La mañana del 30 de mayo de 1970, el Penal de Punta Carretas amaneció alborotado:  sin
 efectuar un sólo disparo el MLN(T) se había llevado todas las armas del
 Centro de Instrucción de la Marina. Las puertas de las celdas fueron 
dejadas a media tranca, las burlas y los gritos triunfales transmitían 
la noticia  de celda en celda y, poco más tarde, en el 
patio de recreo los presos políticos hicieron gimnasia todos juntos. Con
 el fin de disimular la fuerza real que representaban, habitualmente la 
preparación física se hacía por columna, cada día dos de las seis en que
 estaban organizados los tupamaros, cada cual con su cronograma de 
ejercicios físicos, deportes, cursos técnicos y formación política. 
Esa
 mañana del 30 de mayo, los falsos pudores se quemaron en la hoguera del
 triunfalismo. Encabezados por Pedro Dubra y el Canario Long, doscientos
 revolucionarios formados  de a cuatro en fondo, trotaron 
en una larga fila alrededor de la cancha de fútbol. La voz aflautada del
 Canario gritaba “izquier!” y doscientas suelas golpeaban al unísono el 
piso de balasto, resonando en los muros como un sólo golpe, seco, 
tremendo, que hacía temblar los cimientos del presidio. Los  viejos retirados militares que formaban la Guardia Blanca y vigilaban desde lo alto del muro,  cargaron
 sus carabinas maúseres por las dudas. Allá en al patio vaían un 
ejército de revolucionarios, un verdadero ejército acuartelado en el 
Penal de Punta Carretas. 
Hubieron
 más de veinte planes de fuga en discusión. Estaba aquél que tanto 
gustaba a Jorge Manera Lluveras: dos de nuestros más atléticos 
compañeros (posiblemente Pedro y el Canario) se escondían en los 
baños,esperaban el momento exacto en que los dos guardias estuvieran 
alejados del punto de ataque, escalaban el portón del corredor 23, uno 
subía a hombros del otro y con dos palos de escoba atados, colgaba un 
gancho y una escala de cuerda de la baranda donde se apoyaban los 
guardias, trepaban hasta lo alto a fuerza de brazo  y los 
reducían con revólveres de un tiro (de fabricación casera, invento del 
Inge). El resto treparíamos por la escala y bajaríamos hasta la calle 
descolgándonos por cuerdas los ocho metros de altura. Estaba pensado 
saltar a un camion cargado con colchones para acelerar la bajada. Se 
daba por descontado que el fuego de los compañeros de afuera cubriría la
 “descolgada”, para que la guardia no hiciera blanco en los fugados.  
A
 mí me gustaba el proyecto de entrar un par de metras, reducir los 
guardias en la “tercera”, de mañana temprano al repartirse el café, 
tomar el “centro uno”, abrir los portones que daban a la calle Ellauri 
(no era difícil obtener sus llaves) y salir en tropel rumbo a la ciudad y
 la libertad.
En
 conversaciones con el “Diente” Rosa, cuya comisión era lavar la ropa 
blanca del hospital, Juancito Almiratti descubrió la posibilidad de irse
 por un túnel exacavado desde la cloaca hacia el sótano. Se tomaba el 
hospital y nos íbamos chiflando bajito. La operación la bautizamos 
“Gallo” y fracasó cuando se intentó llevar cabo. 
La realización de una fuga  estaba
 en el aire, creo que hasta los guardias daban por descontado que los 
tupas se iban a fugar en algún momento. Era un hecho virtual, faltaba 
concretarlo.  La fuga de los tupamaros era la consecuencia 
necesaria de la situación de doble poder, cuya base política estaba en 
el accionar guerrillero y, en particular, el asalto al cuartel de la 
Marina,  pero que en Punta Carretas alcanzaba una expresión muy clara. 
Cada
 guardia de Punta Carretas estaba sujeto a la influencia de los dos 
poderes, el del aparato del Estado, que pagaba su sueldo y representaba 
la posibilidad de la represión policial, y el del aparato guerrillero, 
que en el penal ejercía una influencia muy concreta, mano a mano, que el
 guardia no podía desconocer de ninguna manera.  Por un 
lado, el hombre era sensible al discurso antisubversivo del pachacato, 
convalidado por el consentimiento de la mayor parte del electorado y 
reafirmado cotidianamente por los medios de comunicación, pero por el 
otro, no podía desconocer la justicia de la causa que impulsó al 
movimiento tupamaro para tomar la armas. En la disyuntiva y la 
contradcción entre los dos poderes, el guardia a veces, pocas veces, 
cumplía con su triste oficio, y en otras, las más de las veces, hacía la
 vista gorda y no se metía en líos. No era moco de pavo estar 
identificado por quienes habían ejecutado al Comisario Morán Charquero.
El
 flaco Melián y Juancito Almirattti coordinaban las relaciones políticas
 con la población carcelaria, un arte en el que verdaderamente se debía 
hilar muy finito y en el cual jugaba un importasnte papel la solidaridad
 concreta: la mitad de las vituallas que entraban a los presos políticos
 pasaban a los presos sociales a través del “almacén” que administraban 
Arturo Dubra y el Indio Yamandú Rodríguez Olariaga.  En la 
semana de turismo de 1971 el MLN(T) impartió cursos a los presos 
sociales que lo deseaban: historia nacional, economía política (lo dió 
Raúl Sendic), historia del movimiento sindical, la revolución cubana, 
etc. Sin esa base social favorable la fuga no habría sido posible; desde
 los planos del penal y los alrededores hasta el uso clandestino del 
teléfono (no había celulares ni facebook en aquellos tiempos), desde 
contar con información exacta sobre lo que pensaban y hacían las 
autoridades carcelarias hasta la posibilidad de entrar o sacar cualquier
 objeto, todo dependía de las simpatías y el apoyo de la población 
carcelaria. Y, como si eso fuera poco, solamente gracias a la 
incorporación de Arión Salazar se pudo excavar el túnel desde su celda 
en el primer piso, la más cercana al muro de la calle García Cortinas.   
Con los secuestros de Mitrione, Dias Gomide y Fly,  el
 MLN (T) apareció administrando la justicia popular, en un ejercicio 
puro de contrapoder, planteando canjear los prisioneros de Punta 
Carretas y Cabildo por los prisioneros de la Cárcel del Pueblo, de igual
 a igual. En aquella semana de agosto de 1970  tuvo lugar 
una pulseada histórica entre el régimen y el movimiento guerrillero. 
Pacheco se mantenía en sus trece, no quería negociar con subversivos,  pero
 las presiones para ceder y salvar la vida de los secuestrados era 
mucha. La caída del Comité Ejecutivo en el allanamiento de la calle 
Almería, sobretodo por el apresamiento de Raúl Sendic, resolvió la 
pulseada en favor del pachecato. La suerte (o el trabajo de 
inteligencia) pareció inclinar la balanza del poder en favor del aparato
 del Estado. 
Sin
 embargo, durante esos meses en que el MLN(T) pareció haber sido 
noquedao, la lucha popular siguió cuenstionando el poder del pachecato. 
Con sus diversas formas de movilización, los sindicatos, las 
organizaciones vecinales y los gremios estudiantiles iban desarrollando 
en los hechos y desde las bases una red de poder independiente del 
régimen y que apuntaba contra el sistema. Sobre esas experiecnia 
populares de lucha y resistencia frutificaron las gestiones que 
conformaron el acuerdo partidario “Frente Amplio”. En diciembre de 1970 
el MLN(T) declaró su apoyo crítico a la nueva opción electoral y 
suspendió unilaterlamente las acciones militares para no obstaculizar su
 desarrollo como movimiento organizado  en Comités de Base.
 Al influjo de las noticias del mundo exterior, los presos de Punta 
Carretas sintieron la imperiosa urgencia por conquistar la libertad para
 integrarse a la lucha revolucionaria,  de ahí que fueran 
desempolvados los planes de fuga que habían sido archivados cuando el 
entusiasmo del canje. El movimiento tupamaro trabajó denodadamente por 
la fuga de los presos políticos, dentro de la cárcel y fuera de ella. No
 podemos olvidar las largas horas de los compañeros excavando el túnel 
apodado el Mangangá para llegar al subsuelo del Penal desde un 
apartamento ubicado a cuatrocierntos metros de  distancia.
La
 historia del Abuso ha sido relatada en varias versiones. Hoy hace 
cuarenta años que Joaquín Schroeder tendió su brazo para ayudarme a 
salir por la boca del túnel. También hoy cumpliría noventa años Andrés 
Cultelli.
Los
 presos salimos con los planes “hipopótamo” y “del 72” en el bolsillo y 
en la cabeza. Salimos a trabajar empeñosamente construyendo tatuceras en
 el Collar y en el Tatú, a conectar berretines con las cloacaas en las 
cloacas, a armar milicias con  la columna 70, a desarrollar
 el aparato militar hasta sus últimas consecuencias. El contrapoder 
guerrillero fue el imaginario que nos predispuso a tomar Soca y la 
comisaría de Camino Repetto, a declarar la guerra en Paysandú y a las 
jornadas del 14 de abril y del 18 de mayo de 1972.  El MLN(T) no se quedó sin estrategia sino que implementó una equivocada:  desarrollar
 el aparato guerrillero hasta dejarlo en condiciones de tomar Montevideo
 como el 8 de octubre dev 1969 se había tomado Pando.  La 
gran fuga fue la apoteosis de la concepción del doble poder, la 
confirmación por la práctica de que era posible instaurar un poder 
guerrillero contrapuesto al poder del aparato represivo.
Las
 anteojeras que nos colocó el doble poder no nos permitieron ver la 
concepción qué entrañaban las movilizaciones populares de base en los 
barrios, los sindicatos de la tendencia combativa y los gremios 
estudiantiles donde crecían la ROE y los FER. Se pensó la insurrección 
como tarea del aparato guerrillero desarrollado en una telaraña que 
llegara “hasta el pueblo”, pero no se pudo imaginar la insurrección como
 tarea del pueblo organizado autónomamente y armado hasta los dientes. 
No percibimos ni discutimos ni elaboramos la insurrección en el marco 
del poder popular y ese error de concepción nos llevó a morir en la 
batalla “aparato contra aparato”.  
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jorge zabalza
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