por Jorge Zabalza
“Los orientales son ingobernables”, sentenció el coronel, metió violín en bolsa y renunció al cargo de dictador infame. Ingobernables por el látigo y el cepo, ingobernables para los autoritarismos en todos sus grados y las tiranías en todas sus formas. Bien que se saben gobernar a sí mismos los orientales, como lo hicieron cada vez que las circunstancias lo exigieron, como en 1980, en el plebiscito del mudo y masivo acuerdo contra la dictadura. Una vez más la brutalidad viene desde el vértice, porque… ¿de qué otro modo se puede calificar la imposición, de “pesado”, de esa ley de urgente consideración? En ciertos momentos, los buenos modales dejan de servir a los dueños del poder, comienzan a apretar las clavijas suavemente, estiran al máximo los mecanismos de la dominación pacífica, van descubriendo que algunos ofrecen la otra mejilla y que otras y otros ocupan las trincheras de la resistencia. ¿No es algo así lo que está ocurriendo?
Ahora y saben que 800.000 voluntades se oponen a las suyas. Ahora desplegarán su fuerza política para impedir que deroguen su tan preciada ley portaviones. Habrá que resistir una vez más. Por supuesto, los oprimidos no abandonan las vías pacíficas por voluntad propia. Preferirían, por supuesto, quitarse las cadenas mientras toman mate en la cocina.
Son los dueños de todo quienes recortan los espacios a la expresión pacífica de los dueños de nada, los que, paulatinamente, van provocando reacciones airadas del abajo que se mueve, dejándolo sin alternativas, hasta que al magma no le queda más salida que la erupción, sea cómo y dónde sea. En este islote de la poesía liberal, muchos creen que “nunca más” habrá golpes de estado, hacen abstracción de la lucha de clases, de su historia, de las imperiosas necesidades de los dueños del Uruguay, de su interés vital en reproducir y ampliar el capital, sin importarles sus consecuencias sociales, la reducción de la masa salarial y la producción en masa de la marginación y la exclusión.
Sin embargo, quienes conocen la historia iniciada en 1958, la que iniciaron Echegoyen y Nardone, la de los grupos fascistas y la primera Carta de Intención con el FMI, ponen las barbas en remojo, están alertas y preparan su espíritu para lo que pueda venir. Los golpes no se pueden detener cuando los tanques ya ruedan en las calles, sino antes, cuando el autoritarismo muestra sus pezuñas y va trepando la cuesta de la represión violenta hacia el terrorismo de Estado.
La atropellada baguala desconcertó a dirigentes y parlamentarios frenteamplistas que quedaron como anestesiados, mirando para la fiambrera. La Mesa Política rechazó todo el contenido de la LUC por “inoportuno, inconstitucional y antidemocrático”, pero los parlamentarios, inusitada e incomprensiblemente, terminaron por aprobar el 50% del articulado. Confiaron en las acostumbradas negociaciones y transas de pasillo, en los discursos de salón, modificaron la superficie, es cierto, pero dejaron intacta la sustancia de clase de la ley contra el pueblo trabajador. No confiaron en las reservas espirituales de nuestro pueblo, en su espontaneidad para movilizarse y luchar.
La gruesa contradicción trajo desavenencias, reproches y parálisis en el Frente. La voluntad popular de luchar contra la brutalidad debió asumirla la Intersocial. La iniciativa de impulsar el referéndum fue de FUCVAM, la FEUU, el movimiento feminista y el movimiento sindical. El mayor acierto del partido opositor vino de las bases sociales y no del núcleo de dirigentes partidarios.
Los artículos 135 y 136 (que modifican el sistema de educación técnica y terciaria) y los 235 y 236 (que fija nuevos mecanismos para fijar el precio del combustible), despertaron más contradicciones internas en el Frente. Cuatro artículos que la bancada parlamentaria entendió que iban en la “dirección correcta”, mientras que el movimiento social los sintió como un agravio y consideró que era urgente derogarlos. En realidad, en los 341 artículos restantes hay otros sapos que pasaron inadvertidos y la militancia debió tragar. La conciliación y el pragmatismo obstaculizan la lectura correcta del modo de pensar de la masa que dicen representar. Abren rumbos divergentes, las bases sociales toman un camino y los que hacen política en el Palacio Legislativo emprenden el otro.
En los últimos quince días la iniciativa del referéndum trascendió las fronteras de lo organizado y, por decisión propia, miles de mujeres y hombres salieron a recoger las firmas que faltaban. Lo lograron en exceso. Un fenómeno similar al ocurrido en al ballotage de noviembre de 2019, cuando una espontánea movilización de base elevó al 49% el caudal electoral del Frente, superando con luz el 39% alcanzado un mes antes.
La capacidad militante demostrada en los hechos deja planteado un interrogante básico: ¿la participación directa fortalece la democracia representativa como se está sosteniendo o, por el contrario, la deslegitima y plantea otras formas de luchar? ¿No será que preciso confiar más en esa reserva anímica de rebeldía y proponerse pasos más audaces y menos institucionalizados?
Los acontecimientos políticos en toda América La Pobre están confirmando que los pueblos en movimiento son el único freno capaz de detener las ínfulas autoritarias y neoliberales de las actuales fuerzas reaccionarias. Incluidas las más violentas. Es la lección que se recoge de Haití, Chile, Bolivia y Colombia. Lecciones que conducen a pensar cuestiones más profundas: ¿hacia dónde se orienta el esfuerzo militante? ¿hacia la cosecha de votos? ¿a la acumulación de cabezas pensantes? Seguramente, hoy día una izquierda tipo “sesentista” no ganaría elecciones ni mayorías parlamentarias, pero es seguro que produciría montones de mujeres y hombres con clara comprensión de las necesidades históricas reales, verdaderas columnas de la lucha por la transformación revolucionaria de la sociedad. Un caudal ideológico y político capaz de iluminar la oscuridad. Para ganar elecciones se dejaron por el camino muchas cosas: en aras de cosechar votos se renunció a todo, incluso a la anulación de la ley de impunidad. La moderación y el pragmatismo nos dieron el 2005, pero… ¿cuánta confusión produjeron? ¿el transformismo no será el motivo de la cada vez mayor distancia que separa el parlamento de las bases sociales?
Bueno, llegado a este punto, quisiera dejar aclarado algo: me sentí convocado por el grupo “Maestras No a LUC” y participé de en la “Coordinación Oeste contra TODA la LUC”. Sigo pensando que, al acto agresivo que es la LUC, se le debería haber respondido con la derogación de ese portaviones legislativo.
Ahora se viene una gran batalla política contra este gobierno del agronegocio, de los latifundistas y las empresas extranjeras, para librarnos de una economía tutelada por las calificadoras de riesgo, que recorta el gasto social para reducir el déficit fiscal y pagar los servicios de la Deuda. Habrá que enfrentar el sesgo ideológico que el gobierno adopta en el campo internacional. Defender al pueblo revolucionario de Cuba.
La LUC fue una grosería. El primer eslabón de la cadena de groserías contra el pueblo: la seguridad social, las desmonopolizaciones que crean monopolios privados, el respaldo político y jurídico a la represión, el cerco a las huelgas de las y los asalariados, etc. No se va solamente por 135 artículos de la LUC, vamos contra el gobierno. Ya suenan los tambores en la torre ejecutiva, auguran la puesta en marcha del proyecto político de cuño liberal contra el pueblo.
La respuesta también está en marcha, se movilizan los trabajadores de la pesca, los de OSE y, desde Bella Unión, como en tiempos pretéritos se vienen los peludos en la defensa de ALUR y la producción de caña de azúcar (que en asamblea popular resolvieron “bajar” a Montevideo y acampar frente al Palacio el 19 de Julio). Todas y todos los ingobernables estamos autoconvocados a resistir el embate. Habrá que mantener encendida la llamita.
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