12 mayo 2021
En memoria de Beatriz Perlas, nacida un 18 de mayo, verdugueada en sus cumpleaños en Punta de Rieles.
El primer grito en silencio se dio el 20 de mayo de 1996. Lo convocó Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos-Desaparecidos. Nada de banderas partidarias, ellas y ellos son la bandera y lo seguirán siendo mientras no aparezcan con vida… es decir, por siempre.
Hiciera frío o calor, lloviera o tronara, la marcha se convirtió en ceremonia sagrada. Marchábamos para demostrar que las “viejas” no estaban solas, que era nuestra su lucha por saber la Verdad y hacer Justicia. Hasta en silla de ruedas me llevaron una vez, en el 2015. El temporal del 2019 hizo que me volviera de apuro: todavía siento vergüenza por haber faltado al compromiso aquella noche.
Aunque entraña una crítica al sistema que, para prosperar, necesita la impunidad de sus crímenes, el propósito del colectivo de Madres y Familiares no es revolucionar el capitalismo. Su intención es machacar la consciencia del pueblo con el reclamo de juicio y castigo hasta tomen forma de un “Nunca Más” musculoso y … ¡vaya si han logrado que las multitudes entiendan el mensaje!
En estos tiempos, marcados por el retorno de los brujos, los 20 de mayo se sienten como un chaparrón de certidumbres y perspectivas. Cuando todo es desaliento y desesperanza, la respuesta al llamado de las “viejas” renueva la confianza en las reservas morales de este pueblo que supo resistir, enfrentar y rebelarse contra el terrorismo de estado. Es suficiente, no se les puede exigir más, no me atrevo a pedirles que hagan lo que no hemos podido concretar por más intenciones que proclamemos. Desde el cariño y el respeto, acompaño sus decisiones.
En el país de los amortiguadores, el 99% vive perseguido, relegado, excluido y marginado del poder, algunas más que otros, pero todos en general. Nos somete el Estado, el instrumento que nos compele a vender trabajo por un salario, con el fin de sostener la reproducción y concentración de los capitales ajenos. Son estos dueños de todo, el 1% que vive en la cumbre, los únicos que disfrutan de las libertades y derechos “del hombre y del ciudadano”.
Aun así, el 60% de los uruguayos encuentra positiva la gestión reaccionaria del presidente Lacalle, mientras que, apenas la rechaza un 30%, demostración contundente de la efectividad con que trabajan los operadores políticos: los unos, introduciendo la ideología de la “libertad responsable”, y los otros, dada su debilidad, reforzando la idea de que no se conoce un sistema mejor que la república democrática representativa. Las políticas reaccionarias y las progresistas convergen hacia la misma finalidad ulterior: gestionar el estado para acrecentar la rentabilidad de los negocios privados y atemperar las consecuencias sociales de ese crecimiento. Unos preconizan la versión más edulcorada de la barbarie, en tanto los otros asumen la más salvaje y descarnada versión del capitalismo, pero, en última instancia, reaccionarios y progresistas apuestan a la libre circulación de mercaderías y finanzas y a la libre competencia, a la libertad de los zorros en el gallinero.
En ciertos momentos los que ejercen el poder se sienten insatisfechos con los discursos parlamentarios y el espectáculo partidario en los medios, les parecen insuficientes para sus fines. Abandonan la “democracia” liberal y representativa y sacan la lanza. Se les agota la paciencia, renuncian a la pretensión de amortiguar el conflicto social y, aun en plena “democracia” liberal, recurren al terrorismo de estado como hacen Piñera en Chile y Duque en Colombia. Terrorismo con democracias que funcionan y terrorismo desde la presidencia como en Brasil con Bolsonaro.
Es tanta la bronca antisistema acumulada por los pueblos chileno y colombiano, que nada permite entrever su retorno a la trampa de la “normalidad democrática”, a los dueños del poder les quedan cartas por jugar: la constituyente en Chile y Gustavo Petro presidente en Colombia.
En Chile y Colombia parece amanecer un nuevo ’68, con el abajo que se mueve, erguido, combativo, y el arriba que reprime con ferocidad nunca vista, histérico. Por supuesto, los 2000 son muy diferentes a aquellos ’60 y ’70, pero, tanto el terrorismo de estado como la resistencia al malón se transmiten por vías subterráneas de generación en generación y de país en país. Hoy día, pandemia y campaña del miedo mediante, parecen darse condiciones favorables para la reedición de las revueltas juveniles que sacudieron el Abya Yala en los ‘60.
¿Es deseable que los pueblos salgan a las calles para ser masacrados? No. Por supuesto que no. Definitivamente no. Sin embargo, los dueños de todo aprietan el torniquete sin piedad, se agotan las mediaciones del progresismo y no queda otra salida que correr el riesgo de ejercer el derecho a la protesta y la rebelión. Se lucha contra la infamia o se la consiente. No hay otra alternativa. Encierran los pueblos en un laberinto, los obligan a manifestar a mano pelada contra el más moderno y letal armamento.
¿Llegará la tempestad al Uruguay de los amortiguadores aceitados? Difícil que el chancho chifle por ahora, pero es posible pronosticar que llegará la hora en que se cansarán de ejercer pacíficamente la dominación y soltarán las riendas del autoritarismo desenfrenado. En 1968 desencadenó el proceso hacia el terrorismo de estado la lucha por el boleto estudiantil: Liber Arce, Hugo de los Santos y Susana Pintos. Un motivo menor, se puede decir, que no permitía suponer la barbarie que vendría. El desarrollo concreto de los hechos es impredecible, pero las condiciones de desigualdad, exclusión, miseria y desocupación permiten suponer que las explosiones populares de la costa del Pacífico se extenderán por todo el Abya Yala. Negros nubarrones oscurecen el horizonte de nuestro transitar de clase media.
En este país de la amortiguación, con perspectivas tan tristes y sombrías, reconfortan los 20 de mayo. Retumba el redoblar de los zapatos en la avenida, caminando por el borde del sistema, casi cayendo por la cornisa, ¡hartos de la protección a los crímenes del terrorismo de estado! ¡hartos de la muralla que encubre la impunidad! ¡hartos de que nos endilguen la responsabilidad por las altísimas cifras de infectados! En medio del amansamiento general, el silencio del 20 de mayo es un derrame de realidad, rompe el ensueño virtual. En la Avenida se vislumbra una perspectiva transformadora, pero, claro, luego, como todos los 21 de mayo, casi con toda seguridad las cosas volverán a su estado habitual.
Como los invisibles vasos comunicantes entre los pueblos nos convocan a la solidaridad con nuestros hermanos chilenos y colombianos, este 20 de mayo del coronavirus se debería reclamar por las violaciones a los derechos humanos sufridos por los pueblos en Chile y Colombia. Por un ratito podríamos escapar a la corrección política al grito de ¡nunca más terrorismo de Estado! ¡nunca más desapariciones forzosas, asesinatos, tortura y violaciones para amansar los pueblos de América Latina!
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