el asambleísmo,
el federalismo…) para construir estructuras con sentido y legitimidad
democrática. Y podemos hacerlo en cada ámbito social (lo laboral, lo
ciudadano, lo ideológico…). No toda organización es, necesariamente,
vanguardista (en el mal sentido de la palabra). Sí que lo es lo que
parte del feminismo llamó la “tiranía de la falta de estructuras”, donde
todas las decisiones se toman, en los pasillos y los bares, por una
minoría de tipos que se conocen y que no tienen que rendir cuentas ante
nadie. Y en la asamblea se encuentra todo hecho, no por el partido este o
aquel (al fin y al cabo eso sería identificable) sino por una “red
fluida” de tipos que son siempre los mismos y que no dejan que nadie más
participe, pero eso sí, con mucha fraseología comunitaria. Algunos
tenemos suficiente experiencia con los entornos difusos e informales
para saber de lo que hablamos. Hay “organizaciones” democráticas y
“redes” profundamente centralistas, y viceversa. Pero la organización
(democrática, seguimos diciendo) permite hacer cosas cada vez más
complejas y a mayor escala y, además, es el único salvavidas ante los
momentos de reflujo, las tarascadas represivas, las infiltraciones y las
derivas caóticas.
Quinta tesis: ¿hibridación? Por
supuesto, pero a ver como. Aquí me pronuncio un poco sobre las
afirmaciones, en un artículo reciente, del compañero de la CGT Antonio
J. Carretero.
Debemos intervenir, he dicho claramente
en otros lugares. Y hacerlo mucho más allá del mundo laboral, no me
queda la menor duda. Debemos estar en los movimientos sociales, en el
ecologismo, en los CSA, en las grandes corrientes culturales, musicales,
poéticas… en todas partes. Formamos parte de un mundo en ebullición, y
sólo vamos a vivir esta vida. El vitalismo y la pasión deben empujarnos a
hacer todo lo que podamos, a desarrollar todas nuestras capacidades y a
inmiscuirnos en todas las luchas. Es, además, algo necesario desde el
punto de vista estratégico y táctico.
Lo que no me queda tan claro es que eso
tenga que hacerlo necesariamente el sindicato, independientemente de sus
fuerzas o de la cantidad de energías que pueda canalizar en esa
dirección. Si sobran capacidades, ¿por qué no?, pero también puede
bloquear otros trabajos necesarios. Creo que lo que late, en el fondo,
tras dicha propuesta del “sindicato integral” es la radical ausencia de
una organización específica unitaria y amplia que pueda adoptar una
perspectiva holística desde una posición declaradamente libertaria.
Específicas existen, pero sus tendencias de “síntesis” y su ligazón
exclusiva con una u otra organización sindical han imposibilitado que
puedan cumplir esta función. Así que vamos a las “Plataformas” comunes
de temas diversos y, en ocasiones (no siempre, porque hay mucha
“plataforma” muy asamblearia y sana) acabamos con el complejo de estar
trabajando para otros. Queremos solucionarlo con un “sindicato integral”
que ocupe el lugar de la específica unitaria que no existe, pero claro,
un sindicato tiene otras necesidades y otras urgencias. Ha llegado ya
el momento de plantearse la construcción de una organización específica
libertaria, que desde planteamientos unitarios y no dogmáticos favorezca
la extensión de la influencia social de nuestras perspectivas en el
conjunto de los movimientos populares, so pena de seguir primando la
fractura y tendencias cada vez más cainitas en nuestros ámbitos.
Sexta tesis: construir y defender.
Hay que estar en los movimientos
sociales que enfrentan la gran ofensiva de los poderes financieros. Hay
que defender el salario social diferido en la forma de educación pública
y gratuita o de sanidad de acceso universal. Hay que enfrentar las
reformas laborales y de pensiones. Hay que evitar que las gentes de
carne y hueso queden en la indigencia y la miseria.
También hay que construir alternativas
vivenciales y viables a la forma en que está estructurado el mundo.
Extender una red autogestionaria amplia y diversificada y experimentar
con formas de socialización y control obrero y ciudadano de los
servicios públicos.
Hay que hacer las dos cosas al mismo
tiempo, por difícil que resulte. No son antitéticas ni contradictorias.
Defender el frente es imprescindible para que en la retaguardia se pueda
experimentar nada. Convertir la retaguardia en un laboratorio para las
nuevas formas de vida sin autoridad ni explotación es imprescindible
para que tenga sentido enfrentar los peligros del frente. Es la otra vía
de presión de la clase trabajadora: la organización obrera en
reivindicación constante y los experimentos de construcción de la nueva
sociedad, tensionando la estructura productiva. La confluencia de ambos
ámbitos construye la posibilidad de la emergencia de una realidad
transformada y, al tiempo, en conflicto con el viejo mundo. Ese es el
comunismo (libertario, por supuesto) como movimiento real que abole el
actual estado de las cosas. Conflicto y construcción. Confrontación y
creatividad social. Nuestra “destrucción creativa”.
Séptima tesis: Audacia, más audacia.
El mundo está en efervescencia. En
épocas de crisis lo viejo aún no ha muerto del todo pero ya es demasiado
débil para irradiar su poder sobre el todo social, lo nuevo aún no ha
nacido, pero ya apunta su naturaleza volcánica tras los bastidores. Es
el momento en el que los movimientos sociales, que en otro tiempo no
hubieran tenido ninguna opción de dejar su huella en el conjunto social,
pueden producir bifurcaciones decisivas en sistemas sometidos a una
tempestad caótica de flujos y presiones. Es el momento de empujar. Un
momento tremendamente peligroso, por supuesto, pero preñado de todas las
posibilidades.
Un movimiento libertario que pugne por
constituirse en una herramienta útil en manos de los explotados y
oprimidos, en un instrumento de liberación y transformación de la
realidad, no puede mantenerse al margen de los grandes movimientos de
las placas tectónicas de nuestro mundo. La sociedad se va a transformar
radicalmente en los próximos decenios. En nuestras manos está intentar
influir en la dirección de dichas transformaciones. Nadie ha dicho que
fuera fácil. Pero la pasión y la audacia son imprescindibles.
Estas son nuestras tesis. Necesitamos someterlas al tribunal de la crítica fraterna y a la prueba exigente de la praxis.
Necesitamos encontrarnos.
José Luis Carretero Miramar.
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